Garabed Arakelian
Este mes de diciembre fue particularmente significativo para la izquierda uruguaya en general y dentro de ella para el Partido Socialista en particular, que festejó 114 años de su fundación y recordó el 57º aniversario de la clausura de su órgano oficial, el semanario El Sol junto con la “ilegalidad de la organización”, decretada por el presidente Pacheco Areco.
La fecha del 12 de diciembre de 1967 resaltó esa coincidencia de hechos como si se tratara de una alineación estelar y destacó la longevidad y activa presencia socialista en importantes acontecimientos de la vida política y social del Uruguay. En cambio, para la sanción impuesta por el autoritarismo pachequista, la mención fue menor, en número de veces y en el tono y el rigor de la denuncia, recibiendo un tratamiento que me atrevo a calificar benévolamente como tibio. No solo por parte de los socialistas sino de toda la izquierda que fue víctima del decretazo autoritario.
Quizás para los socialistas la algarabía del cumpleaños, que acompaña a casi todo festejo verdadero, opacó la trascendencia que tiene y debe tener toda perturbación esencial del sistema democrático. Porque el cumpleaños se festeja y el golpe antidemocrático se recuerda. Quizás esta diferencia haya incidido para morigerar, inconscientemente, la dureza con que se debe denunciar todo ataque que vulnere el sistema de libertades y derechos que define al sistema democrático. Y esta observación es válida para toda la izquierda. Bueno es, entonces, recordar algunos detalles del suceso.
El 6 de diciembre de 1967, cuando apenas había cumplido nueve meses de gestión, el presidente Gestido falleció en su hogar a causa de un infarto. Tenía 66 años de edad y de acuerdo con la Constitución vigente le sucedió en el cargo el vicepresidente de la República, Jorge Pacheco Areco quien, presuroso, el 12 de diciembre, a menos de una semana de asumir la presidencia, ilegalizó todos los partidos políticos de izquierda, y clausuró medios de prensa escrita -como el diario Época, dirigido por Eduardo Galeano, y el semanario socialista El Sol, que dirigía Garabed Arakelian. El decretazo comenzó a aplicarse sobre el medio día de ese 12 de diciembre y, como era de esperar, venía acompañado de noticias ciertas y también de una ola de rumores.
No me detendré ahora en la crónica de esa noche, que trajinamos con Gargano y José Díaz con su camioneta Panhard, cargando y distribuyendo algunos bienes partidarios para ponerlos en buena custodia.
Recuerdo que a las 6 o 7 de la tarde Casa del Pueblo quedó vacía y la mayoría de los compañeros se dirigieron a sus Centros a poner bajo custodia partidaria lo que se imaginaba podría ser objeto de interés para las fuerzas armadas o la policía que no se sabía cómo procederían. Se trataba de Medidas de Pronta Seguridad y debían lograr en un plazo de 24 horas el respaldo legislativo pues de lo contrario cesaban en su vigencia. Eso brindaba una falsa seguridad de que el tema no se extendería demasiado pues se confiaba que el cuerpo legislativo las levantaría de inmediato, pero no fue así. La verdad es que no teníamos experiencia ni había previsión alguna para casos similares, de modo que pusimos de nuestra parte lo que podíamos: algo de coraje y convicción, con un toque de inteligencia creativa.
¿Cómo se vivió esa instancia en el seno de las demás fuerzas de la izquierda? Confieso que no lo sé, pues además del relato con algunos datos y referencias nunca leí una crónica, de tipo alguno, sobre ese episodio que me atrevo a calificar como “histórico” pues marcó la apertura de un período aciago en la historia del Uruguay.
A qué se debe ese silencio y tanta indiferencia sobre ese capítulo en particular persistente y mantenido hasta el día de hoy nunca lo comprendí, también es cierto que no indagué al respecto. Pero lo cierto es que analizada en esta oportunidad posibilita algunas deducciones referidas a la actitud de la izquierda ante los retos de la actualidad.
Existe una tendencia manifiesta de algunos sectores, de “izquierda” o progresistas, como prefieren llamarse, a hacer “buena letra” nada menos que ante la derecha brindándole seguridades de “buen comportamiento”, porque, ¿qué son, sino eso las manifestaciones brindando seguridad de una oposición responsable” que, de muy diversas maneras se expresan desde diversas posiciones jerárquicas de la izquierda? ¿Cuál es el papel que quiere desempeñar la izquierda? Y, además, ¿quién es su protagonista? Ese que se llama el militante de izquierda. ¿Cuál es el nuevo modelo si es que hay alguno o se debe elaborar? ¿Quién lo hará?
Me gustan los cuentos con sus verdades ocultas, revelando enseñanzas y rodeando experiencias formativas del individuo, y cuando puedo recurro a ellas. Por ejemplo, ahora, mientras escribía estas líneas, recordé la historia del águila que, a determinada edad, gastadas y debilitadas sus defensas, busca un refugio en la altitud de las montañas y se despoja de su pico, sus garras y algunas de sus plumas ya prontas para caer, para dejar que aparezcan los sustitutos. Sabe, la naturaleza se lo enseña, que con ellas volverá a dominar los espacios y también sabe que en ese período entre lo viejo y lo nuevo será el de su mayor indefensión y quedará a merced de otros animales y de las vicisitudes que el clima y la geografía le deparan. Pero corre el riesgo conscientemente y hace el sacrificio necesario para ganar plenitud. Quizás a la Izquierda le esté faltando esa decisión de asumir el reto que la historia le está reclamando. Hay que juntar coraje no solo físico sino también intelectual. Para responder a los reclamos. Coraje se necesita para el brindis, por los festejos y los recuerdos, a la izquierda nacional: SALÚ.