Como te cuento una cosa…

Los textos que se viene publicando en las páginas de Claridad, son una selección de las crónicas del libro «Como te cuento una cosa…», con recopilación de temas escuchados, leídos, o vividos en nuestro país, en los últimos 60 años, ¿o alguno más ? … Los mismos quieren exponer el humor que está presente en este país, al que muchos catalogan de grises y tristes, de ahí ese dicho: “Triste, como uruguayo contento”

«Parece mentira las cosas que veo…»

 

La canción Adiós juventud, de Jaime Roos, fue usada en el programa Telecataplúm, de Canal 12, por el año 1985, para vestir un micro que mostraba hechos insólitos de Montevideo, y de Uruguay en general, en la década del ochenta. Da pie también esa parte de la letra para titular y relatar algunas anécdotas vistas en nuestras calles y trabajos,

1940

Mercado de cercanías

Me contó mi amigo Carlitos que un conocido de él de nombre Osmar había sido vendedor de frutas y verduras con un carro tirado con caballo en la periferia de Montevideo. Hacía venta directa de su quinta a los consumidores. Dentro de su repertorio de promoción, voceaba: «Señoras y señoritas, arrímense a la ventana, que hoy traigo los duraznitos a dos reales la palangana»; «Señoras y señoritas, asómense a su balcón, que hoy traigo las ciruelitas a tres reales el cajón».

 1966

El árbol de la vida

Me contó mi padre que le escuchó esta frase al político brasilero João Goulart, cuando estuvo exiliado en nuestro país, después de uno de los golpes de Estado que se produjeron en Brasil: «Qué país maravilloso Uruguay, que es capaz de torcer una calle con tal de salvarle la vida a un árbol», refiriéndose al ombú que está ubicado en la intersección de bulevar España y Luis de la Torre.

1969

Debería estar en el Guinness

Mi primer trabajo en serio fue como vendedor de la empresa de Caramelos Zabala, antes de que fuera absorbida por otra compañía grande del rubro golosinas. Tenía que visitar todos los días una zona distinta de Montevideo. En ese tiempo la empresa vendía directamente a los comercios. En muchos de los que visitaba, el humor flotaba en el aire y era lo que ayudaba a los comerciantes —supongo— a romper el hielo con los clientes y a amenizar las muchas horas vividas detrás del mostrador. También compensaban la espera de los vendedores, ya que, por norma, había que esperar que no hubiera clientes para que nos atendieran. El tipo de comercios a los cuales les vendíamos era muy variado: quioscos, salones, farmacias, bares, cantinas, almacenes y otros. Esto hacía que se encontraran muchas veces muy cerca unos de otros: uno, dos y hasta tres por cuadra en algunas zonas. Como récord personal, recuerdo que en un día llegué a visitar 150 clientes y a levantar 106 pedidos. Esos caramelos eran muy populares y se vendían solos, éramos más «levanta pedidos» que vendedores.

Mal hábito

En una ocasión, estaba en una cantina del barrio Sayago, como siempre esperando a ser atendido, y escuché este diálogo entre los parroquianos:

Tito: «Che, Tatú, ¿qué te vas a pagar?».

Roberto: «Qué te va a pagar este, si le dicen Chanchita, porque para sacarle un peso hay que romperle el culo».

Tito: «Bueno, vos, Roberto, lo de siempre, ¿no?. ¿Y usted, don Sánchez, ¿qué toma?».

Don Sánchez: «No, gracias, Tito, no tomo más».

Tito: «¿No toma más? ¿Y qué le dio por eso…?».

 

Preparada para el lunes…

Farmacia de Rivera casi Comercio. Entra una señora y escucho este diálogo entre ella y el farmacéutico:

—¿Me da aspirinas?

—Sí, ¿cuántas quiere?

—Y…, deme una caja de cien.

—¡Pah! ¿Qué tiene?, ¿invitados?

 

Por muy gallo que sea, solo la gallina pone los huevos

Almacén en la Unión. Diálogo ocurrido mientras otro vendedor y yo esperábamos para ser atendidos:

Clienta: —Don Manuel, voy a llevar huevos. ¡Pah!, qué chiquitos que son…
El otro vendedor comentó en voz alta:
—A mí me parece que esos huevos son de gallo.
La señora, sin tomar conciencia de la broma, contestó medio molesta: —¡Ah, no! Si son de gallo, yo no los quiero.
En complicidad con el colega chistoso, tuve que hacer fuerza para disimular la risa.

 

1970

Fotocopias La Liebre

Allá por la década del setenta, era muy común ver en los comercios, sobre todo en casas de fotocopias, un dibujo que mostraba a un comerciante que atendía público agarrándose la panza doblado por la risa, con un globito que rezaba:

«¿para cuándo fue que dijo que lo quería?».

