Cartas desde la prisión

Prólogo de Guillermo Chifflet para la edición ilustrada del libro  “Cartas desde la prisión”, de Raúl Sendic  

“Esta obra vencerá al tiempo. Por su belleza. Por los temas que trata. Por su estilo, nacido de sentimientos entrañables hacia seres queridos. Por la personalidad de su autor.
La edición de las cartas que Raúl Sendic envió a sus cinco hijos –Raúl, Ramiro, Jorge, Alberto y Carolina– está llena de temas de interés, en especial para los jóvenes. Su publicación se debe a causas que definen al propio Sendic como ser humano: “Lo que consideré bueno para mis hijos –explicó– puede serlo para otros jóvenes, quienes, como ellos, también comienzan su vida llenos de inquietudes e interrogantes”.

El libro abarca variedad de temas, desde la rebeldía de los indios, las luchas de Artigas, hasta los misterios del universo; desde el encanto y la capacidad de comunicación de los perros (“cuando corren de un lado a otro cuando regresas a casa están expresando: ‘cuánto me alegro que estés aquí’”) hasta la habilidad de los zorros, o la inteligencia del chimpancé (“que usa palos para bajar la fruta, tira piedras y corta hierbas para restregarse mientras se baña en el río”); desde los orígenes de la vida hasta los avances de la ciencia actual. El tono de las cartas es el que se da en los buenos momentos de un padre con sus hijos.
Cuando lean estas cartas, los más jóvenes se preguntarán quién fue Raúl Sendic. Fue, para decirlo en pocas palabras, un compañero que dedicó su vida a la defensa de los trabajadores más humildes. En su lucha por la justicia buscó organizar sindicatos, especialmente entre los trabajadores más explotados del campo. Aunque le faltó sólo una materia para recibirse de abogado, asumió la defensa de muchos, exigió el cumplimiento de sus derechos, enfrentó a patronos, denunció arbitrariedades. En Bella Unión, trabajando como cañero, buscó organizar a los “peludos” sindicalmente. Como consecuencia, fue perseguido y detenido arbitrariamente como subversivo.
Por la década del 70 los cañeros habían marchado desde el norte hasta la capital denunciando arbitrariedades y reclamando tierra para el que la trabaja. En una crónica para el semanario Marcha recogimos un diálogo en el campamento de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA), que ilustra la acción de Raúl: “¿Quién de ustedes conoció a Sendic?”, pregunté.
—Yo lo conocí.
—¿Cómo?
—Todo encarbonao. Cortando caña. Él vino a mí y… le diré, yo le deposité poca confianza al principio.
—¿Él estaba trabajando?
—Como un peludo más. Yo estaba armando un cigarro; él vino y me dijo, cansado: “Es brava la cosa”. Yo le dije: “Usted no es de acá”. Él me explicó que había trabajado en la remolacha, en las azucareras y que antes había sido estudiante. Después habló que con un tablón de caña los gringos pagaban toda la zafra, y que el obrero tendría que organizarse. Recuerdo que dijo: “Todavía que las leyes las hacen ellos, no las cumplen”. Él siempre explicaba y andaba con esas cosas.
Pero le digo: cuando yo lo veía venir derecho a mí, agarraba un desvío. Después él pudo llegar a unos compañeros, tres o cuatro; ellos me explicaron a mi modo y yo también entendí. Pero al principio, cuando él decía esas ideas libertarias que él tenía, nos parecía imposible. Estábamos encerrados y adaptados en aquello.
—¿Y a esos tres o cuatro compañeros cómo los consiguió?
