Los textos que se viene publicando en las páginas de Claridad, son una selección de las crónicas del libro «Como te cuento una cosa…» con recopilación de temas escuchados, o leídos, o vividos en nuestro país, en los últimos 60 años, o más…, incluyendo también vivencias en nuestra familia.
Como sabemos nuestros hijos, o nietos, son una fuente inagotable, de dichos, medias palabras y anécdotas. Pero nosotros también fuimos niños y recordamos también nuestras sorpresas, miedos, risas…
FAMILIA
Vivencias de mi vieja familia
1928
¿En qué miedo supiste que eras valiente?
Me contó mi padre que de niño vivía en Cerro de las Armas (cerca de la ciudad de Tarariras, en Colonia). Allí tenían un rancho donde habitaba su familia. También había, como era tradicional, un excusado retirado unos veinte metros de la vivienda. De noche, él salía con sus 6 años a hacer pichí y, como le daba miedo ir solo hasta el excusado, hacía ahí nomás, a la vuelta de la casa. Entonces aparecía su padre (mi abuelo) y le decía: «¡Ese es un hombre valiente, carajo, no tiene miedo de que lo vean!».
Fideos Miau
Mi abuelo Carlos era un hombre de muchos oficios. Aparte del tradicional dispendio de bebidas alcohólicas que atendía generalmente en la noche, durante el día lo hacía en su almacén que estaba pegado al bar. Además de las características funciones de los ramos generales, había ido anexando otros servicios, como peluquería. También tenía una cachila, con la cual realizaba viajes como taxi. Años más tarde también trabajó como relojero. En el almacén, para atender a la clientela, lo ayudaba mi abuela Teresa.
Era reconocido el abuelo, según me contó mi padre, como una persona con mucho humor, a quien le gustaba hacer bromas. Un día entró al comercio a hacer sus compras una muchacha que tenía fama de ser medio «pituquita», o delicadita. Cuando le pidió para llevar fideos, el abuelo se dirigió hasta uno de aquellos tradicionales cajones de madera con puertas superiores, donde se guardaban a granel los alimentos más consumidos, y al abrir aquella puerta con bisagras, haciéndose el sorprendido, le anunció fuerte y en broma a su esposa una novedad: «¡Ayyy, Teresa, mirá! Otra vez la gata se parió entre los fideos».
La muchacha compradora casi se desmaya del asombro y el asco.
1932
¿Hacemos tortas fritas hoy?
Mi madre era la más chica de once hermanos. Por parte materna eran de origen piamontés. Vivían en un paraje llamado Cosmopolita, cerca de Juan Lacaze, Colonia. La familia se autosustentaba, con una forma de funcionar en la que todos los hermanos tenían asignadas distintas tareas. Los varones se ocupaban de las labores típicas del campo: carnear animales, para el consumo familiar y hacer chorizos una vez al año; sembrar una quinta y cuidar los árboles frutales; ordeñar alguna vaca para el consumo de leche diario; y arreglar todo lo que se rompía.
Las mujeres hacían el resto de las tareas que siempre hay en una familia: cocinar, hacer pan en el horno, hacer dulces, mermeladas y salsas para todo el año, lavar loza y ropa, hacer y arreglar ropa. Elsita, como la llamaban a mi madre, por ser la más chica, con sus los 7 años, en ese momento, estaba encargada de una tarea liviana, que era juntar leña fina (o «charamusca», como ella solía llamarla) para prender el horno de pan a leña. Hacían el pan casero todos los días para aquel familión. El horno y el excusado, como era la costumbre, estaban a una distancia prudente del resto de la casa. Los días que llovía, como no hacían el pan, porque la leña estaba mojada o para que no se mojaran los encargados de esa tarea, el pan era sustituido en las distintas comidas, por tortas fritas. Con ellas se acompañaban los desayunos, meriendas y las otras comidas. Según mi madre, de ahí viene la costumbre de hacer las tortas fritas cuando llueve, que, más que una moda, era una necesidad práctica.
Mi querida «gringuita»
El Piamonte marcó a una parte de mi familia y tal vez por eso siempre me despertó interés su vinculación con nuestro país. Recién en el 2010, cuando conocí Turín, capital del Piamonte, y pude ver algo de sus valles y montañas, logré atar mi vieja imaginación sobre sus paisajes y costumbres con lo que había oído en cuentos familiares.
Hay registros de que a mediados del siglo XIX llegaron a Uruguay las primeras familias de colonos valdenses provenientes del Piamonte (once inmigrantes, según fuentes) y se radicaron en la ciudad de La Paz (Canelones); otras versiones los ubican llegando también a Florida. Estas familias, miembros en su mayoría de la Iglesia Evangélica Valdense, se asentaron en nuestro país huyendo de las guerras regionales, del hambre y la miseria que las muchas confrontaciones bélicas habían dejado en sus vidas en el norte de Italia.
