Escribe: David Rabinovich
En el “New York Times”: “¿…Vale la pena celebrar la prolongada era de poder estadounidense que ahora se disipa? Para afirmar a renglón seguido: Sin duda, incluyó algunas injusticias terribles, ya sea en Vietnam, Irán, Guatemala u otros lugares. Pero también hizo posible la época más pacífica de la historia, con un importante descenso de las muertes por violencia… Y la cantidad de personas que viven en democracia aumentó.”1
Así se expresa el redactor del “New York Times”. Uno se pregunta y no atina a encontrar respuesta: ¿qué tenemos que celebrar de una prolongada época de dominación, explotación, intervenciones militares y de las otras? A la vista de los resultados de guerras como la de Ucrania, Palestina, Yemen y otras en curso, ¿realmente se puede hablar de “una época pacífica, descenso de las muertes por violencia y aumento de las que disfrutan de la democracia”? Los imperios, todos a lo largo de la historia, son sangre y dolor para los pueblos en beneficio de elites dominantes cada vez más poderosas e insensibles. Hablemos del hambre, de las muertes evitables que asolan a la humanidad, de los inmigrantes, de la ignorancia y la brutalidad que se propaga por la red de redes advirtiendo que si los avances de la ciencia no están al servicio de todos, si el bien común no tiene buena prensa sino que nos encomendamos al dios mercado, al consumo individualista sin tasa ni medida, ¿a qué le llamamos progreso y democracia?
La nota, que me parece una muy interesante y representativa visión del mundo, y luego de desgranar un análisis plagado de elementos cuestionables, consigna sobre el final: “En las últimas dos décadas se ha vuelto popular arremeter contra la hegemonía estadounidense, hablar con sorna del “excepcionalismo estadounidense”, ridiculizar la actuación de Estados Unidos como “policía mundial” y anhelar un mundo multipolar. Bueno, felicidades. Ahora tenemos ese mundo. A ver si les gusta más.”
¡Considera natural la hegemonía imperial, cree ¡en serio cree! en el destino manifiesto de los EE.UU. y defiende su papel de policía mundial (paradigma de violentos y corruptos).
Las luchas contra las hegemonías son de larga data. Si bien nunca fue un imperio más sanguinario y explotador que el yanqui, los anteriores en esencia no fueron menos malos. La rebelión del gladiador Espartaco en 73-71 a.C. es la rebelión de esclavos más antigua que me viene a la memoria.
Una breve consulta a la Wikipedia nos ilustra: La rebelión de Tasos (465 a.C.) contra el control ateniense es una de las primeras que encuentro. Se considera que la primera rebelión campesina de China tuvo lugar en Dazexiang y data del 209 a.C. Los historiadores ubican las primeras civilizaciones en la Mesopotamia de los ríos Tigris y Éufrates, territorios que hoy son Irán, Irak, Turquía, Siria… Eran, según investigaciones basadas en viejos trozos de cerámicas con ilustraciones y escritura: agricultores, sacerdotes, reyes… Y soldados, claro. En tanto hubo riquezas que disputar la violencia estuvo presente, los registros refieren a fechas decenas de miles de años antes de la era cristiana.
Lo nuevo puede ser sólo más de lo viejo y hasta peor que lo anterior. No es que suscriba aquello de Manrique “como a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Viejo y conocido ¿vale más que nuevo por conocer? Esa es una filosofía conservadora, incluso reaccionaria que busca impedir pensar en verdaderas alternativas a una sociedad que no le gusta a la inmensa mayoría, porque es muy cruel para la vida de la gente. Todos quieren ser monedita de oro, pero nadie quiere la culpa y los responsables suelen ser expertos en disimular, esconder y mentir realidades.
Escribo un fin de semana en que hay elecciones en Argentina y las hubo en Ecuador la semana pasada. En la segunda vuelta ganó Noboa, con 35 años será el presidente más joven y pertenece a una de las familias más ricas del país. Las derechas lucen robustas, aunque estén a la vista los resultados de semejantes políticas. Perón dijo: “no es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores”. Más allá de que provenga de un personaje que encontró refugio con Franco, asusta constatar la vigencia del dilema que implica votar el menos malo de los que tienen chance.
A los progresismos de diversa estirpe se les imponen derechas impresentables cuando se instala “el descreimiento generalizado sobre “la política” -y la angustia por lo económico, fuere en la realidad o en la sensación- puede darle cabida a cualquier cosa”. La afirmación corresponde a Eduardo Aliverti, periodista, locutor y docente argentino.
Para decirlo pronto (y no sé si mal) todos prometen cambios, porque la realidad es inaceptable y el futuro se avizora peor. Después viene cumplir y hacerlos, o por lo menos intentarlo en serio. Que sea por la fuerza de la ‘sin razón’ que se impiden y no por la resignación del ‘no es posible’. Más temprano que tarde vendrán las consecuencias de los votos y las políticas -nuevas o no- que se instalen. Quiero creer que no puede ser eterno el círculo maligno del engaño, el voto contra nuestros verdaderos intereses (que son ejercer nuestros derechos) o el impedir a sangre y fuego cambios profundos, de verdad democratizadores, en nuestras sociedades.
1 https://www.nytimes.com/es/2023/10/09/espanol/guerra-israel-gaza-hamas.html