ISRAEL, ISRAEL, UBER ALLES…

Garabed Arakelian

EL título es una adecuación del “Deutschland Uber Alles in der Welt”, que en una traducción libre, significa: “Alemania, Alemania por encima de todo”. Letra y música que acompañaron las pretensiones del Imperio Alemán primero y, posteriormente, la expansión del nazismo. En  la actualidad esto puede aplicarse al desarrollo del sionismo que, desde la autorización que brindó Naciones Unidas para la creación del Estado de Israel, 14 de mayo de 1948, se ha dedicado a desconocer y desvirtuar las otras partes integrantes de esa misma resolución que hablaba claramente de la creación de dos Estados.

En aquel momento la división del territorio palestino concedió el 56% del mismo a Israel, sin embargo, por ahora, ya tiene ocupado  más del 80% de esa superficie.

Hoy Palestina tiene la Cisjordania que incluye a Jerusalem oriental (6.000 km2 apx.) con 3 millones de habitantes y la franja de Gaza (360 km2 apx.) con una población de casi 2 millones de personas.   

Exitoso en el avance colonial, sin encontrar oposición armada que apenas lo intente, se debe reconocer que el otro éxito, no menos importante de Israel es en el terreno de la comunicación, que logró imponer a nivel internacional, que toda mención a este genocidio que está cometiendo en Gaza, no acepte sea calificado como tal y comience siempre haciendo referencia  al ataque perpetrado por Hamás el 07 de octubre de 2023, cuando la referencia obligatoria, el antecedente ineludible, deberían ser los casi 80 años  de acción colonial,  con todas sus consecuencias que desde su creación lleva adelante Israel en perjuicio del pueblo palestino y sobre territorio que no le pertenece.  En rigor a la verdad, toda referencia a la acción de Hamás debería presentarse con este antecedente de ocupación colonial. No como una justificación, pero sí como explicación de la situación que se comenta. En estos momentos, mientras se desarrolla el genocidio en Gaza y se espera una orden de “acción final” por parte de Netanyahu, han aparecido ciertos pruritos  en algunos sectores de la sociedad israelí y también de su ejército, preocupados por el “qué dirán” a nivel internacional que, deducen, dañaría aún más la ya deteriorada imagen del régimen democrático y pueblo preocupado por los principios humanitarios que se esfuerza en imponer Israel.

La situación guarda similitudes con la que se vivió en Europa, cuando días antes de invadir Polonia, el 22 de agosto de 1939 -y ante una preocupación similar a ésta que se detalla, por parte de algunos integrantes del generalato nazi-  Hitler les conminó a la acción con una pregunta directa: “¿quién recuerda hoy el exterminio de los armenios? Así sentenció el Führer, liberando a sus secuaces de todo sentimiento de culpa. Es muy posible que Bibi le diga algo similar a los suyos, pero en hebreo.

Hitler decía en aquella ocasión: “La meta de nuestra guerra no es simplemente ocupar territorios, sino la desaparición física de nuestros adversarios. He ordenado a mis brigadas especiales, matar sin miramientos ni lástima a hombres, mujeres y niños de origen polaco o pertenecientes al mismo grupo lingüístico. De esta manera únicamente podremos adueñarnos  de territorios tan vitales para nosotros”.

Esas consideraciones,  instrucciones al mismo tiempo,  son muy similares a las que impartió el gobierno de los Jóvenes Turcos para llevar a cabo el genocidio de los armenios allá por 1915. Su ejército estaba dirigido por los alemanes.

Los alemanes del Imperio, los de 1914, aspiraban llevar adelante sus ansias expansionistas, pese  a la derrota sufrida en la contienda bélica, aunque fuere por interpósita persona y la naciente burguesía turca que se aprestaba a tomar las riendas de su país  le servía para sus propósitos, ya que eran  coincidentes en la expansión territorial. Los turcos  tenían como objetivo establecer el “Gran Turán”, un imperio dominado por los turcos que se extendía desde Escandinavia hasta los confines del Lejano Oriente y una filosofía, el panturquismo que le daba vigor religioso, filosófico y racial a su concepción del mundo. Un pensamiento que entroncaba con el expansionismo nazi alemán.

