El Estado de Israel 70 Años de opresión y prepotencia

Escribe Fernando Aparicio *

Primera Parte

 “Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre”

Eso dijo en las Cortes de Cádiz, de las que saldría la Constitución española de 1812, un diputado indiano, descendiente de la Casta de los Incas. Aludía a que si el liberalismo español quería en medio de la guerra contra Napoleón, liberar a su pueblo del oscurantismo clerical, y del absolutismo borbónico, debía tratar a los habitantes de Indias como iguales. Los liberales españoles no se atrevieron a tanto. El resultado fue la ruptura entre la España peninsular y la americana, la restauración absolutista en la patria ibérica, la independencia de este continente….y su trágica “balcanización”.

El Estado de Israel presume de ser la única democracia de tipo occidental en el Oriente Medio. De ser sus ciudadanos personas libres en un entorno caracterizado por monarquías retrógradas (como la saudita), o dictaduras abominables como la de los Assad en Siria, o más maquilladas como la del mandamás egipcio Al Sissi. Esto resulta ser una de las principales “cartas de presentación” del Estado sionista, y de sus defensores a nivel planetario.

Si retrocedemos un siglo o más, cuando los grandes imperios coloniales coloreaban buena parte del globo, las metrópolis europeas eran por entonces ejemplos de sociedades democráticas. La monarquía británica, holandesa o belga, o la república francesa, no eran por cierto despóticas tiranías…..para sus respectivos ciudadanos. Pero al mirar cómo se comportaban aquellos ejemplares estados democráticos en África o Asia, el panorama cambia drásticamente. Malayos, indonesios, congoleños y argelinos pueden dar fe de lo que para ellos representaron aquellas democracias europeas.

Otra de las cartas de presentación del estado israelí, es el de que con su existencia, salvaguarda a los judíos de un nuevo holocausto, como el producido por el nazismo en la Europa ocupada en la década de 1940. El mundo (o eso tan lábil a lo que llamamos “opinión pública”) se estremeció en 1945, cuando comenzó a tenerse real idea de la ferocidad genocida de la “solución final”.

Por último, el sionismo en general, y su entidad estatal, hacen hincapié en su derecho a defenderse, hoy con respecto al terrorismo palestino, como antaño lo hizo de los estados árabes vecinos y hostiles.

Detengámonos y analicemos cada una de estas “cartas”, que el sionismo viene barajando con éxito desde hace muchas décadas. El movimiento sionista, en tanto objetivo de retornar a la “tierra prometida”, luego de dos mil años de diáspora, se organiza a partir de 1896 y lo hace a partir de la conclusión de ser la única forma de detener la milenaria persecución y segregación que los judíos europeos experimentaban en el mundo cristiano, ya fuese católico, protestante u ortodoxo. La historia de persecuciones y humillaciones es escalofriante desde la expulsión de los judíos, y también de los musulmanes, de la España de los Reyes Católicos a los “pogromos” de la Rusia zarista. En medio, prohibiciones en materia de oficios, estudios, cargos públicos, propiedades inmuebles y un larguísimo etc. La “tierra prometida” por entonces -fines del siglo XIX- formaba parte de las provincias árabes del imperio turco-otomano. Su población era mayoritariamente árabe-musulmana, cuya presencia allí puede situarse, al menos, en más de mil trescientos años.

El plan sionista consistía en ir poblando ese territorio con pequeños grupos de judíos europeos. La presencia de la autoridad turca no facilitaba por cierto este proyecto. Pero al estallar la 1ª Guerra Mundial, el Imperio Otomano se alineó con las Potencias Centrales, y por ende, en contra de Gran Bretaña y Francia. En los inicios del siglo XX, la riqueza petrolera de vastas zonas de Oriente Medio, acrecentó el interés occidental por ampliar su dominio sobre la región. Mientras los británicos azuzaban a varios jeques árabes para que se sublevasen contra los otomanos, prometiendo su apoyo para la creación de estados independientes (a modo de ejemplo recordemos la célebre misión de “Lawrence de Arabia”), el movimiento sionista se movía en occidente buscando apoyos para la colonización judía en Palestina. En 1917, la Declaración Balfur (emitida por el ministro de RREE británico)  prometía considerar la posibilidad de un “hogar” judío en una Palestina arrebatada al Sultán de Constantinopla. Fórmula ambigua pero inteligente.

