Libertad y control ciudadano

 

 

Por Carlos Peláez

Por una absoluta casualidad llegó a mis manos La democracia en América, cuyo autor es Alexis de Tocqueville, considerado como uno de los padres del republicanismo liberal. El libro fue escrito en la primera mitad del siglo XIX  pero  tiene una enorme vigencia. 

Una reseña de ese trabajo afirma que “La obra de Alexis de Tocqueville (1805-1859) es lectura indispensable para el lector contemporáneo. Nadie mejor que él ha sabido explicar cómo bajo las apariencias de la democracia puede ocultarse un tipo nuevo de despotismo blando, pacífico, muelle, aparentemente racional, en el que los apáticos habitantes salen de su sopor consumista un instante cada cierto número de años para elegir a sus tiranos.

No existe mejor alegato a favor de una democracia de ciudadanos iguales, libres y responsables, conscientes de los peligros de un poder político cada vez más inquisitorial, protector y previsor que La democracia en América. En sus páginas se describe el ideal de una democracia que conjuga la igualdad y solidaridad con la necesidad del debate, la discusión, el desorden que provoca la búsqueda permanente de la libertad.

Para Tocqueville, lo más trágico es la tendencia a que los seres humanos, cada vez más individualistas, inmersos en sus quehaceres diarios, renuncien ellos mismos a defender sus libertades. Alexis de Tocqueville nos ha enseñado que la libertad no puede obtenerse más que a través de la acción diaria de los ciudadanos en la vida política y social, de la constante vigilancia y control de la acción de un Estado que se pretende eterno vigilante y protector, omnisciente y paternal y que considera a sus súbditos en una eterna infancia”.

Tocqueville publicó este libro en 1840 y entonces se preguntaba : ¿Ha tenido el hombre siempre ante los ojos, como hoy, un mundo en el que nada se prosigue, donde la virtud carece de genio y el genio carece de honor; donde el amor al orden se confunde con la devoción por los tiranos y el culto santo de la libertad con el desprecio de las leyes; un mundo en el que la conciencia no arroja más que una claridad dudosa para iluminar las acciones humanas; donde ya nada parece prohibido, ni permitido, ni honrado, ni vergonzoso, ni verdadero, ni falso?”

Poco más de un siglo después el filósofo polaco Zygmunt Bauman  al definir su concepto de la modernidad líquida sostenía que: “Los pilares sólidos que apuntalaban la identidad del individuo - un estado fuerte, una familia estable, un empleo indefinido...-  se han ido licuando hasta escupir una ciudadanía acongojada por la zozobra permanente y el miedo a quedarse atrás”.
Vivimos en la sociedad de los miedos: miedos que van desde la violencia en el fútbol hasta los acontecimientos climáticos, y ahora a un virus. Cualquier miedo sirve para avanzar en los controles y promover el individualismo.

"En el mundo actual todas las ideas de felicidad acaban en una tienda", decía Bauman.


Hay un aterrador vacío de ideologías, de proyectos políticos que vayan más allá de la mera idea de ganar una elección.
Muchísima gente cree que cambiando figuritas, se logran cambios profundos.
El problema es que la idea de cambio es muy diferente para cada uno.


Todos los paradigmas del mundo han estallado delante de nuestras narices. Y no sabemos construir otro. Como decía Leonard Cohen: “Todo el mundo sabe que los buenos perdieron”. Y no me refiero precisamente a un partido político. 

Cito nuevamente a Bauman: “Ahora tenemos acceso a más información que nunca. Una simple edición dominical del New York Times contiene más información que la gente más educada de la Ilustración consumía en toda su vida”.

Agregaba: “al mismo tiempo, los jóvenes actuales, los llamados millenials, que se hicieron adultos con el cambio de milenio, nunca se habían sentido más ignorantes sobre qué hacer, sobre cómo manejarse en la vida...”.

Ustedes se preguntarán a qué viene esta introducción.

Pues a una preocupación varias veces reiterada sobre como progresivamente nos vamos acostumbrando a ceder nuestras libertades.

Esto no tiene que ver con la responsabilidad social de cuidarnos de la pandemia entre todos, sino con sucesos de la vida cotidiana que se van imponiendo.

Veamos algunos ejemplos. El martes 10 un impresionante contingente policial y militar realizó un operativo en una zona costera de Rocha. Según dijeron “en busca de presuntos delincuentes y ocupantes ilegales”.

Pero se hicieron allanamientos y decomisos sin orden judicial. Los vecinos denunciaron que la policía les hacia firmar permisos para ingresar a sus casas. Algo absolutamente ilegal. ¿Qué hubiera pasado si alguien se negaba ante un contingente de 100 efectivos armados? 

