En memoria del Bebe

 

 

Escribe: Jorge Ramada 

 

 

Abril Trágico

Abril es un mes lleno de víctimas de la brutalidad represiva en Uruguay, al servicio de las clases dominantes.

El 14 de abril de 1972 fueron asesinados 8 militantes tupamaros, como respuesta de las fuerzas represivas a las acciones contra el Escuadrón de la Muerte. Tres días después, el 17 de abril, otros 8 militantes, esta vez comunistas, fueron asesinados en la Seccional 20 del Partido, en una provocación con miras a adelantar la represión sobre el resto de los comunistas.

Dos años más tarde, en 1974, un 21 de abril eran masacradas por la patota militar las 3 jóvenes tupamaras, que serían desde entonces para siempre “las muchachas de abril”.

Y diez años después, el 16 de abril de 1984, la dictadura en retirada dejaba otra marca de dolor asesinando en la tortura al médico comunista Vladimir Roslik.

Fue también en abril, un 28, en 1989 en París, que murió -probablemente como consecuencia tardía de la saña represiva contra él- Raúl Sendic Antonaccio, el “Bebe”. A él estas líneas de homenaje en otro abril, trágico también por otras causas, pero con las mismas clases dominantes generando las condiciones para que la tragedia sea mayor, mientras ellas siguen concentrando riqueza.

Ojalá el recuerdo de estos abriles, en los que los dueños del poder no distinguieron matices políticos a la hora de reprimir al pueblo, nos ayuden a reflexionar en pos de unir todas las fuerzas posibles, pero “no para transar”, como marcaba el Bebe, sino para transformar en serio nuestra patria, poniéndola en manos de los que generan la riqueza con su sangre, su sudor y sus lágrimas.

 

 

A 32 años de su desaparición, quiero aportar mi humilde homenaje a quien fuera uno de los más grandes revolucionarios del siglo pasado en nuestro país: Raúl “Bebe” Sendic. Un reconocimiento de su lucha y sus ideas, no para recordar el pasado, sino para que ellas nos ayuden a iluminar nuestro presente y orientar la acción futura.

Yo creo que es importante marcar aquellos puntos que son definitorios del pensamiento del Bebe y, además, por su vigencia, pueden ser base para el trabajo de hoy, en ideas, en programa y en organización.

En el plano de las ideas quisiera destacar su cuestionamiento de la democracia, no de la teórica, la que proclama un supuesto gobierno del “demos”, sino de la real, la que en su momento le hizo decir que “podría dar más garantías individuales un revólver bien cargado que toda la Constitución de la República y las leyes que consagran derechos” (El Sol – marzo de 1963). Y no por desconocer los derechos y garantías consagrados por la Constitución y las leyes (fruto más de luchas populares que de concesiones desde arriba), sino por constatar que, a la hora de defender sus intereses –sus propiedades, sus riquezas– a los dueños del poder esos derechos y garantías –para los de abajo– poco les importan; y en cuanto a la democracia, no dudan en violarla “para salvarla” parafraseando el tango. 

La democracia, bastante devaluada en los años '60, volvió rejuvenecida y revalorizada a la salida de la dictadura. Fue bandera que unió a amplios sectores de la población para terminar con el “proceso cívico-militar”; pero eso llevó a un especie de endiosamiento por parte de la enorme mayoría de la izquierda que, de reafirmarla como un medio que permite ampliar derechos y mejorar condiciones de vida para la población, pasó a tomarla como un fin en sí mismo. En definitiva, la única democracia aceptable como fin, es la que asegure el poder en manos de las mayorías trabajadoras, muy diferente de la que mantiene la dictadura del capital sobre el trabajo.

En el plano del programa, su prédica y su práctica se orientaron desde el comienzo a retomar el reclamo artiguista de “la tierra para el que la trabaja”, pero no como consigna elaborada en círculos urbanos, sino a partir de la movilización de los trabajadores rurales, junto a pequeños propietarios o arrendatarios, para quienes el latifundio era el enemigo de todos los días.

El tema lo retomó a la salida de la cárcel con su propuesta de expropiar sin indemnización todas las explotaciones mayores a 2500 hectáreas, entregándolas a colonos, para así repoblar la campaña con planes productivos. No era algo novedoso: la “reforma agraria” había sido históricamente seña de identidad de la izquierda; pero se trataba de ponerla en el tapete con  una propuesta concreta. Hoy, la renta de la tierra sigue siendo la base del dominio de la oligarquía, agravada por la extranjerización y la implantación de formas de producción que agreden al ambiente y expulsan al hombre del campo. Sin embargo, la reforma agraria –junto a otras consignas históricas de la izquierda, como la nacionalización de la banca y el comercio exterior– han sido relegadas a un cajón, mientras se endiosa a la inversión extranjera y se levantan tibias propuestas que apenas si tienden a suavizar la explotación capitalista. 

Una definición antioligárquica y antiimperialista debe ser una señal de identidad en nuestros países, para una izquierda que procure una transformación revolucionaria. No en declaraciones, sino en medidas de fondo que apunten a quebrarle el espinazo del poder a la oligarquía terrateniente y al capital financiero.

En el plano de la organización su principal aporte surge de su identificación con los más humildes. Porque además de la explotación capitalista típica –la de los asalariados industriales– existe un montón de otros trabajadores, formales e informales, que están un escalón más abajo y a los que les cuesta mucho más pelear por sus derechos.

En su momento, el Bebe identificó a los trabajadores rurales, privados de leyes y derechos, como un sector potencialmente revolucionario y trabajó sistemáticamente para organizarlos. Hoy sigue existiendo gran cantidad de trabajadores súper-explotados (los del campo entre ellos), que mantienen ese potencial pero que también, por su marginación, pueden servir de apoyo tanto al crimen organizado como a propuestas de ultra derecha. Para ellos, las ideas del Bebe, respaldadas con su ejemplo de vida, son un mensaje para sumarlos al resto del pueblo trabajador.

Para todos ellos también iba dirigida su propuesta, organizativa y de lucha a la vez, que fue elaborando desde el calabozo: el Frente Grande. No se trataba de un acuerdo de cúpula, ni de una  alianza en oposición a la ya existente. Se trataba de impulsar un gran espacio político, una unidad sin exclusiones, nacida desde abajo, aprovechando la experiencia de lucha en la que sindicatos, gremios estudiantiles, cooperativas de vivienda, comités de base y asambleas barriales, entre otros, se habían unido en la resistencia contra la dictadura. No la ampliación de un frente político entregando banderas o rebajándolas para atraer otros sectores, sino un frente de los explotados -asalariados, informales, trabajadores sueltos– que con su lucha diaria y con un programa de transformación social, sea capaz de convencer y conducir a otros sectores que  también son golpeados por los de arriba pero vacilan a la hora de enfrentarlos hasta las últimas consecuencias. Para enfrentar al poder y no para transar con él.

Que sigan vivas las ideas del Bebe y que sus propuestas programáticas contribuyan a organizar a los explotados para luchar por una PATRIA PARA TODOS.*

 

– Abril 2021