—Lo entendieron. Quizá más estudio, en fin… Y él les dijo que consiguieran a otros bien conocidos, que hubieran convivido con ellos, que estuvieran hermanados, para enseñarles lo que Raúl les había enseñado a ellos. Hasta que un día, disimulando –uno llevaba unas piolas, como para pescar, otro una ropa para lavar– nos reunimos treinta cerca de un arroyo. Cuando estuvimos todos, otro compañero fue a buscar a Sendic, que estaba escondido en el monte, y él vino y habló. Después fue lo de CAINSA. (1) Allí no se pagaba licencia, ni se cumplía la ley de ocho horas, los jornales eran bajos. Estuvimos tres días dialogando. Al cuarto, acampamos alrededor del escritorio y nos mandaron desalojar. Nos fuimos al arroyo Itacumbú, a unas cuadras de allí, estuvimos de asamblea casi todo un día. Y decidimos “nada de ablandarse”. Ocupamos los escritorios con los directores adentro. Y cuando vinieron los milicos dijimos que si querían tirar que tiraran. Los jefes estaban encerrados, les dábamos agua y lo que necesitaran. Comida no, bastante nos habían hambreao. A las 24 horas pagaron. Allí se vio que UTAA era un verdadero sindicato y que iba a enfrentar la cosa, y se empezó a hablar de Sendic.
—¿Qué decían?
—De peón a peón se corría la voz. Decían: “Ha llegado un justiciero; ha llegado un justiciero a Bella Unión”. Y muchos venían a conocerlo; él les hablaba del sindicato. A veces se hacía leguas y leguas, de noche, a pie, para estar a la salida del sol en una estancia. Hasta que la Policía pidió la captura de él en todos los pueblos.
—¿Antes de lo del Tiro Suizo?
—Sí. Mucho antes.
—¿Cómo es Sendic?, ¿alegre, triste?, ¿cómo lo veían?
—Es de hablar muy calmo y mirar bastante fijo. Tiene una mirada que ‘despeyia’ ternura; que siente lo que sienten los demás. Ya cuando organizaba el gremio nos decía: “Quiero que entiendan bien y sepan guiarse ustedes mismos. Mi presencia entre ustedes va a durar poco”.
Si no hubiera una multitud de testimonios que demuestran dónde estuvo el origen de la violencia y la represión oficial durante los años sesenta y setenta, la historia de la UTAA sería una prueba irrefutable.
A propósito de las interpretaciones simplificadoras sobre los años de lucha que contaron con el aporte de Sendic y que algunos pretenden presentar como el enfrentamiento exclusivo de dos bandos, dos demonios, Raúl ha explicado exhaustivamente cómo los trabajadores del norte fueron blanco privilegiado de la violencia y cómo intentaron en primer término, durante años, la lucha política y sindical.
En esa realidad trabajó Sendic, un revolucionario pionero con un grupo de compañeros leales hasta la excepción.
El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esa cualidad, explica el Che en “El socialismo y el hombre en Cuba”, en texto dirigido a Carlos Quijano: “Hay que tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Todos los días hay que luchar por que ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización”.
Hasta en sus dolores Sendic demostró fidelidad a ese ideal.
Repasemos, en apretada síntesis, algunas fechas de su vida.
Hijo de Victoriano Sendic y Amalia Antonaccio, nació en Chamangá, departamento de Flores, el 16 de marzo de 1925.
Victoriano, después de luchar como arrendatario rural, sector social por momentos con dificultades insuperables, pasó a trabajar como mayordomo en estancias ajenas. Era descendiente de vascos de la zona francesa. Amalia era hija de una pareja de productores rurales de origen italiano.
De las mismas cartas surgen otros datos importantes (“yo a los 10 años no había visto nunca un pueblo, porque me crié en un lugar apartado del campo”). En charla con compañeros nos explicó alguna vez, sonriente, que se había imaginado las ciudades con edificios y torres “en punta” como los que aparecen en los cuentos infantiles. Cuando fue por primera vez a Flores, al entrar al pueblo y observar los torreones del cuartel pensó que se encontraría con la ciudad de las ilustraciones de los cuentos, imagen que la realidad desmoronó.
Raúl fue el quinto de seis hermanos: Alba, Juan Armando, Victoriano, Alberto y Mario. Éste murió a los 18 años, de peritonitis, lo que fue uno de los grandes dolores del joven Raúl.