Progresivamente, y alentada por el ministro del Interior, la policía va asumiendo que tiene más derechos que cualquier ciudadano. Y algunos de esos derechos se los dio una ley insana en materia de seguridad. 

Ahora nadie puede protestar ante presuntas arbitrariedades policiales bajo pena de incurrir en el delito de desacato. 

Hasta el Sindicato policial le reclamó a Larrañaga un protocolo claro de actuación en lugares públicos.

La mayoría de los funcionarios actúan correctamente, pero todos sabemos que a algunos les encanta lucir el efímero poder que otorga un uniforme. 

También hay muchos actores del sistema político que abusan de su posición de privilegio.    

Insistiré una y otra vez con la infame resolución de los ediles de Maldonado de todos los partidos que se aprobaron aumentos desmesurados de sus sueldos encubiertos, y por lo tanto ilegales, con los respectivos períodos de aumento por IPC.

Qué alguien me diga qué trabajador recibió este año un  28.3 % de incremento salarial. Y que encima le aseguren aumento cada seis meses. 

Y acá estamos todos asistiendo a este espectáculo lamentable, esperando que algún día la fiscalía se decida a investigar la denuncia presentada por un ciudadano hace dos años. 

Luego nos enteramos que el próximo 27, justo cuando asumirá otra vez Enrique Antía como intendente, serán despedidos 120 obreros de la construcción que trabajan en el plan de viviendas sociales del gobierno departamental.

Son los trabajadores quienes pagaran el pato por el estado financiero de la intendencia. Una intendencia que debe la mitad de lo que recauda, que ha hecho del nepotismo y el acomodo de correligionarios su regla de oro.

Una intendencia que necesariamente debe obtener un préstamo de 50 millones de dólares para pagar los sueldos de noviembre, diciembre, aguinaldo  y seguir funcionando. Y luego esperar que los argentinos propietarios, que no podrán entrar al país, paguen sus tributos. 

En campaña electoral los dos candidatos blancos gastaron millones de dólares, sin que absolutamente nadie les reclamara conocer el origen de esos dispendiosos fondos. 

Nos acostumbramos a las mentiras, difundidas con la complicidad de medios de comunicación generosamente pagados para ello.

Que volvía el trabajo, que volvía la seguridad, que ahora si se administrarían bien los dineros públicos. 

En fin, ya sabemos lo que pasa.

Hay quienes ven la paja en ojo ajeno pero no la viga en el propio.

El problema es que el ciudadano,  como decía Tocqueville, es cada vez más individualista, está inmerso en su quehacer diario, renuncia a defender sus derechos y libertades. 

Y como bien agregaba,  la libertad no puede obtenerse más que a través de la acción diaria de los ciudadanos en la vida política y social, de la constante vigilancia y control de la acción del Estado.

Por esa inacción ciudadana Carlos Moreira podrá seguir en Colonia con sus escandalosas pasantías, Pablo Caram podrá seguir en Artigas aplicando el nepotismo y arreglando licitaciones, todos los otros seguirán acomodando amigos y correligionarios. Y los ediles de todo el país seguirán cobrando sueldos encubiertos, violando la Constitución. 

Muchos creen que defienden la libertad en Facebook o Twitter. Y luego van al shopping para lograr su idea de la felicidad. 

La libertad y la democracia necesitan de la acción política.

Pero no se puede construir política sobre la base de consignas. Lo que necesitamos primero es estudiar, saber, preocuparnos por ser mejores seres humanos cada día, ser mejores trabajadores, buenos vecinos, reconstruir una ética social media. 

De tal manera que podamos reconstruir los vínculos sociales rotos y que no nos dé lo mismo cualquier cosa.


Tratándonos de focas o fachos porque no coincidimos en una opinión, sólo se profundizan las divisiones. Los enemigos están en otro lado.


Pero como nuestro pasado nos condiciona, no creo que los mismos que nos trajeron hasta acá, puedan cambiar algo. 

En realidad lo deseable sería que más mujeres y hombres se involucraran. Sé que no es fácil.


Pero lo que sí hay que saber es que si queremos un futuro no alcanza con palabras inclusivas, consignas o trapos, tiene que haber una idea y un proyecto común, un camino que involucre a la mayoría y que atienda sus verdaderas aspiraciones. Y esto sólo se logrará con otras formas de hacer política

Se logrará con ciudadanos que se involucren, que no cedan derechos y libertades. Que actúen responsablemente.