Entre la Guerra Mundial en etapas y el nuevo Yalta en cuotas
Escribe: Luis Vignolo
Una vez más, como ya es costumbre durante el gobierno multiconservador, se anuncia la llegada de militares del Ejército de Estados Unidos a Uruguay. Esta vez se trata de las Brigadas de Asistencia a las Fuerzas de Seguridad, SBAF, unidades de elite de la potencia norteamericana.
Desde el mes de setiembre algunos medios han anunciado su prevista llegada a nuestro país. La noticia no se basa en informaciones oficiales del gobierno uruguayo sino en documentos estadounidenses y en declaraciones a la prensa de integrantes de la Embajada de Estados Unidos. Quizás pretendan que nos acostumbremos a que las fuentes “oficiales” sean las del gobierno de Washington.
Un documento del Servicio de Investigación del Congreso (Congressional Research Service, CRS) informa que la SBAF del Comando Sur, en 2023, planea “mantener una presencia persistente en Colombia, Honduras y Panamá, al mismo tiempo que expandirse episódicamente a Perú, Ecuador y Uruguay”.
Según una funcionaria de la embajada, en declaraciones al semanario “Búsqueda”, el Comando Sur trabaja para avanzar en el 2024 (no en el 2023 como indica el documento del CRS) en “objetivos compartidos de seguridad nacional”. Debe interpretarse en realidad, como siempre, que se trata de objetivos de seguridad nacional de Estados Unidos, no de Uruguay. La finalidad principal es abordar con éxito la “competencia entre grandes potencias” ante los avances de China y Rusia, como ya lo definía la Estrategia de Seguridad Nacional (National Security Strategy, NSS) de 2017, profundizada en los años siguientes. Aunque esas metas se disfracen, en este caso, con el pretendido combate al narcotráfico.
Mientras tanto continúa el tratamiento en el Parlamento del alarmante Acuerdo militar entre Estados Unidos y Uruguay que abre la puerta a la instalación de Bases norteamericanas. El “Acuerdo para la Adquisición de Suministros y la Prestación Recíproca de Servicios (US-UY-02) entre el Ministerio de Defensa Nacional de la República Oriental del Uruguay y el Departamento de Defensa de Estados Unidos de América”, menciona el “apoyo a operaciones en bases (y la construcción correspondiente a ese apoyo)”. La expresión figura explícitamente, sin eufemismos, en las Definiciones (artículo II, literal e.).
El proyecto sigue navegando entre las Comisiones y el plenario del Senado. La bancada del Frente Amplio se opone al Acuerdo. Sin embargo la demora en la aprobación del proyecto por la mayoritaria bancada conservadora refleja las contradicciones internas y las negociaciones en el seno de la coalición gubernamental. Sucesivos “tira y afloja” manifestados especialmente entre el Partido Nacional y Cabildo Abierto, que se podrían acentuar en tanto se avecine el año electoral.
La instalación de una Base militar estadounidense en Uruguay es una ambición del Pentágono de larguísima historia, desde la primera mitad del siglo pasado. Una Base temporal se instaló en el aeropuerto de Carrasco entre noviembre y diciembre del 2018, con el pretexto de la Cumbre del G20 realizada en Argentina.
A esto se suman, desde el inicio del actual gobierno, múltiples señales de búsqueda de “relaciones carnales” con la potencia hegemónica. En el 2020 Uruguay desistió de renunciar al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y volvió a participar de las operaciones UNITAS. Durante el 2021 así como en el 2023 se aprobó el ingreso de buques de la Guardia Costera de Estados Unidos. En el 2022 se autorizó el ingreso de fuerzas especiales de Estados Unidos. A comienzos del presente año el Ministro de Defensa Nacional, Javier García, participó en el Pentágono del relanzamiento del Grupo de Trabajo Bilateral sobre Defensa. Por si fuera poco Estados Unidos presionó con éxito al gobierno uruguayo para que frenase la adquisición de buques de China.
