Hugo Tuyá
“El asesor de Delgado fue Lafluf, el del FA fue un viejito moribundo…” (Extractado de un comentario en redes)
De acuerdo a las últimas cifras de la Corte Electoral, el FA superó el millón doscientos mil votos en segunda vuelta, con un incremento diferencial en todos los departamentos nacionales, y ganando en 5 departamentos frente a la coalición oficialista, contando los votos observados. Se puede afirmar sin tapujos que fue una gran victoria; objetivamente, el FA superó a todos los partidos que se mostraron en primera vuelta, no solo a la coalición, más allá de otros comentarios y de la incertidumbre anterior al 24 de noviembre. La fórmula frenteamplista mostró un equilibrio de personalidades ajustado a la diversidad capital-interior, espacios o territorios donde cada uno de los candidatos ejerce una influencia determinante. Si esto no fuera suficiente, baste decir que entre Montevideo y Canelones el promedio de apoyo a la dupla fue de aproximadamente un 54% de los votantes, contando a la región más poblada del país, con un 57% de habitantes del total nacional. Del otro lado de la vereda, el armado de la dupla presidencial Delgado-Ripoll, adoleció, desde el principio, y a vista y paciencia de los allí reunidos, de una “pata chueca”, desde el mismo instante en que se conoció su conformación, y mostró debilidades de imagen, historia personal y estructura interna, que determinó a la postre un híbrido ideológico que no tuvo un consenso integral, aunque existieron otras dinámicas negativas y conocidas públicamente, que propiciaron el naufragio del proyecto de reelección de la coalición multicolor.
Las imágenes por TV de la fiesta popular al conocerse los datos del triunfo frenteamplista en segunda vuelta tienen connotaciones singulares. ¿Qué hubo detrás de toda esa emoción desbordante…? ¿aquello de que la vida del hombre la llevan con cuentos, pero todos los cuentos se saben…? El candidato Delgado había deslizado en sucesivos discursos que una aparente “mayoría silenciosa” -producto de una etapa de aparente frialdad ciudadana- finalizaría apoyando a la fórmula coalicionista incluso por mayor margen de lo que los números indicaban. ¿Será la multitud que salió a festejar el domingo de noche…? Sin embargo, la totalidad de las encuestas previas y simulacros electorales, desde largo tiempo antes, daban ganador sistemáticamente a Orsi en segunda vuelta.
Hubo ganadores y perdedores, como en todo proceso electoral, particularmente en el plano simbólico y un poco más lejos del análisis de los guarismos consignados. Primeramente, diferencias primordiales que hacen a las consecuencias del voto a uno u otro candidato y a su vice. La elección de Valeria Ripoll fue, a vista de los sufragios emitidos, un elemento fallido que no contó con una reflexión colectiva que hubiera puesto la alerta a tal desatino, cuando la candidata a vice había sido, además de gremialista, afiliada al Partido Comunista, crítica feroz del gobierno según rezan varios videos circulantes, y aparecía como un caballo de Troya dentro de la coalición, en momentos que había que jugar todas las cartas a ganador. El FA supo captar en segunda vuelta el 100% de los votos obtenidos en octubre además de adicionar estadísticamente -por historia- apoyos de los demás partidos que forman la coalición gobernante y por fuera de ellos. Fue posible comprobar una vez más lo confirmado por balotajes anteriores, en la medida que compitieron en la arena política una coalición de partidos ideológicamente diferentes y sin anclaje óptimo en el candidato único, y otro ya consolidado desde hace décadas y con programa común.
La constatación de votos fugados desde la coalición y hacia el FA ya figuraba en los estudios previos, y señala el resultado del trabajo de campo de la militancia frenteamplista donde probablemente el oficialismo no llegó con la contundencia debida, abandonando territorios que se suponían afines, y que, históricamente, aún perduran como zonas de producción pre capitalista y de vínculos feudales, acaudillados por punteros políticos de larga data. Una muestra de la votación del FA en pueblos perdidos de la campaña confirma la excepción a la regla. La peregrina idea del uso de la imagen presidencial para favorecer el voto cautivo no tuvo tampoco andamiento, si es que se supuso tal hipótesis. Delgado, que tuvo contradicciones flagrantes en el discurso respecto a su adversario, y el resto de la coalición, se “descansaron” en la alta aprobación del presidente y la transferencia automática de méritos hacia la fórmula, pero dejaron de lado la todavía alta fidelización del voto partidario que llevó a muchos -miles- colorados a no apoyar a Delgado y, aparte, la desagregación de datos no tan positivos que marcaban los estudios de opinión, a título de ejemplo, los temas de (in)seguridad, nivel de los salarios, corrupción en altas esferas, atención de la salud, falta de medicamentos, entre otros.
También hubo un ganador simbólico, y fue José Mujica, “…el viejito moribundo y sin dientes…” desde su “bunker” en Rincón del Cerro, al mencionar y designar a Yamandú Orsi como el favorito para ganar la elección 2024 por sus especiales condiciones como intendente, llegada al vecino, facilidad de comunicación con opositores para generar acuerdos y negociaciones colectivas, y probada honestidad en la gestión departamental. Hubo, además, el aporte de otros actores en la deconstrucción del relato gubernamental que contribuyeron a desenmascarar episodios de corrupción e imágenes prefabricadas de una supuesta bonanza y resolución de problemas sociales. La denuncia sistemática sobre hechos oscuros y con falta de explicaciones satisfactorias desde el gobierno movilizaron el ambiente periodístico y produjeron investigaciones de largo aliento que desdibujaron el “paraíso” pintado por voceros acreditados y dejaron en falsa escuadra a “esbirros” especialmente dedicados a la difamación de sus oponentes, cuyos nombres son ampliamente conocidos por propios y ajenos.
