Pero ¿acaso existe alguna democracia?

David Rabinovich

En sentido estricto, la democracia es un tipo de organización del Estado en el que las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante herramientas de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes. En sentido amplio, democracia es una forma de convivencia social cuyos miembros son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen conforme a mecanismos contractuales. (Wikipedia)

Martín Buxedas cita en un artículo de opinión publicado por “La Diaria” (12/03/2025): “Según Levitsky y Way, la democracia está en peligro y probablemente colapsará durante el segundo mandato de Trump al dejar de cumplir sus características esenciales: sufragio universal pleno, elecciones libres y justas y alta protección de las libertades civiles.”

Tiene gusto a poco la suma de elementos señalados para caracterizar una sociedad como “Democracia”. Estos tienen que estar pero, ¿son suficientes además de necesarios? ¿Dónde existe el sufragio universal pleno? En Uruguay no se vota en el exterior, somos uno de los dos países de la región en los que ese derecho a participar está ausente. Todos los países tienen algún sistema de voto epistolar o consular (democracias no son todos). Para considerar que las elecciones son libres y justas ¿no hay que ser más transparentes con la financiación de la política? En cuanto a la alta protección de las libertades civiles, parece un debate más complejo. Se me ocurre pensar en los gobiernos departamentales y el impacto que la corrupción y el clientelismo tiene sobre una cantidad de realidades locales. Hay una lista larga de casos preocupantes. Es el cuento del rey desnudo…

Como el ejercicio directo de mecanismos de participación no puede ser cotidiano, ni para todo, la elección de representantes y el control de su accionar se vuelven factores críticos. La representatividad es base de la convivencia democrática. Se puede legitimar mediante votos y/o ejercicio de la política en consonancia con los intereses reales de quienes se representa (o se alega representar).

Cuando se analiza el estado de las democracias realmente existentes hay que revisar cómo funcionan el Parlamento, el Poder Ejecutivo, la administración de ‘la cosa púbica’. ¡Claro que sí! También deben escrutarse los sistemas de justicia protagonistas de los lawfare1 más desopilantes. Debe ponerse en cuestión el papel de los grandes medios de comunicación, en especial el de las llamadas “redes sociales”. Para las grandes empresas debe haber controles que protejan a la sociedad de los abusos del poder económico. Estoy pensando en el vaciamiento de frigoríficos, bancos, textiles, negocios ganaderos… Los grandes empresarios, aunque vayan a misa todos los días, no quieren controles, ni pagar impuestos; no quieren sindicatos ni derechos laborales. Por eso de la competitividad ¿viste? Salvo honrosas excepciones, todo vale: en la guerra, el amor y los negocios.

¡En cuántas oportunidades las derechas cuestionan, a ‘los progresistas’, en Uruguay, con el tema de la democracia en Venezuela! ¿En qué circunstancias -por mencionar algún ejemplo- esos mismos protagonistas se ocupan de los Bolsonaro, los Milei, las Áñez y las Boluarte de nuestra América?

En su libro "Eichmann en Jerusalén", Hannah Arendt analiza el juicio de Adolf Eichmann en Israel, introduciendo el concepto de "banalidad del mal" para describir la naturaleza ordinaria y burocrática de los actos de Eichmann, quien, según Arendt, no era un monstruo sino un hombre común que ejecutaba órdenes. Así lo informa Google. Esto aterra, absolutamente: ‘La banalidad del mal’ se extiende como una mancha de aceite.

En mi condición de judío siento doble el dolor de una humanidad herida por la transformación de los ayer víctimas, en victimarios que banalizan el mal. Sin entender y menos justificar, el uso de la violencia terrorista. En ninguna parte y con ningún pretexto.

No puedo tampoco dejar de ver en la competencia la semilla del monopolio, la justificación de la razón de la fuerza, del poder, de las ventajas heredadas, adquiridas o naturales para justificar las injusticias, las desigualdades extremas. Siempre izquierdista en la manera de pensar y de sentir, no quiero evadir una gran polémica actual: la inseguridad. Tiene mil rostros y el de la violencia, que acompaña a la humanidad a lo largo de su historia, es hoy el gran tema de preocupación.

¿Cómo piensa solucionar la izquierda el tema de la ‘seguridad’? La pregunta es válida. Estoy convencido que la inseguridad es el rostro de la desigualdad. El peor rostro de una sociedad envilecida. Mientras la actividad humana se centre en apropiarse de la mayor cantidad posible de ‘los bienes terrenales del hombre’ no hay soluciones para ese y muchos otros flagelos. La competencia por tener más se opone al deseo de ser mejores. Mientras no nos organicemos en función de atender necesidades y derechos es inútil esperar que las democracias reales funcionen.

 

1 La judicialización de la política es un fenómeno polisémico, es decir, tiene más de un significado. La primera manera de entenderlo es a través de tres elementos: el activismo judicial, los conflictos políticos resueltos por jueces y, finalmente, los actores políticos y sociales que utilizan los tribunales para proteger sus intereses (Wikipedia).