El liceo, en Flores, coincidió con años de la Segunda Guerra Mundial, que incluso polarizó la zona. Allí, con su hermano Alberto y con el luego gran escritor y periodista Carlos María Gutiérrez, entre otros, publicaron el periódico Rebeldía, cuyo lema el propio Raúl tomó de José Ingenieros: “Juventud sin rebeldía es servilismo precoz”. Un gran profesor, Atilio Grezzi, que tenía su importante biblioteca a disposición de los jóvenes, los ayudó generosamente a orientarse en el plano internacional y nacional. Ambas realidades determinaron el compromiso de esos jóvenes. Tanto que cuando Carlos María viajó a continuar sus estudios en Montevideo, Raúl, al despedirlo le advirtió con humor: “No vaya a hacerse rico, allá, ¿eh?”. Cuando, años después, Raúl permanecía en la clandestinidad Carlos María publicó una nota en Marcha explicando las luchas de Sendic, a quien definió como “profeta de los tiempos que vendrán”. Y más adelante, cuando concertaron un encuentro con los cuidados exigidos por la clandestinidad, Gutiérrez concurrió en un auto viejo, que tuvo algunas dificultades en el camino, lo que hizo que Sendic reconociera en homenaje a su amigo: “Parece que no se ha hecho rico, nomás”.
En Montevideo Raúl cursó estudios de abogacía, trabajando paralelamente en un estudio jurídico, participó en lides estudiantiles y militó en la Juventud Socialista. Pronto fue un compañero de consulta, estudioso e informado en temas como la defensa de Guatemala (en los años de Arévalo y Arbenz), las acciones contra el tratado militar con Estados Unidos, la solidaridad con la revolución argelina.
Un compañero psiquiatra, el doctor José Pedro Cardoso, que lo conoció muy bien, escribió, en su homenaje, que Sendic se caracterizó por su conducta militante y solidaria, que conquistaba la adhesión afectiva y la confianza de los compañeros en los años que integró la Juventud Socialista, lo mismo que cuando, fuera de los cauces partidarios, asumió, con la ofrenda integral de su vida, otros métodos de lucha revolucionaria.
En 1952 el movimiento obrero debió enfrentar, en dos oportunidades, medidas de seguridad y represión (con presos, perseguidos y confinados) que terminó destruyendo una central sindical, denominada de los gremios solidarios. Habría lugar para todo un capítulo sobre la participación de Raúl, junto a Félix Vitale, Carlos Riverós, Jaime Pernas, el “Gallego” Salgueiro y tantos otros en las jornadas de esa etapa y en las luchas, luego, por la amnistía de centenares de trabajadores despedidos, lo que recién se obtuvo años después.
En acciones concretas, sin publicidad alguna, Raúl trabajaba en múltiples tareas, por ejemplo, apoyando al delegado sindical de los obreros panaderos, en inspecciones, que se realizaban de madrugada, acción para la cual le resultaron de utilidad sus conocimientos jurídicos.
En compañeros como Raúl se tiene el ejemplo de que la solidaridad humana es el amor al prójimo; y ese amor es la capacidad de sentir los problemas ajenos como propios. La lucha del 56 en los arrozales fue grande. (Una comisión investigadora parlamentaria había documentado realidades de explotación extrema.) Un joven excepcional, antecesor de Raúl, Orosmín Leguizamón, que desplegó una tarea inmensa denunciando las injusticias y organizando a los trabajadores arroceros, consiguió fundar el sindicato del sector. Sendic acompañó una marcha de esos trabajadores, que concurrió a plantear sus reivindicaciones a Montevideo. De regreso de uno de sus viajes a Treinta y Tres, Leguizamón sufrió un accidente gravísimo en el vehículo que lo traía a la capital. Prácticamente se lo había dado por muerto cuando una compañera socialista, enfermera en el sanatorio Larguero, observó signos de vida y los médicos iniciaron su asistencia.
En el largo proceso de recuperación Sendic lo visitaba diariamente y organizaba las guardias, hasta que Orosmín pudo, con limitaciones, volver a la vida.
En el largo proceso por la construcción de la central única de trabajadores, tuvo la idea de cubrir la ciudad con un concepto básico, tomado del Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos/ porque esa es la ley primera/ tengan unión verdadera/ en cualquier tiempo que sea/ porque si entre ellos pelean/ los devoran los de afuera”.
