En el centenario del nacimiento del entrañable ¡Zelmar!

 

Miguel Aguirre Bayley

Nació en Montevideo el 20 de mayo de 1924 y fue asesinado en BuenosAires  en el marco del plan Cóndor cuando cumplía 52 años. Dirigente estudiantil, fue luego dirigente gremial bancario siendo trabajador del Banco Hipotecario. Comenzó su militancia política en las filas del batllismo en el Partido Colorado. En las elecciones de 1954 y 1958, fue diputado por la lista 15 y llegó a ser jefe de bancada de ese sector político. En 1962 se apartó de la lista 15 y creó el Movimiento por el Gobierno del Pueblo. Elegido senador en 1966. En un breve período de la presidencia del general Oscar Gestido, fue ministro de Industria y Comercio.

Trabajó incansablemente para la formación del Frente Amplio y fue uno de sus fundadores y principales dirigentes. Presidió la histórica sesión de creación del Frente Amplio el 5 de febrero de 1971. Senador del Frente Amplio, se exilió en Buenos Aires a partir del golpe de Estado en Uruguay. Fue un militante de primera línea en la resistencia a la dictadura de nuestro país, a la que denunció con firmeza ante el Tribunal Russell reunido en Roma y ante organismos internacionales de defensa de los derechos humanos.

Esencialmente solidario en todas sus manifestaciones, brillante parlamentario y orador excepcional, se distinguió también como periodista. Escribió en el diario Acción y después en Hechos, que fundó en 1963 y dirigió hasta su cierre en 1968. Continuó su trayectoria periodística en El Diario realizando comentarios internacionales con el seudónimo Marcos San Sebastián hasta 1972. En el semanario Marcha escribió en 1972 y 1973, año que compartió con notas periodísticas en el semanario Respuesta. En el exilio, trabajó en La Opinión de Buenos Aires. Un Grande con letras de molde, permanecerá por siempre en el corazón de los hombres y mujeres libres de los pueblos.

En el Tribunal Russell

“Hay, es cierto, una sanción moral, hay un juicio de la Historia. Lo reconocemos. Pero la generación de hoy quiere algo más que esa sanción moral y que ese juicio de la Historia que son siempre invocaciones que pueden perderse en el correr del tiempo y que muchas veces llegan después que, precisamente, se han creado mártires (…) Decirles a los militares uruguayos, brasileños o chilenos o a los hombres que sintiéndose fuertes violan los acuerdos internacionales y el derecho, castigan, torturan, maltratan y matan, que hay posibilidad de una condena con efectiva sanción de tal manera que la ley y el derecho internacional no sean letra muerta y que el hombre pueda sentirse defendido”. (Roma, 5 de abril de 1974)

Mi encuentro con Zelmar en Palermo

Unos meses antes de su asesinato, estuvimos con Zelmar Michelini en Buenos Aires donde se había exiliado. La represión en Argentina y en Uruguay exhibía con crudeza su iracundia y violencia irracional contra cualquier vestigio de resistencia. Era indispensable extremar las precauciones para el encuentro.

El hipódromo de Palermo, un domingo de carreras, fue el lugar elegido. Hacía tres años que no lo veía personalmente. Nos saludamos con un fraternal abrazo. Me preguntó (tratándome de usted, como siempre), por mi padre -cofundador como él del Frente Amplio- y mis familiares, por los compañeros, por los presos, por la situación que se vivía en Uruguay, por la militancia, por la resistencia... En la conversación, la firmeza conceptual de sus palabras era un remolino de viento fortalecido por su coraje en la denuncia de la dictadura y en su compromiso de lucha por el retorno a la democracia en Uruguay.

Amenazado de muerte, con su pasaporte cancelado por la cancillería uruguaya y con su hija Elisa presa desde 1972, no hizo ni una sola mención a esos hechos que lo angustiaban y seguramente eran causa de profunda preocupación. En torbellino, sus palabras eran un himno a la solidaridad y un canto de esperanza. Su presencia y su personalidad me parecieron gigantescas. Jamás olvidaré ese mano a mano con el entrañable Zelmar, con las tribunas de estilo clásico francés del siglo XVII y la arena dorada palermitana, silentes testigos del reencuentro en los tiempos de dictaduras en América Latina promovidas por Estados Unidos con el plan Cóndor a través del Departamento de Estado, el Pentágono y la CIA.