LA IZQUIERDA URUGUAYA ENTRE DOS GOLPES  DE ESTADO 

  

Fernando Aparicio

Las dos formaciones de cuño marxista del Uruguay, vivieron el período 1933-1942 como una etapa de acercamientos, coincidencias, desencuentros y enfrentamientos.

No podemos -por supuesto- realizar aquí un detallado (ni medianamente somero) recorrido por los sucesos políticos del país, entre los auto-golpes protagonizados por Gabriel Terra y Alfredo Baldomir. Debemos asumir que nuestros lectores los conocen mínimamente.

La ruptura institucional del 31/3/1933 promovida por el terrismo colorado, el riverismo y otras fracciones menores (y conservadoras) del Partido Colorado, junto con el herrerismo, encontró a la izquierda partidaria (junto a sectores de los partidos tradicionales y grupos anarquistas) en el terreno de la oposición.

El dilema era doble: ¿cómo oponerse a la dictadura y cuál sería el rumbo a tomar, luego de su eventual derrocamiento? ¿Simple restauración del orden institucional caído el 31 de marzo, o avanzar hacia una nueva realidad económica, política y social?

Obviamente que en esa década transcurrida (incluye la transición democrática, el “golpe bueno” y su consecuencia: la elección de Juan José de Amézaga a la presidencia), el marco de la realidad internacional influirá decididamente sobre los dilemas nacionales y sobre sus partidos de izquierda.

El 25/7/1933, el novel dictador convocó a elecciones de convencionales para una reforma constitucional (la de 1919 quedó sin efecto por el golpe). El batllismo “neto” (anti-dictatorial), junto con el Radicalismo Blanco (liderado por Lorenzo Carnelli), el Nacionalismo Independiente (ambos anti-herreristas) y el Partido Socialista, practicaron la abstención. Esta representó el 42% del electorado cuando esa elección se verificó.

La Unión Cívica (conservadora y de ambigua actitud hacia la nueva situación) y el Partido Comunista, concurrieron a la elección de convencionales. Primera discordancia entre los seguidores de Emilio Frugoni y los integrantes de la III Internacional en nuestro país. Un corto número de cívicos y comunistas, se sentaron junto a los “marzistas” (partidarios de la seudo “Revolución de Marzo”) en la Convención.

El 19/7/1934 el “marzismo” intentó legitimarse definitivamente. Mediante plebiscito se buscó consagrar la nueva constitución y elegir al Presidente de la República (candidato único propuesto por la Convención Constituyente: Gabriel Terra).

Batllistas netos y blancos independientes se mantuvieron en la abstención. La Unión Cívica y el Partido Comunista al igual que un año atrás, concurrieron a la elección. Lo novedoso fue que en esta ocasión, también se presentó el Partido Socialista. Para socialistas y comunistas, participar en esta elección no implicaba desfallecer en la actitud opositora. Sus diputados serían los portavoces de la oposición.

Estos tres partidos, absolutamente minoritarios, obtuvieron representación en la Cámara de Diputados (el Senado fue el célebre 15 y 15, o “medio y medio”, reservado para las fracciones terrista y herrerista, dado el abstencionismo de los otros sectores tradicionales).

La nueva situación seguía siendo de dictadura para el arco opositor (abstencionista o no). Y la dictadura (que lejos estuvo de ser “dictablanda”) ofrecía la opción de “amansarse para vivir”. Los opositores, al socaire de la experiencia europea e internacional a partir de 1935, tenían una vía posible: el Frente Popular.

Otra opción se venía fraguando desde 1934, e intentó cristalizar en el fallido levantamiento armado de enero-febrero de 1935. Este buscó combinar la agitación armada rural con el pronunciamiento de un sector del ejército, supuestamente batllista.

Sólo un sector del nacionalismo independiente y del batllismo neto se comprometieron en el intento. Los militares comprometidos fueron neutralizados por el gobierno. ¿Qué actitud asumieron los dos partidos de izquierda ante el levantamiento de enero de 1935? Los comunistas lo rechazaron tajantemente. Para ellos fue un movimiento pequeño-burgués, de espaldas al movimiento obrero. Todavía se regían por las orientaciones del “3er período”, “clase contra clase”, nada de componendas con los partidos burgueses.