A partir del fin de la Gran Guerra, Francia y Gran Bretaña se repartieron a su gusto el Oriente Próximo. Líbano y Siria bajo control galo, Palestina, Transjordania, Irak y la península arábiga en manos británicas. Todo bajo el teórico “mandato” de la recientemente creada Sociedad de las Naciones.

Lo árabes (al menos muchos de ellos), vieron frustrados o postergados sus afanes independentistas. Palestina bajo “mandato” británico (1917-1947) vio llegar diferentes contingentes de judíos procedentes de Europa, quienes compraban tierras y se establecían en comunidades (Kibuts). Los británicos intentaban desalentar esa llegada, conscientes de la tensión que ello generaba en la población árabe-palestina. ¿Debían los árabes-palestinos observar sin prevención la llegada de inmigrantes, que no pretendían integrarse simplemente al territorio y a su población pre-existente, sino como lo proclamaba el ideal sionista construir un Estado propio, para lo cual debían ellos resignar parte de su tierra ancestral?

El argumento base del sionismo es el derecho judío derivado de su dominio territorial dos mil años atrás. ¿Extensión del concepto de “pueblo elegido”?

En suelo palestino los judíos inmigrados comenzaron a organizarse en forma para-militar, para defenderse de eventuales incidentes con la población árabe y para enfrentar a las tropas británicas, en tanto la política de Londres no favoreciera las pretensiones del movimiento sionista internacional. En ese panorama se desencadena la 2ª Guerra Mundial, y en su curso se produce el holocausto, con su saldo de seis millones de judíos europeos asesinados. Finalizada la guerra, sensibilizada la opinión pública internacional por lo sucedido, el sionismo encontró un escenario potenciado para alcanzar sus aspiraciones. Muchos gobiernos europeos, en el marco de la ONU, encontraron en el apoyo a la creación de un Estado judío en Palestina, una buena manera de soslayar las complicidades de autoridades de sus respectivos países durante la ocupación nazi. La práctica de deportación de judíos hacia los campos de exterminio, no fue ejecutada únicamente por alemanes, y se cimentó además en una acendrada cultura de prejuicio anti-judío. La mala conciencia europea podía lavarse a expensas de los árabes-palestinos, como en breve se vería.   

El drama de cientos de miles de perseguidos y desarraigados, que pugnaban por llegar a una Palestina bajo mandato británico, condujo a la violencia. Marina, ejército y policía británicos intentaban frenar la inmigración. El Haganná y el Irgun (formaciones sionistas para-militares) intensificaron sus acciones armadas anti-británicas. Incluyeron acciones típicamente “terroristas”, como lo fue la voladura del Hotel Rey David, en donde murieron decenas de funcionarios británicos.

Debilitado su poder en la posguerra, Gran Bretaña quiso quitarse el candente problema incubado en Palestina. Se lo transfirió a la naciente ONU. A fines de 1947 surge el “plan de partición”. Un Estado árabe y otro judío. En este último podría permanecer la población originaria árabe. Los grandes vencedores de 1945 (incluida la URSS de Stalin), apoyaron el plan. Quienes lo apoyaban (como el gobierno uruguayo a través de su embajador en la ONU, Rodríguez Fabregat), parecían ignorar que la “partición” implicaba para los árabes-palestinos, renunciar a parte de su ancestral territorio.     

Ellos que por cierto no habían promovido ni instrumentado el holocausto, tenían que hacerse cargo de él. Paradoja histórica.