Al mismo tiempo seguimos desconociendo detalles acerca del compromiso en materia de Defensa y Seguridad con los británicos asumido durante la visita en el 2022 de Lacalle Pou al Reino Unido (el más importante aliado de Estados Unidos en la OTAN, privilegio acentuado tras el Brexit). Según un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay, en una Declaración conjunta sobre la reunión bilateral entre Uruguay y el Reino Unido, el Primer Ministro (Boris Johnson) y el Presidente (Lacalle) “se comprometieron a mejorar la cooperación en Defensa y Seguridad en asuntos de interés mutuo”. Más adelante afirma el texto: “Ambos países, en el marco de su relación de amistad y de cooperación humanitaria, se comprometieron a desarrollar los vínculos ya existentes en la temática antártica”. La expresa referencia a la “temática antártica” implica necesariamente, aunque no se la mencione, a las Malvinas, con todas las consecuencias irritantes que eso tiene para Argentina. Recordemos que en ámbitos académicos se analiza seriamente la probabilidad de una guerra por el territorio antártico cuando finalice el Tratado Internacional vigente.
Recodemos también que en setiembre llegó al aeropuerto de Carrasco un avión militar de transporte británico desde las Malvinas, como parece ser habitual.
Además de lo ya mencionado podríamos enumerar las múltiples injerencias actuales de Estados Unidos y la OTAN en América Latina, como lo ha hecho Sergio Rodríguez Gelfenstein.
Sin embargo para comprender estos fenómenos es imprescindible una interpretación del contexto mundial. No debemos quedar aprisionados en una visión meramente aldeana.
Todo lo referido ocurre en simultaneidad con la Guerra de Ucrania que enfrenta a Rusia y la OTAN, así como con el bombardeo extremadamente brutal de Gaza por Israel ante las acciones muy violentas de Hamás, que podría preceder a una invasión de la Franja por el ejército israelí (que hasta Biden calificó como un gran error), sin olvidar las guerras entre Azerbaiyán y Armenia, incluida la veloz conquista de Artsaj por los azeríes y la consiguiente “limpieza étnica”. Son solo los más visibles de los múltiples conflictos bélicos del presente.
Desde el fin de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética se produjo un avance incesante de Estados Unidos y la OTAN sobre los territorios del ex bloque soviético e incluso de los ex países integrantes de la URSS. La OTAN se tragó casi toda la Europa Oriental y avanzó en ex repúblicas soviéticas por ejemplo a través de las llamadas “revoluciones de colores”. Sin embargo, desde hace unos 15 años, Rusia comenzó a reaccionar, por ejemplo, con la Guerra de Georgia de la que se desprendieron Abjasia y Osetia del Sur bajo control ruso. O en Ucrania con la recuperación de la península de Crimea. O en Siria donde había y sigue existiendo, desde los tiempos de la Guerra Fría, una Base naval rusa.
Al mismo tiempo que se desarrolla esa lucha permanente por el control del ex “hinterland” o zona de influencia soviética, el ascenso económico de China la ha convertido en el principal rival de Estados Unidos. Si bien el despliegue chino se basa en la economía, no se ha privado de alguna base militar reconocida fuera del propio territorio, como la de Yibuti en el estratégico Cuerno de África. Además de afirmar su presencia en el Mar de la China y rechazar todo intento de violar el principio de una sola China, frente a las políticas occidentales que impulsan una separación permanente de Taiwán.
A tres décadas del fin de la Guerra Fría, cuando ya no es concebible un mundo unipolar dirigido por Estados Unidos, y mientras la economía estadounidense sigue retrocediendo en porcentaje respecto del total del mundo, se ha hablado de una Guerra Mundial en etapas. Lo ha hecho por ejemplo el Papa Francisco, entre otros.
Hay en cambio quienes sostienen que ya se inició la Tercera Guerra Mundial. Tesis que no compartimos. Sería la opción más irracional que nos expondría a una autodestrucción de la humanidad en un holocausto nuclear. Aún si el empleo de armas atómicas ocurriese por errores no deliberados.
Vivian Trías sostenía que cuando una potencia capitalista hegemónica pero declinante se enfrenta a potencias capitalistas ascendentes se produce una re-división imperial, como ocurrió en el siglo XX a través de las dos guerras mundiales.