Los primeros escarceos de parte de personeros coalicionistas luego de la derrota han comenzado a aparecer en la agenda pública, manteniendo un discurso relativamente componedor hacia los ganadores y ácidamente crítico entre pares, acrecentando la idea de que ganarían la elección, una fantasía electoral que nunca sucedió y que se quiso inventar para la tribuna. También aparecen los que estarían de acuerdo en coparticipar con el FA a nivel parlamentario y fuera de él, bajo el intento de ser parte de resultados positivos que no los deje a la intemperie. Hay de todo cuando las papas queman. Las causas de una derrota que se creía lejana, en base a un cálculo reduccionista de causa-efecto, ha dejado debilitados y fuera de foco tanto a Delgado como a Ripoll, y ponen en tela de juicio la vuelta del PN al gobierno para 2029, en la medida que el FA cumpla con el programa comprometido y solucione temas de grave incidencia social que afecta a sectores vulnerables desde largo tiempo.
Ya ha comenzado la pelea mediática contra el FA -falta mención a la URSS, Cuba, y a niños enviados por la fuerza- señalando como antecedente los primeros datos que refieren a la toma de mando del nuevo gobierno y a los invitados a la ceremonia, donde algunos voceros del PN se han apurado, sin pudor, al estilo de patrón de estancia, a condenar de antemano la posible llegada de mandatarios polémicos como Maduro, u otros que comandan estados caribeños como Cuba o Nicaragua, pero seguramente no condenarían la invitación a Netanyahu, Bukele, o al mismo Trump, según la visión hemipléjica y genuflexa de que hacen gala personeros de fama en disputa. Algún colorado se ha sumado al circo, poniendo entre paréntesis la capacidad de Orsi de comandar el nuevo gobierno, particularmente en su faz económica.
En otro orden, la derrota de la coalición comenzó a traer a la superficie argumentos bizarros y algunos peligrosos, propios de una visión ultramontana, y de un imaginario netamente reaccionario que la explicarían, como el hecho, comentado por Manini a la prensa, de que la educación pública sería una “fábrica” de futuros votantes frenteamplistas, generando la idea de un posible adoctrinamiento ideológico que se estaría dando en las aulas. Domenech y Botana, por su parte, también brindaron relatos desmelenados sobre la pérdida de votos y del gobierno, definiendo como culpables al propio presidente y al gremio de COFE, respectivamente. Seguramente otros personeros darán sucesivamente sus propios relatos sobre la caída en desgracia del conglomerado multicolor, aunque poco de autocrítica. Desde ya, la coalición republicana parece en suspenso por un tiempo y se esperan novedades al respecto. Es de suponer también, que Lacalle Pou asuma su banca, aunque sin rumores confirmatorios.
Por lo demás, y parece ser lo más sustantivo para el Uruguay de hoy, el nuevo presidente desafía la historia reciente e interpela los 15 años previos de la fuerza política, asumiendo una delicada y compleja agenda de trabajo por delante. Los 5 años transcurridos, viendo los resultados generales, fueron apenas un saludo a la bandera, dejando huecos viejos y nuevos que tocan innumerables puntos de una irregular administración de los servicios públicos esenciales y noticias preocupantes sobre inversiones de fuste, tipo Arazati. Además de reforzar la institucionalidad en todos los niveles -puesta en duda por los casos de corrupción- de los esfuerzos, creatividad, voluntad política, buena comunicación, y la consulta permanente a los involucrados que promueva el gobierno frenteamplista, dependerá la reelección para un nuevo periodo 2029-2034, algo imperiosamente necesario para continuar con las políticas sociales dejadas de lado, y por la restauración de una expectativa promisoria para los años venideros, especialmente para trabajadores y jubilados, golpeados durante el periodo multicolor mediante la congelación de ingresos y el recorte de gastos sociales y educativos. Más de 1 millón de compatriotas apoyó en segunda vuelta a la dupla multicolor, lo que constituye una realidad palpable para anotar en el cuaderno de bitácora del FA y asumir una resistencia “foucaultiana” que se hará sentir en el futuro.
La nueva gobernanza se encarará, es de suponer si no hay sorpresas, bajo el paraguas del paradigma socialdemócrata desarrollista con fuerte intervención del Estado, ya comprometido bajo la instalación de leyes y medidas que atenúen las diferencias de clase, cumplan con una inflación de demandas sociales, y promuevan una mejor distribución del ingreso, por señalar apenas el 1% de un programa en proceso. Tarea difícil, cuyos objetivos primarios de justicia social mínima no lucen como revolucionarios, pero sí imperativos -que no debe torpedear los principios de la fuerza política- y “sensatos” a la medida del imaginario liberal progresista uruguayo y de aquellos sectores indiferentes a la política, pero no imposible de llevar a cabo mientras implique la participación activa de los ciudadanos que votaron -y no votaron- izquierda, y que tendrán la oportunidad de ser protagonistas de un cambio que quedó de manifiesto en el corolario del escrutinio final. Los festejos del domingo 24 a la noche parecen interpretarlo así.