Toda su lucha no consistió en dirigir sino en actuar junto a los que necesitaban liberarse, promoviendo la organización y el análisis colectivo de los temas.
En 1957 se instala en Paysandú, trabaja como procurador y como asesor de los sindicatos remolacheros. Recorre pacientemente el litoral organizando a los obreros rurales, a los trabajadores de El Espinillar. Dos años más tarde organiza a los cañeros de Bella Unión que poco después fundarían la UTAA.
Ese año, 1959, triunfa la revolución en Cuba. Un hito que va a entusiasmar a la izquierda pues demuestra que la utopía socialista es posible. Raúl se integra al Comité Ejecutivo del Partido Socialista.
Muchos jóvenes militantes empiezan a sentir la necesidad de profundizar los métodos de lucha hasta entonces practicados. Incluido Raúl, que participa en conversaciones con otros dirigentes sindicales, de distintas organizaciones políticas e independientes, con el objetivo de crear un grupo coordinador con cierta capacitación técnica para desarrollar acciones armadas que generen una herramienta de ruptura con el sistema y un movimiento popular fuerte y combativo. Finalmente, Sendic integra a varios trabajadores arroceros, remolacheros y cañeros aglutinados por él en su experiencia de sindicalización.
En 1962 nace del reciente matrimonio con Nilda Rodríguez su primer hijo, también llamado Raúl.
A mediados del año siguiente ocurre el asalto al Tiro Suizo en Nueva Helvecia, una acción en la que un grupo hasta entonces desconocido se alzó con algunos fusiles, carabinas y municiones que, pensaban, apoyarían la ocupación, planeada por los cañeros de Bella Unión, del latifundio improductivo de Silva y Rosas. Pero ocurrió que en la retirada uno de los vehículos que participó del asalto al club de tiro sufrió un accidente, volcó y desparramó la carga. En medio de la oscuridad de la noche, Raúl y otros dos compañeros recogieron las armas y abandonaron el lugar. Pero en la mañana aparecieron rastros.
Nilda está embarazada de tres meses de su segundo hijo, Ramiro, cuando Raúl se ve obligado a pasar a la clandestinidad. A partir de ese momento a Sendic se lo ve en todos lados; hoy aquí, ayer allá, en distintos lugares al mismo tiempo, en Paysandú, en Tacuarembó o en Artigas. Fue entonces que empezó a usar el nombre de “Bebe”. Mientras, el coordinador en Montevideo teje una red de compañeros para cubrirlo y esconderlo.
En poco tiempo, esa red de grupos solidarios independientes entre sí, pero vinculados por el coordinador, será la base de la estructura del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, que verá la luz promediando la década.
A los componentes de su personalidad Raúl sumó los objetivos esenciales de su lucha, sintetizados en la consigna de UTAA que apareció por primera vez en la marcha cañera de 1964, “Por la tierra y con Sendic”, y que unió su nombre a una reivindicación fundamental para nuestro país.
Los ásperos y fermentales años que se suceden en la vida del país tendrán en Raúl Sendic uno de los referentes más connotados. Otros dos hijos nacen en la clandestinidad, compartida ahora con Violeta Setelich: Jorge en 1966 y Alberto en el 69.
“Rufo”, como también lo conocieron algunos compañeros, pudo evadir a las fuerzas represivas hasta agosto de 1970 cuando es detenido, junto a parte de la dirección de MLN, en una casa del barrio Malvín. En octubre nace Carolina, la niña que concibe con Geny Itté, y a quien conoce recluido en la antigua cárcel de Punta Carretas. Un año después protagoniza una sorprendente y espectacular fuga con otros 110 compañeros.
Sendic fue siempre un militante querido por su sencillez y alegría. Y lo curioso es que conservó ese humor hasta en las situaciones más duras.
Después de años de lucha desde la clandestinidad en los montes o en la ciudad, cayó preso y gravemente herido. Una bala le atravesó el rostro, arrasando parte de su lengua. La convicción de sus ideales y la coherencia en la acción fueron irreductibles. Cuando los embates militares cercaron la organización, le aseguraba a sus compañeros que él no se entregaría. Sostiene la leyenda que cuando lo rodearon en una casa de la Ciudad Vieja, al iniciarse el enfrentamiento gritó: “¡Soy Rufo y no me entrego!”.
