Patria para todos o para unos pocos

Garabed Arakelian

Crisis demográfica  y también de existencia. Uruguay pasó de tener 49.000 nacimientos al año en el 2015, a tener cerca de 32.000 en el 2022. En ese lapso, apenas siete años, la natalidad cayó 37%.

Es una información que debería ser preocupante, pero leído así, sin entonación alguna, no pasa de ser un dato tedioso de la realidad. De cualquier manera, se advierte que la tasa global de natalidad se redujo de manera notable, al punto que los estudiosos, generalmente poco propensos a la adjetivación, no han vacilado en bautizarla como “la gran caída”.

Es que no se puede pecar de indiferente cuando se pasa  de una fecundidad de más o menos 2 hijos por mujer a menos de 1.3 hijos por mujer. Esa caída es entonces enorme: una debacle demográfica, tal como la han calificado. 

Sin embargo, los expertos,-¿algunos, o todos?- se alegran por esta comprobación pues ella demostraría en buena parte, dicen, el éxito de los planes de control de nacimientos.

La caída del embarazo adolescente, al igual que la baja en los embarazos no planificados, es un signo positivo para quienes estudian el tema. Y también explican que eso es a causa de un mayor acceso a los métodos anticonceptivos desde la adolescencia, y añaden que este fenómeno de baja de la natalidad no es exclusivo de Uruguay, y que puede comprobarse una situación similar en las tres cuartas partes del mundo, y para aquellos que, pese a estos datos, se mantienen disconformes, les argumentan que incluso en países europeos se ven números más bajos.

Sin embargo, la respuesta tiene aire de consuelo y de intento de legitimación de un estado no previsto que es necesario justificar a posteriori. No se aclara en el estudio si “no previsto” significa “no deseado”. Pero es una realidad que la mayoría de los jóvenes entiende que tener hijos no es una prioridad en sus proyectos de vida. El promedio de edad de los uruguayos para tener hijos pasó de los 22 a los 27 años y son cada vez más los hijos únicos.

Estos expertos calculan que dentro de ochenta años, en el entorno del año 2100, la población del Uruguay alcanzaría la cifra de 2.700.000 (dos millones setecientos mil habitantes).

Es decir que la población sería mucho menor a la actual, con el agravante del aumento de edad, o si se quiere, del índice de sobrevivencia. Tendríamos entonces, menos población, y además, avejentada. Y esto constituye un desafío  al funcionamiento y la existencia de los sistemas de salud y de previsión social, que no serían los únicos lesionados, ya que, entre otros varios, la educación, en todos sus niveles se vería también, seriamente amenazada.

Un documento de Trabajo del Programa de Población, de origen académico, titulado “La gran caída. El descenso de la fecundidad uruguaya a niveles ultra-bajos (2016-2021)” que analiza la «impactante reducción de la fecundidad» de los últimos años y explora algunos de los «mecanismos demográficos» que podrían explicarlas, son la fuente  de datos y argumentos utilizados para este trabajo.

Quienes han trabajado en la recolección y clasificación de los datos que justifican “la gran caída”, no han eludido el acoso periodístico y además de escribir han dado respuestas que los medios de comunicación recogen y difunden. De ellos se deduce que NO están de acuerdo en aumentar el índice de natalidad y opinan que Uruguay vuelva a ser destino final de extranjeros que buscan un mejor lugar para radicarse.

Pero, estos males -multifactoriales- no vienen solos y los indicadores del balance migratorio, que aporta el Latinobarómetro, informan que en 2023 se fueron más de los que llegaron. La intención de abandonar el suelo patrio alcanza indicadores más altos que  los existentes durante la crisis de 2002, cerrando un ciclo de balance migratorio positivo.

Es difícil afirmar que en este momento se esté dando un fenómeno migratorio en masa, pero todo indica que se va en ese sentido y que el resultado de las próximas elecciones puede incidir en el desarrollo de esa tendencia.

El fenómeno no se manifiesta, dijimos, de manera aislada y en el análisis se debe incorporar la alta tasa de desempleo, la carestía de la vida, las dificultades para alcanzar un techo, las dificultades crecientes para acceder al sistema de salud, la pobreza caracterizada por una creciente marginalidad y el número, ocultado, de suicidios que son testimonio de una realidad social asediada, no solo por factores materiales sino también por una compleja trama de factores subjetivos.

No es un dato ajeno a esta realidad, sino un factor primordial la pobreza infantil que afecta a más del  20 por ciento de los menores de 6 años.

A la realidad que expusimos al comienzo de este artículo, acerca de la debacle de la natalidad, se debe agregar la preocupación hacia aquellos que tienen la suerte de nacer, ya que el destino les depara, al 20 por ciento de ellos, que vivirán en contextos miserables.

Más de medio millón de uruguayos viven, subsisten, con menos de 600 dólares al mes. Una cifra  que pierde valor absoluto frente a la carestía de la vida. El Salario Mínimo Nacional en Uruguay es de $ 22.268,00.

Por supuesto quedan sin mencionar siquiera  otros factores importantes entre ellos la población carcelaria que alcanza a 15 mil personas y representa un oscuro y vergonzante rostro de la sociedad uruguaya. Y como si todo esto no fuera una sólida explicación de las razones existentes para no tener hijos y para marcharse fuera del país, está también la corrupción galopante y dominante que refuerza el sentimiento de asco con el que muchos se deciden a darle la espalda a su suelo natal. ¿No se justifica entonces la preocupación por el futuro del Uruguay como nación?