Los socialistas también lo condenaron y se mantuvieron al margen. Veían en el alzamiento una expresión de la anacrónica política criolla, además de desconfiar por su tradición anti-militarista, del pronunciamiento de los militares batllistas. Algunos socialistas (por su cercanía con los batllistas) participaron a título personal.

El Frente Popular que nunca llegó a concretarse, aunque se coqueteó con su idea, no tenía para todos sus eventuales integrantes el mismo alcance. Para los batllistas netos y para los nacionalistas independientes, podía ser un instrumento para recuperar la institucionalidad democrática perdida. Para el Partido Comunista y sectores como el radicalismo blanco o la Agrupación Demócrata-Social (orientada por Carlos Quijano), podía dar pie para impulsar reformas en todos los planos.

El Partido Comunista fue el mayor impulsor del Frente Popular, respaldado por las experiencias española (1936-39) y francesa (1936-38). El Partido Socialista se inclinaba por una Concertación Democrática, que la veía más apta que un Frente Popular para nuclear a los sectores anti-terristas de los partidos tradicionales.

Aun con la candidatura común, socialistas y comunistas se encontraron en veredas opuestas en ocasión de los infames Procesos de Moscú, cuyo punto culminante fue precisamente el año 1938. Mientras Arismendi expresaba la voz oficial de su partido, en “La Justicia Soviética Defiende al Mundo”, Frugoni denunciaba el carácter farsesco y canallesco de los mismos. Sin que eso implicara coincidencias políticas con los enjuiciados, a los que sin embargo reconocía su condición de militantes revolucionarios".

Todos los eventuales socios de un Frente Popular o de una Concertación Democrática, coincidieron en las acciones de apoyo a la República Española durante la guerra civil. Significó un importante punto de confluencia para la izquierda uruguaya.

La acción opositora encontró un importante escollo en las tensiones de clase, aun dentro del bloque anti-marzista. El PS convocó un gran mitin opositor para mayo de 1934. Lo hacía en la línea del llamado para derrocar al régimen de marzo, hecho por el radicalismo blanco el mismo 31 de marzo, y desde el diario “Acción” (no confundir con el vespertino del mismo nombre, que muchos años después dirigió Luis Batlle) que realizó Carlos Quijano, líder de la ADS, en pos de la “unidad de las izquierdas”.

En esos días se desató un conflicto gremial en el sector gráfico. Comenzó por el diario El Día (herederos de Batlle y Ordóñez), y dada la solidaridad de las distintas patronales con los propietarios de El Día, el conflicto alcanzó toda la prensa. Las patronales practicaron el lock out. En él confluyeron los diarios “situacionistas” y opositores (incluso los blancos independientes El País y El Plata). La solidaridad de clase primaba sobre las diferencias políticas. El PS retiró la convocatoria y exigió “conductas claras” en la oposición.           

En 1934-35-36 y 39 la legislación electoral fue modificada (en lo que comúnmente se unifica bajo el nombre Ley de Lemas). El núcleo de la misma tenía un doble objetivo: a) evitar la disgregación de los partidos tradicionales; b) impedir la formación de un Frente Popular. Sin el menor rubor, el punto 4º de la ley del 29/5/1939 expresaba: “evitar en cuanto fuera compatible con los derechos ciudadanos, la formación de frentes populares.”

Las elecciones de marzo de 1938 poseyeron varias peculiaridades. El voto femenino por primera vez fue una de ellas. El batllismo neto, el nacionalismo independiente y el radicalismo blanco mantuvieron la tesitura abstencionista. El PS y el PC se presentaron con listas separadas y con ausencia de un programa común. Pero ambos apoyaron una única fórmula para Presidente y Vice: Emilio Frugoni-Ulises Riestra, ambos socialistas bajo el lema “Por las Libertades Públicas.”

Por encima de las candidaturas comunes, predominaban las diferencias. Para el PC era el inicio de una estrecha colaboración entre ambas formaciones. Para el PS, era únicamente una unión coyuntural. El abstencionismo alcanzó el 47% del electorado. 336 mil votos tuvieron los candidatos terristas. 220 mil el herrerismo, 6.500 el saravismo (disidencia herrerista), y apenas 17 mil la fórmula de izquierda.