Según una versión recabada de parientes cercanos que siguen vinculados a esa colectividad, los valdenses que se mudaron de Florida hacia Colonia Valdense y Colonia Piamontesa (La Paz) en 1858, lo hicieron producto de la persecución y el destrato que les había hecho el cura católico en Florida. Luego, con los años, se fueron desparramando aquellas primeras familias del Piamonte por nuestro país. El departamento de Colonia fue uno de los más requeridos por esa colectividad. La ciudad de Colonia Valdense, que los representa hasta con el nombre (por Pedro Valdo, fundador del movimiento religioso valdenses), es probable que haya sido la que tuvo mayor cantidad de personas de esta comunidad piamontesa, pero hay otras zonas del departamento que también acogieron a una gran cantidad de ellos.
También en Villa La Paz (o Rosario Oriental) se ubicaron varias familias, dejando una marcada colonización agrícola. Así mismo en Tarariras también se alojaron muchas de estas familias.
Los piamonteses aportaron con su arribo importantes valores: cultura de trabajo, espíritu emprendedor, experiencias de cooperativas de ayuda mutua y solidaridad. Otra característica que tenían, era que sus familias eran muy unidas. Como todas las familias de emigrantes, particularmente aquellas que se trasladaban en los tiempos de guerras, tenían un perfil de austeridad muy marcado. Esta característica de los «gringos» (como se les llamaba) era tomada en broma por nuestros paisanos, quienes definían este comportamiento con el adjetivo de «machetes». Dejo constancia, como dije al comienzo, de que me comprenden las generales de la ley, dado que mis apellidos por parte de mi abuela materna son Geimonat y Bertinat, de origen piamontés. Mi madre nos contaba que a ella de chica, en Tarariras, cuando fue alumna de la escuela, algunos compañeros de clase le decían “la Gringuita”.
1938
Futuro político
Nos contó mi padre esta anécdota de su casa, de cuando él era adolescente. El era seis años mayor que su hermano Néstor (nuestro tío) y había asumido la tarea de ayudarlo y apoyarlo con los deberes de la escuela. Un día llegó Néstor a pedirle que lo ayudara a entender un deber que le habían dado como tarea domiciliaria. Este consistía en la interpretación de una lámina del libro escolar. En esa ilustración se veía a una familia en su hogar: el padre leyendo un diario en un sillón, un niño jugando cerca de una estufa de leña prendida y la madre en el fondo cocinando en un fogón, sobre cuyas llamas había una olla.
Mi padre lo orientó sobre lo que debía escribir, lo que le sugería esa escena y alguna explicación más.
Estuvo trabajando Néstor un rato y volvió a mostrarle lo que había escrito, que decía algo así como: «Se ve a la madre cocinando la cena, al padre leyendo no sé qué diario y al hijo jugando en el suelo con unos juguetes». Mi padre le dijo, para no herirlo mucho: «Está bien lo que pusiste. Eso describe la escena, pero lo que la maestra quiere es tu interpretación, qué te sugiere la escena, por ejemplo: una familia unida, el padre descansando del día de trabajo y leyendo un diario, para contarle después algo a su familia: los hechos del país, temas políticos o de la democracia y las guerras en el mundo. A su vez, todos están esperando la comida caliente hecha por la madre que, con amor y ya de noche, sigue sacrificándose por ellos». A Néstor no le gustó mucho tener que borrar y rehacer otra vez el deber, pero, refunfuñando, se fue a corregirlo. Al rato apareció de vuelta con su relato rearmado y se lo mostró, con un tono medio irónico pero satisfecho con su interpretación: «Bueno, a ver, fijate si así está bien». Mi padre leyó el texto y tuvo que hacer fuerza para no reírse delante de él: «La olla del pensamiento humanitario se cocina en las llamas de la independencia y la democracia nacional».
1943
Jugando a la segura
Mi abuelo materno, Pedro, refiriéndose al temporal de Santa Rosa, decía: «Nunca se sabe, puede venir seis meses antes o seis meses después».
Pedido de la mano
Cuando mi padre fue a pedir permiso a mi abuelo materno para visitar a mi madre, este no anduvo con muchas vueltas para poner condiciones a esa situación y, haciendo un movimiento con el puño cerrado, le dijo: «Está bien, muchacho, puede visitarla, pero mucho cuidadito con “aquello”».
1945
Tamaño baño
Nos contó mi padre, Carlitos, que cuando tenía 23 años y aún era soltero trabajaba en un diario y una radio de la ciudad de Tacuarembó y vivía en una pensión. Un día fue a visitar a su amigo Raúl, al que le decían el Grande, que vivía en otra pensión. Lo atendió Rosita, la dueña de la pensión:
Carlitos: Buen día, señora, ¿estará por ahí mi amigo Raúl?
Rosita: Sí, m’hijo, está, pero sé que se está bañando.
Carlitos: ¿Usted no sabría si demorará mucho…?
Rosita: Y… sí, m’hijo, yo creo que sí, porque él es tan grande…