Por Manuel Cabieses Donoso (10 de marzo 2022) Publicado el Werken Rojo.Chile 11.03.22
Vivimos un período favorable para acometer –por fin- la reestructuración de la Izquierda social y política de Chile. Y no podemos perder esta oportunidad que puede ser pasajera.
Las fuerzas conservadoras (no olvidar que la alternativa fascista logró el 44% de los votos en la reciente elección presidencial) se están reorganizando. Su objetivo: frustrar la apertura democratizadora que significan la Convención Constitucional, el gobierno del presidente Boric y -sobre todo- el movimiento de masas independiente destinado a protagonizar este período.
El eje central del enfrentamiento entre el conservadurismo y las fuerzas del cambio será la Constitución Política democrática.
La Convención Constitucional está ahora merced del bombardeo de la artillería mediática. La desinformación y la mentira disfrazadas de “periodismo” tratan de convertirnos en una nación de borregos. (Día llegará en que el derecho a la información será reconocido como una función social que no puede ser manejada por oligarcas nacionales o extranjeros).
La Convención probablemente necesitará un tiempo adicional para cumplir su tarea. Se ha enredado en palabras que oscurecen las ideas. Eso es comprensible. Es primera vez que más de cien hombres y mujeres elegidos por el pueblo –en paridad de número-, viven la experiencia de redactar la Constitución Política de Chile. El amasijo de demandas, sueños y frustraciones acumuladas se disparan al reino de la utopía. Esto es sano y saludable: decanta posiciones en un ejercicio democrático que hará historia. Pero se requiere lo más difícil del debate: la capacidad final de síntesis. Ojalá la nueva Constitución logre resumir en un texto sencillo –al alcance del ciudadano común- los principios y normas que generarán leyes e instituciones de la nueva República.
En defensa de la Convención y su Constitución democrática es posible reorganizar las fuerzas del pueblo y forjar la Izquierda chilena del siglo XXI.
La ausencia de una Izquierda social y política que oriente las luchas populares, facilita el matonaje mediático de la derecha. Deja a la intemperie a la Convención y permite que el nuevo gobierno se proponga navegar en las mismas aguas del neoliberalismo de estas décadas. La composición política del gobierno del presidente Gabriel Boric no guarda mucha diferencia con el gobierno socialdemócrata de Bachelet II. Reúne los mismos partidos (salvo la DC) e incorpora al Frente Amplio que se inspira en la social democracia europea, sacudida hoy hasta sus cimientos por la guerra demencial que impulsan EE.UU. y su brazo armado, la OTAN. Hay un vínculo ideológico innegable entre Boric, Michelle Bachelet y Ricardo Lagos. Líderes políticos que marchan a la zaga del tambor mayor de Washington aunque sin caer en los extremos penosos de Piñera en Cúcuta o humillando la bandera de Chile en su cita con Trump en la Casa Blanca.
Boric fue ajustando su programa y compromisos de candidato a los vaivenes de la campaña. La democracia liberal convierte los programas en papel atrapa-moscas que caen pronto en el olvido. El programa original de Boric contemplaba “una verdadera igualdad de poderes” (sic) entre empresarios y trabajadores. Los directorios de las grandes empresas tendrían “una participación de las y los trabajadores equivalente a la representación que tienen las y los accionistas…” (1). Tan loable como ingenuo propósito –inspirado en el capitalismo popular de países europeos- se esfumó al primer rezongo de los grandes empresarios.
El programa sufrió sucesivos ajustes para enfrentar la primaria y luego la primera y segunda vuelta presidencial. Desde la versión original del programa a su discurso como presidente electo el 15 de enero en el Encuentro Nacional de la Empresa (Enade), hay un trecho largo. Según El Mercurio esa exposición de intenciones ante el gran empresariado dejó “una buena impresión en los asistentes”. Así lo confirmaron Juan Sutil, presidente de la poderosa Confederación de la Producción y el Comercio, y demás dirigentes. La guinda de la torta para el paladar empresarial fue la composición del Gabinete. Sobre todo el nuevo ministro de Hacienda, Mario Marcel, ex presidente del Banco Central, considerado una garantía de respeto a las bases del modelo económico. Pero el nuevo gobierno es un castillo de naipes porque las piezas políticas que lo componen están deslegitimadas. Varias sólo son vulgares agencias de empleo.
La victoria electoral de Boric, sin embargo, fue celebrada con auténtica alegría por un pueblo que ese día propinó una derrota mayúscula al fascismo. Sin duda Gabriel Boric (36 años) y sus camaradas del Frente Amplio son una nueva generación de administradores del Estado no contaminada por la corrupción. Eso crea el ambiente de simpatía y expectativas que rodea la fase de instalación del gobierno. Se trata de un capital de confianza que permitiría al presidente Boric y su gobierno contar con una base social de apoyo importante. Esto en la medida que sean capaces de alimentarla con hechos pues ha llegado la hora de empuñar la guitarra. El problema de la nueva administración consiste, precisamente, en su excesiva carga de expectativas y demandas sociales. Sin mencionar temas lacerantes como la heroica lucha del pueblo mapuche, el dramático aumento del déficit habitacional (ya suben de mil los campamentos y tomas de terreno), la descomposición asombrosa de los altos mandos militares y policiales, los estados de excepción en La Araucanía y en la frontera norte, el desborde de la delincuencia, etc., etc.
La construcción de un movimiento social y político independiente –de trabajadores, mujeres, pobladores, estudiantes, pueblos originarios, ambientalistas- que apoye el propósito de la Convención de cuajar una Constitución democrática y avanzada en lo social, y que a la vez empuje al gobierno del presidente Boric a respetar la movilización popular y atender sus demandas, tiene una gran oportunidad de desarrollarse con vigor.
Es deber de la Izquierda dispersa y atomizada no dejar pasar la ocasión que brinda la historia para rehacerse en la dimensión ideológica, política y social del siglo XXI. La acción revolucionaria actual consiste en volver a cabalgar la lucha de clases en marcha.