Israel, al igual que Turquía, rechaza esa denominación de genocidio que no es solo un adjetivo, sino que lleva implícita una condena  que se aplica a los crímenes de lesa humanidad y tiene sanción jurídica como tal. 

No es diferente lo que está haciendo el sionismo desde la creación del Estado judío. Con el ejército como pilar fundamental de esta política, anexando tierras y expandiendo su poderío militar, el objetivo del “Gran Israel” diseñado por el sionismo sigue en marcha.

Turquía nunca recibió sanción alguna por el crimen cometido, Israel nunca reconoció la existencia del Genocidio Armenio (aunque reclama el reconocimiento de su Holocausto). Ambos Estados, mantienen, ocasionalmente, divergencias derivadas por el choque de sus intereses, pero en lo sustancial se apoyan y respaldan.

Por eso, merece atención particular lo sucedido el  7 de octubre del 2023, pues no puede pasar inadvertido al más somero análisis. ¿Cómo fue posible que el ataque de Hamás, se hubiera llevado a cabo sin que la inteligencia israelí detectara los preparativos del mismo, aunque, como lo consigna la periodista Nazanim Armanian, “Varios meses antes del ataque de Hamás, las tatzpitanit -reclutas designadas para vigilar la frontera con Gaza-, habían informado a sus superiores, todos varones, de extraños ejercicios miliares de la organización palestina. El desprecio de los mandos a las advertencias no se debió sólo al sesgo sexista instalado en el poder (pues Egipto también les había informado), sino a que, quizás a Benjamin Netanyahu, el Primer Ministro perseguido por la ley y por cientos de miles de ciudadanos que cada sábado pedían su cabeza, le interesaba que sucediera, y así poder exportar la crisis interna, algo que ha conseguido.” Interesante dato que merece estar en vigencia para el análisis.

En el primer momento la sociedad israelí dirigió severas  críticas a esa falla de su “inteligencia” militar y sus derivados  que dominan la vida  del país y de la cual, se sienten orgullosos los sionistas, y se habló de una “falla” en el sistema. Pero muy rápidamente se cerró el tema: no hay falla, el prestigio se mantiene  y queda un solo responsable: Hamás.  Pero, si las advertencias realizadas no se tuvieron en cuenta y no hay explicación para la “falla”, cometida o producida,  es válido sustentar la teoría de la connivencia

Si Hamás es, lo que dicen que es los mismos israelíes, no resulta difícil aceptar esta tesis que lo muestra como “funcional” a los intereses que dice atacar.

Pero lo cierto es que ese ataque perpetrado sirvió de maravillas a la política particular de Natanyahu con su propósito de modificar el funcionamiento del Poder Judicial y avanzar en las definiciones de la guerra colonial que mantiene el Estado sionista. Decenas de miles de israelíes, salieron a la calle semana tras semana, para rechazar  sus intentos de modificación constitucional, pero se acallaron las quejas ante el golpe dado por Hamás que concentró en su perjuicio los rechazos  al proyecto sostenido por Natanyahu. 

Desde la creación de Israel los sionistas han llevado adelante una política de colonización que apenas se analiza  sale a luz que no es solo la respuesta a los intentos defensivos de los palestinos, sino que estas sirven muy bien para  el plan de “israelizar” toda Palestina y, si se puede, más allá de esas fronteras. Es el objetivo del Gran Israel que sustenta el sionismo.

Como antecedentes de esta situación no pueden olvidarse los casos de Sabra y Chatila  en el campo de refugiados palestinos en Beirut, 16-18 de setiembre de 1982, hasta donde llegó la larga mano del sionismo que armó a la Falange cristiana del Líbano para cometer la página de  horror que, por ser nueva, no soportó los propios reclamos de los israelíes e hizo tambalear a Ariel Sharon. Alberto Cortés le dedicó una hermosa canción de homenaje que fue acallada casi que totalmente mediante los mecanismos de dominio de los medios de comunicación y no quedó un mínimo recuerdo de dicha tragedia. Ni tampoco puede quedar en el olvido la tragedia de Jenín -al norte de Cisjordania- que el jefe de la misión de las Naciones Unidas en Jerusalem, Terje Roed-Larsen, describió en The New York Times del 24 de febrero de 2002 como algo “moralmente repugnante” y sentenció que “combatir el terrorismo no da carta blanca para matar civiles”.

