Por Garabed Arakelian
Estas cosas que analizo a continuación suceden sin que uno se lo proponga. Es que el cerebro tiene sus propias reglas, y además calles, avenidas, pasajes y cortadas por las cuales transita el pensamiento a veces calmo y ordenado, y en otras travieso e incorrecto, saltando de un lado hacia otro cuando de pronto y sin quererlo, aparece la asociación de ideas. Fue lo que me pasó. Es que cuando sabes algo de un Luis, aunque sea lejano en el tiempo y el espacio, y de pronto surge otro,-más cercano en el tiempo y el espacio, y lo tienes casi como al alcance de la mano- sin quererlo comienzas a hacer las comparaciones del caso para ver, por lo menos, las diferencias.
A mí se me reveló la asociación de ideas cuando ví, a través de la redes, a nuestro presidente Luis Lacalle Pou, manducando con buen ánimo diversos y abundantes alimentos en compañía de otras personas que compartían,, afanosas y entusiastas, el mismo menester. Al mismo tiempo, pues era en vivo y en directo, el mandatario le reclamaba a la gente que tuviera responsabilidad.
Ahí fue que recordé a aquel otro Luis comiendo en público y brindando un espectáculo al hacerlo. Contemplado y venerado por la Corte, el clero, los nobles y los militares, ociosos y aburridos todos ellos, sin razón de existir y cargados al presupuesto del reino. Fue ahí que saltó a mi memoria el Luis XIV de Francia, nacido el 5 de setiembre de 1638 y muerto el 1º de setiembre de 1715, el hombre vivió 77años, lo que es una eternidad para aquellos tiempos. Se sacó las ganas de vivir y algunas otras cosas que se le fueron dando sin que hiciera esfuerzo porque sin antecedentes laborales de ningún tipo comenzó a hacer sus aportes a la caja de jubilaciones en calidad de rey cuando apenas tenía cuatro años como consecuencia del fallecimiento de su padre, Luis XIII.
Claro que, hay que reconocerlo, tuvo dos maestros que lo guiaron. Nada menos que dos cardenales que cantaban alto: Mazarino y Richelieu, decididos a sacarlo bueno, pues vieron que el muchacho tenía madera apta para el cargo de rey. Con 13 años, en1651, fue declarado mayor de edad, gestionó la licencia para conducir y fue coronado Rey de Francia.
Impuso su cargo, su figura y su persona por encima de todo y de todos. No anduvo con remilgos en auto proclamarse como el Rey Sol, se consideraba atractivo e in-. teligente. También era vanidoso y altivo. Advirtió desde el comienzo a todo el mundo que no se firmaba un papel, no se tomaba un funcionario y no se modificaban las tarifas sin su consentimiento previo, así fuera resorte de los entes autónomos de su época. Ese fue el llamado período absolutista.
Tuvo sus rasgos muy personales. Le gustaba la guerra y no tenía reparos en entrar en conflicto con vecinos, parientes y allegados para conquistar cualquier pedazo de tierra. Logró tener el ejército más grande y poderoso de Europa y en ello se basó para llevar a cabo sus pretensiones expansionistas. Su ministro de Finanzas fue Colbert, algo similar a Arbeleche o Alfi- que aplicaba impuesto tras impuesto y hambreaba al pueblo, para mantener a la soldadesca y sus jerarquías. Por eso lo recordaron, divertidos pero sin cariño, trovadores y murgas de su época.
En sus emprendimientos bélicos Luis XIV a veces tuvo buena fortuna y en otras no tanto. Más bien fracasos rotundos cierran el balance de su gestión. Si bien se dice que guerreó, en verdad él no iba a esas batallas. Se reservaba para los actos de gobierno que entendía más aptos para su prosapia, entre tanto se dedicaba a atender sus amantes, queridas y cortesanas de todo tipo y linaje. Dicen quienes le alaban sin coto que entre sus muchas colaboraciones se debe considerar el aumento del índice de natalidad. En aquellos tiempos Francia tenía contabilizados 19 millones de habitantes. Pero su aporte no fue de esa magnitud. En ese sentido, y con la perspectiva del tiempo se comprueba que fueron muchísimos lo franceses que murieron en las acciones bélicas, y muchos otros dejaron de existir a causa de enfermedades y hambrunas. Y además, en lo individual, pese a su prolífico desempeño, los hijos se le murieron casi todos desde muy jóvenes. Como se ve no fue significativo su aporte al desarrollo demográfico.
El Rey Sol, era de mediana estatura, petizón diríamos, pero eso no le provocó, al menos en sus años juveniles, ningún sentimiento de inferioridad. Lo disimulaba y superaba con sus pelucas enormes -que ocultaban también su incipiente calvicie- y su calzado de taco alto, no el Luis XV que vendría después, y tampoco el “taquito militar”, mucho más contemporáneo, que usaron los taitas rioplatenses para “destacarse” al ritmo del tango o la milonga, sino unos más compactos que los ingleses llamaron “trotters” pero que a él le levantaban la figura unos 10 centímetros cuando se agregaban al complemento del pelo postizo. Es que él se veía bello y elegante, pura vanidad. Y además se lo decían todas las mujeres –casadas o no- y cuando salía a la pista- porque preciaba de danzarín, se hacía rueda para verlo bailar. Hay que reconocerlo, era, pese a su vida apoltronada dueño de una buena figura y podríamos decir que era un gordito elegante. Salía de caza, jineteaba, caminaba mucho. Como se ve casi todos deportes terrestres pues en aquella época no se conocía el surf. Pese a ese trajín las crónicas dicen con seriedad, que comía con ganas. Claro que por más ganas que tuviera, ningún ser humano podía deglutir las decenas de platos que todos los días se ponían sobre la mesa para el almuerzo, la merienda y la cena, esta sí la fiesta mayor del masticado real. Era un desperdicio total y repugnante pero constituía al mismo tiempo un espectáculo verlo comer con la Corte reunida a su alrededor. Afuera, en las calles la hambruna era terrible. Muy raramente invitaba a alguien. Dicen que una vez hizo sentar a Voltaire en su mesa.. Era un espectáculo si, sobretodo porque con graciosas y educadas maneras comía con los dedos pues los cubiertos de mesa recién comenzaban a aparecer, él no los sabía usar y era receloso respecto a ellos.
No lo volteó ninguna revolución ni movimiento de protesta. El pueblo quería a su rey pero odiaba a la nobleza. Ofrendaban su vida por la gloria de su rey. Combatían y quienes los dirigían eran los mismos a quienes odiaban. Pero entonces como ahora no advertían esas similitudes y relaciones.
Los tiempos cambian y las sensibilidades se hacen distintas. El absolutismo monárquico pretende subsistir aunque bajo formas republicanas. Pero la vanidad. y la obcecación siguen siendo armas de las clases dominantes para imponer sus criterios, para justificar desigualdades y explicar pretendidas superioridades. También el pueblo ha variado en su sensibilidad, aunque no totalmente, pero hoy siente asco ante las manifestaciones sociales de la oligarquía, las rechaza y lentamente va construyendo su entendimiento de la realidad.
Eso es lo que recordé cuando ví el video de los que comen pero no dejan comer.