Jorge Ramada
Una investigación realizada sobre 5.735 madres gestantes en 51 localidades de Río Negro, Paysandú y Soriano de 2010 y 2017 indica que el uso de agroquímicos incidió en un aumento de 50% en los nacimientos con bajo peso y de más de 30% en la prematuridad, en ambos casos respecto de los promedios nacionales ¿Esto no es una emergencia nacional?
Esto es parte de la crisis ambiental, generada por la falta de control de los agrotóxicos que envenenan personas, suelo y agua. Crisis que agravaría el proyecto Neptuno, mamarracho al servicio de constructoras amigas de los actuales gobernantes; crisis que no resuelve una política de residuos donde importa más una supuesta eficiencia (que ha mostrado ser bastante ineficiente hasta ahora) que el trabajo digno de los miles de clasificadores que han rescatado valor desde hace años. Crisis que siempre termina afectando más a los más vulnerables. Sería bueno que se reconociera que la crisis ambiental en sus diferentes facetas y con sus consecuencias sobre la salud, es una emergencia nacional.
Sin embargo, los futuros gobernantes no se animan a decir de plano que van a dejar sin efecto a Neptuno, pase lo que pase. El futuro ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca ha dicho que “en todo lo que podamos atender las cuestiones del medioambiente sin limitar nuestras exportaciones, nos vamos a poner de acuerdo” (dicho de otra manera, sería: “Mientras tengamos que exportar, que se joda el ambiente”). Un futuro director del Ministerio de Ambiente fue uno de los asesores que tuvo la Cámara de Industrias para elaborar un plan (que a 4 años de elaborado sigue en promesas) para hacerse con el valor de los envases no retornables, a expensas de los clasificadores.
Así como a veces se menciona que en el mercado internacional somos “tomadores de precios”, en temas ambientales somos “tomadores de cambio climático”. No generamos los problemas, pero tampoco nuestras acciones podrán mover mucho la aguja en este mundo globalizado. Pero tenemos que conocer bien sus efectos, para mitigar lo negativo y encarar las acciones ambientalmente responsables que puedan estar a nuestro alcance, sin olvidar que el objetivo primordial es cuidar la salud de nuestros pobladores de hoy, sin comprometer la de los que vendrán. Cuidar la calidad del agua, el aire y la tierra, no solo para cuidar a nuestra madre naturaleza, sino sobre todo para asegurar una vida digna y saludable para todos. Eso no pasa solo por medidas técnicas, sino ante todo por medidas económicas, sociales y políticas que apunten profunda y consecuentemente a terminar con la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades. En última instancia, un problema de poder.
La batalla por la defensa del ambiente es, en cierto modo, una batalla cultural, pero ante todo debería ser una batalla social y política contra el sistema que lo degrada.
¿De qué sirven las iniciativas +Verde o Economía Circular, si contaminar es rentable?
¿De qué sirven las conferencias de paz si la guerra es un gran negocio?
¿De qué sirve clamar por un consumo responsable si las agencias de marketing facturan millones induciéndonos a consumir más (y peor) cada vez? (Difícil pensar en un mensaje televisivo: “Aquí comienza el espacio publicitario. Es responsabilidad de los padres mantener a los menores frente al televisor”).
Entonces, si van a seguir dejando el cuidado del ambiente a la rentabilidad de las empresas y a decisiones de mercado, no me jodan más con el ambiente y digan que lo único que les interesa es el mercado y la rentabilidad del capital.