El ministro de Relaciones Exteriores de Israel  de aquel momento, calificó la operación como “masacre” y se mostró preocupado por el efecto que ello tendría sobre la opinión pública internacional. Algo que en aquel entonces aún lograba poner coto a  los desmanes furibundos de  la derecha israelí. Hoy no queda nada de eso. Los voceros de las Naciones Unidas dicen que “Netanyahu ya no escucha a nadie”. Lo que significa reconocer la incapacidad de la ONU y al mismo tiempo aceptar que habrá genocidio y exterminio total.

Obviamente esto no puede tratarse como una lucha entre buenos y malos. Detrás de la  acción criminal hay una concepción política al servicio de los poderes concentrados de las elites centrales del capitalismo mundial. Israel es parte preponderante de ese sistema.

Durante varias décadas la dominación colonial sobre el pueblo palestino tuvo como objetivo su contrapartida de saqueo y explotación, proporcionando mano de obra barata y marco adecuado para la apropiación de las riquezas naturales. En aquellos tiempos, la cotización de los palestinos  ante la sociedad judía  se definía como una molesta, pero necesaria y bienvenida  mano de obra barata, pero hoy  en día la ecuación ha variado pues los palestinos con sus créditos históricos de pertenencia al lugar y la milenaria cultura de la que son portadores, se han convertido en un factor negativo, sumamente  negativo, pues  ya no son necesarios y pueden muy bien ser eliminados, y ser suplantados por oleadas de migrantes que están dispuestos  a trabajar bajo mandato israelí. Y son además material fácilmente desechable y sustituible.  Están de sobra: se usan y se dejan. En una palabra, son cosas, objetos en el mejor de los casos y son descartables. Las palabras oficiales de una señora ministra israelí, expresando su alegría y complacencia por el exterminio de los niños palestinos, son una de esa pruebas irrefutables de la valoración  que desde niveles oficiales de Israel  se hace respecto a otros seres humanos. Los alemanes hicieron eso mismo en su proyecto de exterminio. Y provoca nauseas recordarlo y transcribir esas torturas y sus fundamentaciones racistas.

El segundo cambio es que ahora el objetivo no es poblar, sino todo lo contrario, pues los capitales a instalarse quieren la tierra limpia, sin problemas. Hay gente de sobra y lo que  interesa es  la posesión de la tierra rasa. Los genocidios ayudan a eso, a aliviar la cargosa presión de la gente que si bien solo aspira a comer, de cualquier manera, resulta molesta. Los genocidios sirven para encauzar la catarsis de las tropas y sus tropelías. Atrás, el sistema juega sus fichas y no se detiene en la masacre: busca la seguridad de que lo que está exterminando no se reproducirá.

El derecho a la rebelión que ejercieron los judíos  representantes del incipiente sionismo imperial, los llevó a levantarse en armas e intentar de esa manera, sabotear a las fuerzas ocupantes de lo que consideraban era su suelo natal. Ben-Gurión y algunos más no dudaron en dinamitar puentes, edificios y carreteras para expresar su rechazo al poder colonial  de Inglaterra que, en aquel momento, los calificaba de “terroristas”.

Hoy, un pueblo que vivió  los horrores de un genocidio, al que ellos llaman Holocausto, comete ese mismo delito sobre otro pueblo al que ha saqueado y vejado, fundado en su filosofía de la superioridad racial.  Era el mismo principio sostenido  por los nazis y con el que justificaron el genocidio de los judíos.

Israel ha dejado inerme y corrompido al pueblo palestino. Ha atacado selectivamente a los niños y a las mujeres valorándolas como medio reproductivo. Esos dos factores constituyen el 90 por ciento de las muertes producidas desde que comenzó el asedio sobre Gaza y eso coincide totalmente con la definición de genocidio que la ONU ha adoptado para definir lo que es un genocidio.

Rafael Lemkin, abogado,  judío polaco, fue quien propició esa definición que distingue el genocidio de la masacre, al poner el acento en la intención de exterminio, de liquidación total de la víctima y de sus posibilidades de reproducción y de permanencia en la memoria histórica. Tierra rasa significa eso y constituye el objetivo principal de los genocidas. Y tampoco se puede, como se pretende en este caso, igualar a agresores y agredidos. Mucho menos cuando los palestinos son semitas, sin lugar a dudas.