Los fueguitos de Galeano

Eduardo Galeano se paró al borde del camino el 13 de abril de 2015. Y ahí está, mirando con nuestros ojos, y explicándonos con palabras sencillas lo que muchos de nosotros no logramos descifrar.  Tuve la suerte de conocerlo y el artículo que va a continuación es testimonio de ello. Me han preguntado cuándo lo escribí y dónde se publicó pero no tengo respuestas ciertas. Quizás el buen amigo y compañero Carlos Requena pueda tener una pista acerca de ello pero  lo cierto es que yo no recordaba la existencia de este artículo, pero  alguien lo tenía guardado y entendió que valía la pena volverlo a difundir. Y ahí está este modesto homenaje a ese botija inmenso  que sin embargo reconocía maestros: “Quijano y Trías fueron mis maestros“ le oí decir. Gracias a todos por ayudar a mantener encendido el fueguito, los fueguitos,  como él escribió.

 

 

 

 

 

 

 

 

 El botija Gius

Por Garabed Arakelian 

 - ¿Quién es ese botija que está con don Emilio?-, le pregunté a Chifflet, apenas entré a la sala que servía de “Redacción” de El Sol,  en Casa del Pueblo.  –Lo he visto seguido últimamente -, agregué, mientras esperaba respuesta.

Pero el Yuyo mantuvo la mirada clavada en la pared, en tanto aporreaba la sonora Remington buscando el punto final de su frase. El que me contestó fue Ettore Pierri, personaje inefable, periodista sagaz, de buena pluma, una especie de redactor permanente y en esos tiempos mano derecha de Chifflet, que combinaba el humor y la ironía como forma de supervivencia.

-Es un sobrino nieto de Frugoni, que le está ayudando a preparar unos exámenes- me explicó, con una sonrisa de tunante italiano, que le quitaba credibilidad a la información.

Lo miré a Chifflet, como pidiendo confirmación, y me respondió  serio: “no sé si tiene parentesco con don Emilio, creo que no, pero viene porque quiere afiliarse al Partido y quizás comience a colaborar con nosotros. Recién trajo unos dibujos que están ahí en esa carpeta y se pueden ver”, me dijo,  señalando con la cabeza una carpeta amarilla.

Tomé la carpeta mientras Pierri arrimó su silla y los dos miramos detenidamente los trabajos haciendo gestos de aceptación. Eran dibujos con intención política, claros y certeros.

- Están buenos, Flaco-, dijo Ettore.  -¿Y a vos te gustan?- , me preguntó.

Contesté que sí y pregunté: - Firma Gius, qué es ¿un seudónimo

-Es el apellido-, explicó Chifflet. Se escribe Hughes, pero suena “gius”. Y además quiere escribir, agregó.

- El botija promete -, comentamos

A esa edad, tres o cuatro años de “vejez” sobre otros, permiten considerar como un chiquilín al que es menor. Pero este no era un botija cualquiera. Se trataba de Eduardo Hughes, que ha pasado a la historia como Eduardo Galeano.

Vino solito a Casa del Pueblo y dijo que quería afiliarse al Partido. Le dijeron que era muy joven pero que si venía un poco más tarde podía hablar con algún dirigente. Lo atendieron varios: Sendic, Gargano, José Díaz y quizás otros más. “Con quien habló largo, fue con Raúl (Sendic)”, me contó José Díaz, que recuerda la llegada de Eduardo. Él lo convenció para que primero se afiliara a la Juventud Socialista, y le pidió a Frugoni que lo atendiera porque era interesante. Y don Emilio lo atendió, y habló mucho con él y a menudo lo invitó a ir al cine y a tomar un café”.

Eduardo se incorporó a la redacción de El Sol, colaboró con sus dibujos y sus notas, y naturalmente provocó los celos bien intencionados de muchos de nosotros que veíamos crecer a nuestro lado un personaje a quien muy pronto dejamos de considerar un botija.  Se convirtió en un compañero querido, estudioso, sacrificado, que asistió a los cursos de formación con Enrique Broquen así como a las charlas y las discusiones con Vivián Trías por quien sentía cariño y respeto. Compartió las largas “sesiones” en el café de “Don Alfredo, en la esquina de Soriano y Yí, con los hermanos Dubra, los hermanos Brando, Gloria Dalesandro, Carlos Machado, los Díaz Maynard y muchos otros.

 En ese medio, al que acudió casi que instintivamente, buscando respuestas a las interrogantes que ya se planteaba, este individuo “sentipensante”-un vocablo que él inventó- maduró y nunca olvidó esos comienzos adolescentes llenos de inquietudes y zozobras.

Al cumplirse el segundo aniversario de su fallecimiento, no faltarán seguramente las menciones de sus méritos y trabajos, pero ésta etapa inicial de su vida juvenil, su “iniciación” política y literaria y su perfil de identidad lo hacen tan nuestro que forman parte de nuestra historia política y es justo recordarlo también en esta dimensión.*