En 1973, tras el golpe de Estado, se endurecieron definitivamente las condiciones de su reclusión. Debió resistir las más difíciles circunstancias en su nueva calidad de rehén de la dictadura, rotando por cuarteles, en algunos de los cuales, como en Durazno, se le mantuvo encerrado en un aljibe convertido en celda de paredes húmedas, que con frecuencia se inundaba. Igual se permitía ironizar sobre sí mismo; en carta a su hermana Alba se disculpa: “Disculpá lo confuso de la letra pero te queda el consuelo que peor es entenderme hablando”.
Recién después de años de aislamiento (observará el lector que entre julio del 73 y marzo del 81 no hubo correspondencia con su familia), su hermana Alba pudo visitarlo. De regreso a su casa le escribió lo siguiente:
“Quiero escribirte una carta en la que pueda decirte lo que siento y cómo me siento, pero al mismo tiempo quiero que no haya una doble interpretación de mis palabras por las personas encargadas de censurar la correspondencia; veremos si lo consigo.
Son las 12 de la noche del mismo día que te vi. No puedo ni quiero borrar tu imagen en mi mente, no por impresionada sino por dolorida e impotente al ver todo lo que habrás sufrido solo, ayudado únicamente por tu gran voluntad.
Hoy, al ver tu cara con sus huellas de lucha por un ideal, pienso cuántas cicatrices, cuántos deseos postergados, cuántos dolores, cuántas soledades han rodeado tu vida y me siento pequeña y siento deseos de acompañarte más.
Tú sabes que físicamente he podido estar muy poco contigo, pero espiritualmente siempre estoy a tu lado.
Pienso que la vida no puede ser tan injusta contigo, que has pasado más de la mitad de la tuya queriendo dar a los demás una tranquilidad y un ideal que has tenido la valentía de llevar adelante.
El que tengas razón o no, el futuro lo dirá; ese es otro tema que no quiero tocar, porque no sé si sería imparcial en este momento. Quiero hablarte como hermana, de mis sufrimientos como tal, de mi impotencia ante un hermano muy querido, al que no he podido acompañar tanto como quisiera y que piensa seguirá sufriendo solo.
Creo que por ser el menor y yo la mayor, te he considerado como un hijo. Por lo tanto sufro por ti doblemente: como hermana y como madre. No quiero que pienses que esto es una queja; todo lo contrario, siempre estaré cerca de ti física o espiritualmente.
Esto es un alto para meditar un poco y meditar sobre tu vida, sobre nosotros, sobre nuestros padres. Nunca te he escrito una carta tan deprimente, pero qué caray, yo también tengo derecho a llorar, y aflojar algo los nervios que desde el día que caíste hasta hoy están de punta.
Creo que me estoy poniendo vieja y sentimental, pero pienso si todos tus sacrificios y dolores físicos compensan…
La próxima semana vuelvo a escribir, entre lunes o martes. El miércoles volví para darte un beso, pero tú no estabas; hoy va un beso grande. Alba”
En las cartas de la prisión el lector encontrará no sólo referencias –como hemos dicho– a múltiples aspectos de la vida de Raúl y de su entrañable familia, sino observaciones sobre la naturaleza o el género humano. Y podrá admirar la enorme fe en el ideal y la capacidad de mantener hasta algunas alegrías en medio del infierno.
Al recuperar la libertad Raúl siguió hasta el final de su vida en 1989 –precipitado por las extensas etapas de sufrimientos carcelarios– apuntando a la lucha por la tierra, por la libertad y por una salida a la uruguaya para nuestro pueblo.

Nota: (1). Ocupación de un ingenio azucarero.
Letraeñe Ediciones /Mayo de 2007
Ilustraciones de María Luisa Casares
Diseño de portada e interior: Tania CasaresCOMCOSUR AL DÍA / AÑO 21 / Nº 2247 / miércoles 29.04.2020