Por Hugo Tuyà
El encuentro de la ciudadanía con el referéndum del 27 de marzo próximo ha removido la inercia habitual en los meses veraniegos y ha motivado la puesta en marcha de los motores discursivos y con ellos, los consabidos debates que determinados operadores políticos manejan como un elemento "sine qua non" -particularmente cuando no están bien posicionados electoralmente- para dirimir posiciones encontradas y, por lo alto, en forma consciente o inconsciente, generar para los medios un innegable e inmejorable "rating", sobretodo televisivo, que haga olvidar, en cierta forma, la abigarrada grilla dedicada a temas banales que se mueven al filo de la alienación intelectual, teniendo a los informativos como única señal de mantener informada a la población en horarios puntuales.
La "panelización", un formato muy de moda, abordando el punto de vista de opinólogos sobre cuestiones del momento, no constituyen nodos de información objetiva, teniendo en cuenta el inocultable sesgo político partidario de los panelistas elegidos con antelación, aunque puede ser útil el ángulo de enfoque de cada quien. Los paneles lucen como foros de discusión "democrática", aunque conllevan el objetivo comercial de la búsqueda del "rating" como punto de partida para beneficio del medio.
Los debates políticos, como forma de comunicación directa hacia el ciudadano tienen antecedentes lejanos, casi legendarios, como lo fue el realizado entre John Kennedy y Richard Nixon con motivo de las presidenciales de 1960, que se considera una joya para analistas y observadores desde aquellos tiempos pero con un "timing" adecuado, es decir minutos de exposición, como para que cada candidato pudiera desarrollar sus ideas. A nuestra escala también puede ser recordado el sostenido en 1980 entre los representantes de la dictadura y los doctores Tarigo y Pons Etcheverry esgrimiendo estos últimos una sólida argumentación para evitar la continuación de aquélla mediante reforma constitucional. De la misma forma los debates sostenidos por el candidato Tabaré Vázquez con Sanguinetti o el de Fernández Huidobro con Pablo Millor -ambos en diferentes tiempos políticos- pasarán al museo de los recuerdos como hitos post-dictadura donde la censura de prensa y de opinión fueron piezas angulares del régimen. Con sus variantes, los ciudadanos pudieron escuchar los diversos argumentos de los agonistas y r hacerse una idea sobre cómo posicionarse en los distintos temas. Sin embargo, si el ciudadano carece de información adicional, además de un claro interés en asuntos que implican sus propios intereses, luce improbable conocer a fondo las relaciones profundas que conectan hechos y sus causas. Los debates producen intercambio pero ´con una importante limitación de datos a veces cruciales.
Algo de esta historia pudo recrearse esta vez con la dupla Andrade-Manini en la pugna por la derogación de 135 artículos de la LUC, debate que fue emitido por repetidoras para todo el país desde el departamento de Florida en horario central de audiencia. Podemos preguntarnos sobre la necesidad o no del debate político, y su metodología de presentación frente a un público que debe obligatoriamente pronunciarse sobre distintas temáticas complejas y un tanto aburridas, nobleza obliga manifestarlo. El debate Andrade-Manini fue la primera presentación “glamorosa” hacia el 27 de marzo. Politólogos y semiólogos han dado su opinión luego de la disputa, y en general se apunta a un "aburrimiento" destacado luego de casi dos horas de discursos, donde los contendientes mantuvieron una disciplina acorde a un guión preparado y no hubo prácticamente ningún desborde retórico o recriminaciones personales. De otra forma puede decirse que a los actores les falto "punch", es decir, salirse de los carriles que se esperan en una ocasión como ésta.
Los debates de estas características, en general derivan hacia lo ideológico ya que se enfrentan dos corrientes de pensamiento, pero la distorsión se produce referida al tiempo permitido a cada participante para informar sobre una retahíla de temas de alta complejidad contenidos en la friolera de 135 items. ¿Cómo es posible explicar a una audiencia poco o nada informada cuando, según dicen las encuestas hoy, los indecisos sobrepasan el 20%? Manini habló en nombre de su partido sin tapujos (no representó a la coalición) y Andrade fue el que intentó señalar con más detenimiento algunos puntos polémicos que se intentan derogar, pero quedaron a la deriva parte de los artículos impugnados entre los cuales puede haber alguno clave que modifique de alguna forma normas consensuadas por el imaginario colectivo y aceptadas como buenas desde otras administraciones. En definitiva, el actual formato de debate no cumple con exigencias mínimas cuando se tratan problemas comunitarios complejos que requieren información amplia y un razonamiento posterior que indique cuales son los mejores caminos para superar una situación anómala.
El contenido del debate, el formato del mismo, la performance de los interlocutores, el espectáculo mediático son en sí mismos variables a discutir en la previa a cualquier exposición frente a la ciudadanía. Si la intención es Informar con imparcialidad creemos que lo que antecede es de suma importancia y tiene que ser consensuado antes que los discursos opaquen los datos importantes que se deben conocer. Gilles Lipovetsky en su notable libro sobre la posmodernidad señala que la Política es vista como un espectáculo al igual que un partido de fútbol o un concierto de los Rolling Stones, dentro de una atmosfera de apatía generalizada donde el individualismo consumista ha tomado las riendas de lo comunitario e iguala conductas y hechos en la medida que el individuo en cuestión no se vea involucrado en el conflicto. Hombres y mujeres posmodernos se mueven por estimulación al consumo de bienes y plataformas "mainstream", y el sistema de valores se moviliza entre la indiferencia general para continuar funcionando sin protestas y sin cuestionamientos. La atención hacia los problemas sociales y su conocimiento es justamente la señal que no se debe comprometer frente a controversias democráticas, tal como se plantean frente al próximo referéndum, y la imperiosa necesidad de información debe tomarse con la responsabilidad que le confiere la aceptación o no de cambios que pueden modificar radicalmente una sociedad en lo económico y social.
En la comunicación existen otros componentes más personales que pueden generar empatía, como la gestualidad y el buen uso del idioma, sin obviar el narcisismo natural y el oportunismo político que sería parte de cualquiera de nosotros al dirigirnos a la comunidad y expresarle lo que quiere escuchar, es decir, el "tribunismo".
En conclusión, somos escépticos respecto a los debates y no creemos que puedan dar vuelta dramáticamente un resultado, sea de plebiscito o por la presidencia de la República. En un país de fuerte adhesión partidaria según estudios, el carisma personal, el inteligente uso de datos, y una cercanía a lo que el ciudadano quiere y necesita escuchar, parecen ser herramientas más idóneas para conquistar un triunfo futuro, aunque obviamente se corra el riesgo de demagogia. Algo de esa sensación planeó a fines del 2019 con motivo de las elecciones nacionales, donde el candidato blanco, luego de promesas temerarias, lució como ganador en el debate final antes de la segunda vuelta electoral, aunque los números finalmente mostraron un casi empate que ningún encuestador hubiera pronosticado en primera vuelta de octubre.