Por David Rabinovich
El presidente electo de Colombia, Gustavo Petro, prometió “un capitalismo democrático, regulado, con respeto al medio ambiente y a la dignidad laboral humana”. Posturas como esa, si fueran realmente instrumentadas hasta sus últimas consecuencias, serían una Revolución en la realidad de Nuestra América.
¿Política? Es el arte de lo posible, el de aceptar la existencia del otro, de negociar, de ceder para ganar o el de volver posible lo que parece imposible…
Cuando las personas se reúnen, discuten sus asuntos cotidianos para tomar decisiones al respecto, están ‘haciendo política’. Producto de ese debate se acuerdan o se imponen reglas que determinan también, quiénes participan y quiénes no, qué se discute y qué no. El ámbito de debate puede ser abierto, público, amplio; o restringido, por ejemplo, a quienes han sido electos como delegados para hacerse cargo de los temas políticos. Parlamentos, poder ejecutivo, órganos de justicia, todos con competencias en un territorio delimitado. Países, provincias, comarcas, ciudades o pueblitos son ‘administrados’ de forma más o menos democrática según el recorrido histórico que transitaron. En algunos países hay reyes y reinas, en otros emires, líderes populares, personajes con capacidad de incidir y decidir: jefes, guerreros, brujos, ancianos sabios… Empresarios poderosos. En todas partes hay masas trabajadoras y amplios sectores marginados. La relación de la gente con la economía, la cultura, los servicios públicos determina sus condiciones de vida; a menudo desiguales, injustas.
¿Poder o no poder? Quizá la política comience con un: “Votadme a mí que os prometo…” ¿O eso son las elecciones? Si la política tiene que ver con la disputa por el poder ¿de qué poder estamos hablando? De forma muy general supongo que la sociedad se divide entre ‘conformes’ y ‘desconformes’; sobre multitud de temas y en diversos grados de ‘conformidad’. ¿Será por eso tan complejo determinar el casillero adecuado para cada uno?
Existen conservadores: “Que es partidario de mantener los valores políticos, sociales y morales tradicionales y se opone a reformas o cambios radicales en la sociedad.” Aclara Google. Definición que sugiere la oposición de los revolucionarios, pero de esos parece que ya no quedan. Se modera el discurso para obtener el apoyo de los sectores medios…
Surge una pista importante: Para lograr hacer ‘reformas o cambios radicales en la sociedad’ y contemplar a tantos desconformes con el destino que les ha sido reservado, hay que poder cambiar la realidad y para ello hay que tener poder suficiente.
¿Qué es el poder? “Para las ciencias sociales el poder es la capacidad de un individuo (partícipe del poder político) de influir en el comportamiento de personas u organizaciones sociales.” (Gracias Google). El poder aparece, en las sociedades modernas, como fraccionado. Económico –empresarial o sindical-, militar, y civil -social o cultural… Excesivamente lo percibimos asociado a la imposición y al dominio; sin embargo, también se habla de poder popular y democrático. La lucha de clases que pone el marxismo en el centro del análisis, tiene que ver con la idea de que más allá de las infinitas variedades y diferencias entre los seres humanos, la organización de la vida en sociedades implica dominantes y dominados. Nadie inventó el enfrentamiento entre los que deciden y los amplios sectores subalternos obligados de una u otra forma a aceptar una vida que no quieren. La lucha de clases es consecuencia de las disputas por “poder”.
Democracia y representación. Los griegos inventaron la democracia, el gobierno del pueblo. No integraron a todos a la condición de ciudadanos, pero parece un antecedente válido. Se juntaban en el ágora, discutían sus asuntos y resolvían por mayoría. Eso dicen que funcionaba hace más de 2500 años. La democracia representativa es un invento más nuevo, nos viene de los romanos. “Es el tipo de democracia en el que el poder político procede del pueblo pero no es ejercido por él sino por sus representantes elegidos por medio del voto.”