Los árabes-palestinos no podían ver como justa la “partición”. Los países árabes vecinos (Líbano, Jordania, Siria y Egipto) los instan a impedir su creación. Desde mayo de 1948, cuando Israel proclama su “independencia” (es decir la creación como Estado) hasta comienzos de 1949, se desarrolló la guerra que los israelíes denominan como tal, mientras los palestinos la llaman “La Catástrofe”.

La victoria israelí en la guerra contra los países vecinos, se cimentó en dos pilares: la superioridad militar ante la ineficiencia de la coalición árabe, y la expulsión de cientos de miles de palestinos del naciente Estado judío. La versión oficial (insostenible hoy en día) argüía que los árabes abandonaron sus hogares y tierras “voluntariamente”. Colosal mentira. Fueron violentamente expulsados: esa era la primera fase de una verdadera “limpieza étnica”. Setenta años después, el Estado de Israel le niega a los descendientes de aquellos expulsados el derecho a regresar a sus tierras, mientras justifica y alienta la llegada de judíos a Israel, desde EEUU, Argentina, Uruguay o la ex Unión Soviética.

Los dos estados previstos por la “partición” de 1947, compartirían la sagrada ciudad de Jerusalén. Su parte occidental para Israel, su sector oriental para el Estado palestino. La guerra y la victoria israelí, impidieron la creación del segundo de esos estados. Los territorios destinados a él, quedaron bajo control de dos países árabes vecinos: la Franja de Gaza bajo autoridad egipcia, y Cisjordania bajo tutela jordana. Jordania también se hizo cargo de la parte oriental de Jerusalén.

Sobre la mentira del voluntario abandono de sus aldeas por parte de los palestinos, supuestamente para boicotear el plan de “partición” y, sobre su victoria militar, el sionismo creó su Estado y más de un millón de palestinos quedaron como refugiados en Gaza, Cisjordania, Líbano, Jordania y Egipto.

Punta de lanza del neocolonialismo occidental, en 1956 cuando a raíz de la nacionalización nasserita del Canal de Suéz, Francia y Gran Bretaña agreden militarmente a Egipto, encontrarán en Israel un aliado bien dispuesto a invadir el Sinaí egipcio. El Estado sionista era colonialista en Palestina, y neocolonialista como enemigo del legítimo nacionalismo árabe.

La cuestión palestina y el papel cumplido por Israel en la “crisis de Suéz” de 1956, condujeron al nasserismo a adoptar una actitud de suma beligerancia frente a la entidad sionista y un drástico objetivo: “arrojarlos al mar”.

A comienzos de la década de 1960, la lógica de la Guerra Fría se había instalado de lleno en el conflicto árabe-israelí. Egipto desde mediados de la década anterior, y Siria a partir de 1958, fueron alineándose en la política internacional promovida por el bloque soviético. En 1964 algo de suma importancia haría irrupción en el escenario palestino. El surgimiento de la Organización Para la Liberación de Palestina (OLP), aglutinando a tres formaciones político-militares: Al Fatal, el Frente Popular Para la Liberación de Palestina y el Frente Democrático Para la Liberación de Palestina. Surgen y se desarrollan con tres características: nacionalismo palestino y tintes socializantes (las dos últimas), disposición a emprender la lucha armada, y totalmente laicas. El pueblo palestino tenía ahora sus propios portavoces, no debiendo depender de los gobiernos árabes vecinos para hacerse oír en la escena internacional. (Continuará)

 

 * Egresado del IPA. Estudios en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (México). Docente de bachillerato en Educación Secundaria e instituciones privadas. Ex docente del Departamento de Historia Americana de la Udelar. Co-autor de Amos y Esclavos en el Río de la Plata (2006), y de Espionaje y Política (guerra Fría, Inteligencia Policial y Anticomunismo en el Sur de América Latina 1947-1961) 2013. Autor de Basilio Muñoz: Caudillo blanco entre dos siglos (1980), y de La Construcción del Puerto de Montevideo: el definitivo ingreso a la modernidad (2010).