La discusión acerca de cuál es la naturaleza del sistema económico chino no altera el fondo del asunto. A mi entender China es el máximo ejemplo actual de la vigencia del “Desarrollo Desigual y Combinado” expuesta por Trotsky y tan central en los planteos de Vivian Trías y Jorge Abelardo Ramos. Recodemos que la Unión Soviética fue protagonista fundamental de la 2da. Guerra Mundial y de las conferencias de Yalta y Potsdam, como ejemplo de que el reparto de poder no es característica exclusiva de las potencias capitalistas.
Sostengo que estamos viviendo una especie de Guerra Mundial por etapas, a la que correlativamente se corresponde necesariamente lo que yo prefiero llamar, desde hace varios años, “un nuevo Yalta en etapas”, es decir una nueve redivisión mundial en cuotas. Muy al estilo de las viejas guerras interimperialistas y conflictos intercapitalistas, con sus inevitables luchas de clases implicadas.
Las luchas de poder ocurren con total indiferencia de si a las potencias les llamamos imperios o no, si las caracterizamos como capitalistas, socialistas o manifestaciones del “desarrollo desigual y combinado” (sin por ello desentendernos de la trascendencia de esas caracterizaciones), e independientemente de si tenemos simpatía o antipatía, desesperanza o esperanza en algunos de los poderes competidores: tanto los Estados-Potencia como los complejos de los capitales militares-industriales-financieros involucrados.
El retroceso relativo de Estados Unidos en el plano económico, y en otros aspectos, va acompañado previsiblemente de una ofensiva militar y comunicacional compensatoria. Es de suponer que el asedio de Washington sobre el que sigue considerando su “patio trasero” latinoamericano se incremente hasta niveles iguales o quizás superiores a los de la pasada Guerra Fría. Especialmente teniendo en cuenta que el establishment norteamericano ya no impulsa los TLC bilaterales, ni plurilaterales, ni queda claro cuál será el formato de su futura propuesta para intentar dictar las normas del comercio mundial.
Claro que los tratados económicos, como los de protección de inversiones vigentes, incluyen normas militares. ¿La presión de Estados Unidos a Uruguay para evitar la compra de buques chinos es solo una “extralimitación” diplomática o puede llegar a interpretarse como una aplicación del artículo 18 del Tratado de Protección de Inversiones que estipula la llamada “Seguridad Esencial”?
La ofensiva de Washington sobre Nuestra América será feroz, sin embargo ya no es, ni será el único actor mundial en la región, ni las circunstancias serán las mismas de antaño.
Ante ese escenario tan complejo y pleno de incertidumbres, la unidad de América Latina, la profunda integración para la liberación de nuestra indo-afro-latinoamérica, es un imperativo de supervivencia, una básica necesidad de autopreservación de la propia existencia. Ya no solamente un ideal admirable.
Si no somos conscientes del peligro de convertirnos en tierra arrasada por la lucha de las potencias, transformándonos en una gran Siria de dimensiones continentales o en un Haití colosal, “la historia nos juzgará” pero de la peor manera imaginable.
Para las viejas y nuevas elites uruguayas, acostumbradas a calzarse irreflexivamente los botines de Lord Ponsonby y las botas de Mr. Monroe, parece obvio, casi como si se tratase de un fenómeno de la naturaleza, nuestro destino de Gibraltar del Plata, de Ponsonbylandia devenida TioSamLandia.
Sin embargo el Uruguay como “llave de la Cuenca del Plata y del Atlántico sur” (incluida la Antártida) puede volver a ser la trágica “pieza axial de la balcanización del cono austral” como decía Vivian Trías. Esta vez inmerso en un conflicto mundial de muy terribles consecuencias.
Perseverar en y preservar el gran proyecto de la unidad de Nuestra Patria Grande Indo-afro-latinoamérica, -nuestra tierra prometida- además de protegernos frente a la voracidad de los poderes en conflicto, podría llegar a constituir un aporte a la paz mundial, que al menos atenúe los conflictos, desde una civilización de civilizaciones de cuádruple raíz civilizatoria (en contraposición al choque de civilizaciones de Huntington), así como una apuesta a la fraternidad humana universal: Fratelli tutti.