 

Vení mañana

Otro cartel clásico que recuerdo de cuando yo era niño era:

«hoy no se fía, mañana sí».

 

1971

Quijotadas

Allá por 1971, había cambiado de rubro y era vendedor de las máquinas de oficina Olivetti. Caminando por las calles de la Ciudad Vieja, cruzando la plaza Matriz, conocí al político Washington Guadalupe. Era un día de otoño, cuando me crucé con un hombre que llamaba la atención, vestido de traje y sombrero oscuros.

Era alto, y según mi recuerdo, su traje lo hacía parecer más alto, porque le quedaba como apretado. Caminaba derechito, duro y con pasos largos.

Quedé muy sorprendido por aquel personaje, a quien le vi una similitud con la figura del Quijote, pero moderno.

No pude con mi curiosidad y me acerqué a un quiosco que estaba cerquita y le pregunté al comerciante:

«¿Y este quién es?», a lo que el quiosquero me contestó:

«El Flaco doctor Guadalupe, director del diario El Debate».

Ahí lo asocié inmediatamente con las caricaturas que había visto de él en los diarios y pensé: «Se la ponen fácil a los que dibujan caricaturas…».

Muchos años más tarde, en 2017, cuando uno de los conductores del programa Estado de situación, de Radio Carve, relató una anécdota protagonizada por Guadalupe, recordé inmediatamente el día en que lo conocí en la plaza Matriz.

En el programa, hicieron mención a la habilidad del político:

«Su vinculación directa con Luis Alberto de Herrera hizo que este aceptara un ofrecimiento de un joven Guadalupe de ir él personalmente a inscribir en la Corte Electoral, a minutos del plazo de cierre de las inscripciones, la lista de candidatos del herrerismo, con un orden ya acordado de la plancha de candidatos. Guadalupe estaba registrado en el séptimo lugar en la lista de diputados.

Lo concreto, y según cuenta su leyenda, es que en la lista presentada a la Corte el Flaco Guadalupe fue registrado en el segundo lugar».

En el diario La República, en el suplemento «Comunidad», leí una nota de Luis Grene sobre Guadalupe, que lo describía como un «típico exponente de una raza política nacida entre los asados de los baluartes, rodeado de aguerridos correligionarios de pañuelo blanco al cuello y gran viveza criolla al responder a los adversarios. Peinado con gomina Brancato, jamás dejó de vestir sus trajes oscuros que parecía le quedaban chicos por lo largo de su estatura. Y su típico y elegante sombrerito de alas sin doblar, que coronaba su movediza figura de andar elástico.

Otra de las facetas del personaje Guadalupe fue su pasión por la palabra escrita como duro látigo para castigar a los colorados.

Su presencia era habitual en las redacciones y su duro estilo se notaba en los editoriales…».

 

1978

Balconeando el día

En otro rubro en el que incursioné como comerciante y vendedor fue la serigrafía. Con mi amigo Héctor instalamos un taller que funcionaba en la calle Molinos de Raffo, en Sayago. Héctor era el técnico que nos dirigía en la impresión de los trabajos.

Yo tenía asignada la tarea de conseguir los trabajos en la calle, pero, cuando había muchos pedidos, ayudaba también en el taller.

Teníamos amistad con los vecinos, y todos los días, cuando salía a «hacer calle», intercambiaba alguna palabra con ellos. Un día, temprano en la mañana, cuando arranqué a hacer la venta, vi a la hija de los vecinos de la casa de al lado, Mariana (7 años, más o menos), asomada al balcón, con una gorra de baño en la cabeza. Ahí la saludé: —Hola, Mariana, ¿qué te pasó?, ¿no fuiste a la escuela hoy?

Ella me respondió, haciendo un movimiento con la mano que parecía una araña caminando:

—No, no fui. Mi mamá no me mandó porque tengo «los caminantes» en la cabeza.

 

1987

¡Igual te bendigo, hijo mío!

Días previos a la visita del papa a Montevideo, iba caminando por la vereda y tuve que bajar a la calle porque había una obra en construcción.

Me crucé con un obrero que iba cargando una carretilla de arena. Nos saludamos y me dijo:

« Y, qué vas a hacer, hay que trabajar, ¿qué más remedio?, ¿por qué no habré estudiado para Papa: ¡qué PAPAPA, eh!».

 

1989

Vendiendo fruta del árbol caído

Montevideo, feria de la calle Silva, en el barrio Lavalleja.

Unos fuertes vientos habían arrasado todos los árboles frutales de las quintas de Canelones.

En un puesto de la feria, un ocurrente vendedor, con su potente voz, promocionaba al paso de los clientes una oferta de las manzanas caídas, con esa chispa de la que hacen gala los vendedores de feria: «¡Aproveche, doña, la manzana! La que el viento se llevó. ¡A la manzanita…!».