100 años del Bebe

 

Jorge Ramada

El pasado 16 de marzo se cumplieron 100 años del nacimiento de Raúl Bebe Sendic. Un grupo de compañeros estuvo procurando lograr un homenaje en el Parlamento y designar con su nombre un espacio público en Montevideo (en Madrid y Magallanes, lugar donde acamparon los cañeros en alguna de sus marchas y cercano a lo que fue alguna vez sede del Movimiento por la Tierra).

Parece ser que cuando se planteó esto último en la Junta Departamental, algún politiquillo blanco dijo que se negaba a que se recordara así a un guerrillero que había atentado contra las instituciones. Llama la atención ver lo poco que los jóvenes políticos conocen, no solo de historia, sino de la historia de su propio partido. Sin duda no sabía que allá por 1870, el caudillo blanco Timoteo Aparicio había iniciado una revolución contra el gobierno constitucional de Lorenzo Batlle; o que en 1897 y 1904, Aparicio Saravia, el héroe del Partido Nacional, al que homenajean todos los años, se había levantado en armas contra los gobiernos constitucionales de la época. Por supuesto que tampoco acompañaron los colorados, que siguen teniendo como héroes a personajes como Rivera o Flores que también en su momento se levantaron en armas contra los gobiernos legítimos de entonces.

 

Hoy en día, la sobrevaloración de la democracia generada a la salida de la dictadura, hace que “el sentido común” (es decir, las ideas dominantes) vea como condenable todo lo que signifique rebelarse contra las instituciones. No pensaban así los caudillos blancos de aquella época, que las consideraban ilegítimas porque limitaban sus cuotas de poder. Resulta entonces que “las instituciones” no son algo sacrosanto, intocable. Es más, los dueños del poder las atacan sin ningún problema, cuando entienden que limitan sus posibilidades de seguir acumulando riqueza y poder.

La institucionalidad de la década de 1960, contra la que se rebeló el levantamiento tupamaro de entonces, era la que permitía que los poderosos del campo explotaran a los trabajadores rurales al margen de las leyes, a la vez que reprimía a los trabajadores si protestaban reclamando sus derechos; o que hacía la vista gorda ante los grandes negociados de la banca y sus colaterales financieras; o que toleraba atentados de los grupos fascistas de entonces, sin que fueran perseguidos sus autores. Vendría poco después el “pachechato” con su desprecio por el Parlamento y su represión asesina.

Es en el marco de esa institucionalidad que el Bebe arrancó para el norte, hacia las zonas olvidadas del país, para contribuir a la organización de los trabajadores rurales, cañeros, remolacheros, arroceros, y a luchar junto a ellos para defender sus derechos ignorados por los hacedores de las instituciones. Empezó a crecer su nombre: “Por la tierra y con Sendic”; “Sendic líder campesino” decían las consignas de los cañeros, pero esas consignas no respondían a un culto a la personalidad que nunca fomentó, sino al sentimiento auténtico de quienes lo veían como uno más en su lucha.

Después de años de clandestinidad, persecuciones, encarcelamientos y fugas, cae gravemente herido en un local de la Ciudad Vieja. No quiso entregarse vivo y la leyenda hizo crecer la frase “Soy Rufo y no me entrego”. Pero no se puede reducir al Bebe a ese gesto heroico, al guerrillero enfrentándose a las fuerzas represoras. Porque fue mucho más que eso: no solo no se entregó a las fuerzas represoras, sino que no se entregó nunca en la lucha por los explotados y especialmente por los trabajadores del campo; no se entregó ante las falsas promesas de militares supuestamente “progresistas” (o “peruanistas”), que lo invitaban a la rendición incondicional para terminar con los enfrentamientos (y de paso mostrarse como salvadores de la patria); no se entregó en la soledad de los pozos donde lo tuvieron los golpistas como rehén más de 10 años y se dedicó a analizar la economía capitalista y a preparar propuestas para el futuro.

Y siguió sin entregarse a la salida de la cárcel, ordenando y profundizando sus reflexiones, analizando la evolución de la economía capitalista para entender sus nuevas contradicciones; tratando de revitalizar la lucha de los trabajadores y pequeños productores rurales con el Movimiento por la Tierra; promoviendo una unidad sin exclusiones y desde abajo en un Frente Grande que expresara las necesidades y reivindicaciones de amplios sectores del pueblo. Esa unidad que se expresó en ese momento en el plebiscito contra la Ley de Impunidad, que se volvió a expresar más adelante en defensa de las empresas públicas y que reapareció el año pasado en el plebiscito por la seguridad social, impulsado desde abajo pese a la resistencia de varios dirigentes.

Mucho se podría desarrollar sobre lo que fueron sus propuestas económicas a la salida de la cárcel, sumadas a las de organización y movilización del pueblo, pero para eso me remito a lo escrito un año atrás (“Otro año sin el Bebe”, Claridad Nº75, abril 2024). De allí rescato un par de frases:

“Atacar la propiedad de la tierra, controlar la banca por medio del Estado y deshacerse de una deuda, cuyos intereses nos privan todos los años de recursos para mejorar la calidad de vida de la gente; todo eso significa atacar el corazón del sistema.”

“Las propuestas hechas por el Bebe a la salida de la cárcel no eran invenciones ‘sacadas de la galera’; eran continuidad y puesta a punto de consignas históricas de la izquierda uruguaya -y latinoamericana”.