El oficialismo terrista presentó dos fórmulas. Una la encabezaba el general-arquitecto Alfredo Baldomir, co-golpista en 1933 y cuñado de Terra. La otra, el Dr. Eduardo Blanco Acevedo, consuegro del presidente. La primera fórmula aparecía como levemente aperturista. No así la segunda. Baldomir salió vencedor en el pleito intra-terrista.

En su discurso de asunción, el 19/6/1938, Baldomir insinuó la posibilidad de una reforma constitucional. Para los sectores opositores de los partidos tradicionales, ese sería a partir de allí, el centro de su acción. La izquierda asume la eventual reforma como algo más bien simbólico.

El 25/7/1938 se produjo una formidable manifestación en Montevideo (200 mil personas en una ciudad que no llegaba al millón de habitantes. ¿Antecedente del “río de libertad”  de noviembre de 1983?), bajo la consigna “Nueva Constitución y Leyes Democráticas”. El formidable episodio fue valorado de manera diferente. Para los partidos tradicionales opositores, era un respaldo al presidente. Para la izquierda era una muestra de oposición al binomio Terra-Baldomir. El 21/8/1941, Baldomir convocó a una Junta Consultiva para un proyecto de reforma constitucional. Sólo fueron excluidos los comunistas y los herreristas.   

El Uruguay se deslizó desde 1939 a 1945, del neutralismo al alineamiento con los aliados y con el panamericanismo promovido por los Estados Unidos (no podemos aquí reconstruir ese trayecto). Hasta el ingreso de la URSS a la Segunda Guerra Mundial (22/6/1941), el conflicto separó también radicalmente a los partidos socialista y comunista. En realidad el pacto germano-soviético del 23/8/1939, marcó una brecha prácticamente insalvable.

Defendido acérrimamente por los comunistas uruguayos, los seguidores de Frugoni lo consideraron una abyecta claudicación y traición. Tildaron a los seguidores de Eugenio Gómez, de “comu-nazis”. Nada quedaba de la fórmula común de 1938.

Entre  setiembre de 1939 y junio de 1941, el Partido Comunista consideró al conflicto mundial como “puja inter imperialista”. Para los socialistas, era la confrontación  entre la democracia y el nazi-fascismo.

La entrada de la URSS al conflicto junto a los aliados occidentales, no atenuó la distancia entre ambos partidos, aunque los comunistas eran ahora, también enemigos del nazi-fascismo. Otro asunto distanció por aquellos años a los dos partidos de la izquierda uruguaya. Los proyectos de Servicio Militar Obligatorio (SMI) primero, y luego el más modesto en duración, de la Instrucción Militar Obligatoria. Luego de junio de 1941, los comunistas los apoyaron de manera entusiasta. En cambio los socialistas los rechazaron enfáticamente, apegados a su tradición anti-militarista.

Decíamos que el Frente Popular fue utilizado como una amenaza por el batllismo neto y por el nacionalismo independiente. Las Leyes de Lemas, el temor de los partidos tradicionales a perder influencia e identidad, y el pacto germano-soviético, sepultaron definitivamente esa posibilidad.

El 21/2/1942, Baldomir da un auto-golpe de Estado. Bautizado como “golpe bueno” por sus entusiastas de la hasta entonces oposición. Era el camino para la normalización democrática y el regreso a la pugna electoral de los hasta entonces abstencionistas. El golpe de 1942 dividió al arco opositor, especialmente a los dos partidos marxistas. Fue apoyado por el Partido Comunista y por la Unión General de Trabajadores (UGT), bajo su égida, fundada en marzo de 1942, la que proclamó el apoyo “irrestricto” al presidente.

El golpe fue fustigado duramente por el PS, la ADS, la FEUU y sectores sindicales anarquistas. Junto a ellos, muchos intelectuales de lo que sería conocida luego como la “generación del 45”.

La elección de noviembre de 1942 (en la que se plebiscitó una nueva constitución) volvió a encontrar separados a ambos partidos de izquierda. El Partido Comunista impulsó la fórmula Eugenio Gómez-Julia Arévalo. El Partido Socialista, la de Emilio Frugoni-Ulises Riestra. Los primeros cosecharon 14 mil votos. Los segundos, 9 mil, pagando así seguramente un alto precio por oponerse al “golpe bueno”.

La elección llevó a la presidencia a Juan José de Amézaga, colorado independiente, apoyado por batllistas y baldomiristas.