Camino a lograr la hegemonía. Detentar el poder es un objetivo personal para algunos y colectivo para otros. Los balances del poder en el seno de una sociedad son complejos, delicados y, a menudo, precarios. Uno podría preguntarse cómo llegan al gobierno algunos ejemplares que dejan el sillón para ir a la cárcel. Un fenómeno demasiado frecuente en estas latitudes. Quizá parte de las respuestas esté en las organizaciones que operan en el seno de las comunidades con el fin de acumular poder en su propio beneficio. Suficiente poder como para imponer la hegemonía de un grupo o clase sobre el resto de las personas suele tener una base económica muy fuerte. ¿La concentración de la propiedad es el origen del poder? Porque no hay hegemonía que se sustente sin el dominio en el plano de las ideas. La ideología es una fuente de poder poderosa.
El individuo y la sociedad. La división del trabajo, la distribución de las tareas en función de la edad, el sexo, las habilidades, la fuerza, etc. es una práctica que viene del tiempo de las cavernas. Lo que puede discutirse es cuánto hemos progresado. Cuánto se han ‘humanizado’ esas relaciones. Es la historia de Robinson Crusoe y Viernes: Dos tipos en una isla rodeados de caníbales se encuentran y ayudan, pero el inglés es amo y el indio fiel sirviente.
¿Una nueva ola progresista? Y así vamos arribando al primer cuarto, del primer siglo, del tercer milenio en Nuestra América. Las revoluciones fueron sofocadas a sangre, fuego, torturas y desapariciones. De paso, por el mismo mecanismo fueron atacadas todas las organizaciones que tuviesen pretensiones de defender algún interés popular. Partidos de izquierda, organizaciones sindicales y sociales, religiones al servicio de los pobres… Todo subversivo y tratado como tal. Hace un ratito, a fines de los ‘80 del siglo pasado, intentábamos sacudirnos las dictaduras sanguinarias instaladas por el imperio y las elites locales. Hoy el cóndor dejó de volar. Se impuso el neoliberalismo y la deuda externa para que, también en nuestras doloridas repúblicas, todo quedara atado y bien atado. Las políticas de las derechas en el gobierno hicieron un daño enorme en nuestras sociedades. Enriquecieron a límites difíciles de imaginar a unas pocas familias y sumieron en una pobreza desesperante a masas inmensas que, en muchos países, votaron ‘contra de…’
Así se instalaron gobiernos ‘progresistas’ en buena parte del continente que cambiaron las condiciones de vida en algunos aspectos importantes para trabajadores y marginados pero no lo suficiente. ¿Será que se quiso querer pero no se pudo poder? La reacción fue una ola de gobiernos reaccionarios: Uribe, Piñera, Macri, Bolsonaro, Lacalle Pou… Las derechas fracasaron en construir un mundo a su mediada, eso no es posible en democracia. Hoy la marea ‘progresista’ sube de nuevo. Son nuevas realidades. Diferentes condiciones y exigencias. Las expectativas son otras. ¿Las realidades? Demasiado similares para mi gusto.
El secretario del Departamento de Estado, Antony Blinken, publicó el miércoles 20 de julio: “Los pueblos de Centroamérica merecen la oportunidad de crear una región más democrática, próspera y segura. Hoy, con la publicación de la lista de 2022 de quienes socavan la democracia o cometen actos de corrupción, apoyamos a quienes construyen un futuro mejor”. Una vez más, en esa lista “No están todos los que son, ni son todos los que están.” No es chiste que un personaje como ese, hable en representación de quienes son los ‘socavadores de democracias’ más grandes del mundo. Se erijan en líderes del ‘mundo libre’, los derechos humanos –que nunca respetaron- y adalides de una lucha contra la corrupción que no pocas veces fomentaron. Esa corrupción cuyos dineros mal habidos transitan por los sistemas financieros del capitalismo global ‘Made in USA’.