Escribe: Garabed Arakelian
No es habitual, se debe admitir, que se descabece de un plumazo la cúpula de un ejército. Pero eso se hizo aquí, en Uruguay, y lo hizo un gobierno del Frente Amplio con el presidente Tabaré Vázquez. Muy bien!! Era lo que se esperaba.
Pero no alcanza, no es suficiente: porque la dosis, cuando se da a sorbitos, pierde efecto. Si por un lado no tiembla el pulso para destituir, por el otro, se avanza a pasos vacilantes. O, simplemente no se avanza, como temiendo llegar al hueso del problema.
Porque, en este “juego de ajedrez” dejar el tendal de trebejos tiene su valor y su significado, sin duda, pero siempre secundario, pues lo que importa es el dominio de la situación, que es decir: los militares deben quedar subordinados a la Constitución y al poder civil, sin ingresar en el campo político haciendo uso de una autonomía que no les corresponde, otorgada o concedida, a veces por desidia y en otras arrebatada por propia iniciativa ante un campo propicio para esos avances formales e informales.
Eso es lo que falta y no se advierten avances en el camino de la vigencia del poder civil. El que no haya habido escarceos militares, que los hubo, no significa que el ánimo de la indisciplina haya desaparecido. Es que lo que se ha criado y fortalecido, cobijado y mimado durante años no se extingue por decreto. Es algo más allá de la letra y de los formalismos. Se trata de una filosofía de desprecio hacia lo civil, a la cual se agrega el toque ideológico de “izquierda perversa, y antipatria”, que la fuerza militar debe combatir, según los contenidos ideológicos de la formación que reciben los militares.
Es allí donde aparecen las dudas, las insatisfacciones y los fastidios. Porque ya no es suficiente avisar y ordenar a los militares que no pueden hacer declaraciones, eso es reiterar obviedades, lo que se requiere, en primera instancia, es que dejen de ser un factor de poder, no desestabilicen a otros poderes y no avancen sobre la sociedad con una filosofía de dominación que no es democrática, laica ni republicana.
Lo que las autoridades deben comprender es que hay una enorme masa de frenteamplistas, no de los que “prestan” su voto, sino de militantes convencidos y sacrificados que ya no admiten más engaños ni falacias. Son los que están convencidos que una patria tutelada, sin soberanía y libertad, no es el ideal planteado por el Frente Amplio desde su nacimiento.
Durante más treinta años se ha soportado la connivencia de los partidos políticos con la inmoralidad del golpe de estado y la aplicación rabiosa del Plan Cóndor por sobre la ciudadanía indefensa y el posterior pacto de silencio que no fue ni es, solo entre militares sino entre estos y civiles, o, dicho de otro modo: entre fuerzas armadas y partidos políticos.
Ahora ya no se espera, se reclama la aprobación de la Ley Orgánica Militar, la superación de la tremenda injusticia que implica la Caja militar y la apertura de la formación doctrinaria de las fuerzas armadas, para que sean parte consciente de una sociedad plural, democrática, republicana y laica. Y, por supuesto, el reclamo va dirigido a todos los partidos políticos y especialmente al Frente.
A los frenteamplistas, principales receptores de la vesanía militar desatada contra su propio pueblo, les quedaba una cada vez más pequeña esperanza de acceder a la verdad y a la justicia y hoy, se comprueba que los sucesivos gobiernos frenteamplistas han sido parte de ese silencio y de ese engaño y que, si en algo se ha develado el misterio de la impunidad ha sido por la desmesura y la glotonería de los propios militares que han descuidado los límites del silencio que les convenía. Por ese desliz se supo el contenido de las actas del llamado tribunal de honor. El destituido general Manini se lamentó que por la infidencia de militares, los periodistas hubieran entrado en conocimiento de esas declaraciones ya que, de no haber sido así, se podría haber continuado en paz como hasta ahora, según su criterio.
Por eso, cada acto que involucre a los militares es observado con particular atención. No escapa a esa actitud el reciente despliegue, exagerado por demás, para hallar el cuerpo de la desaparecida Micaela. No es que la vida de una persona desaparecida no merezca el despliegue realizado, no es eso por supuesto, y no es decir esto lo que le quita valor a esa vida, en cambio vale considerar el posible uso que se hace de esa desaparición para otros fines.
Quienes apostaron a que no se podía saber nada más en los reclamos de Verdad y Justicia, los que argumentaban que había que esperar que se murieran todos aquellos que sabían algo porque se lo iban a llevar a la tumba y después comenzar de cero, mientras aconsejaban dar vuelta la página, ahora, estos propagandistas de la desesperanza, tendrán por lo menos que explicar cómo y porqué se equivocaron. Si es que se trata de error y no de otra cosa.
Porque ya, los maracanaces, que no son solo de la ciudad sino también del campo han colmado la paciencia en particular de los frentemplistas hartos de lo que consideraban engaños y ahora indignados por la confirmación de esas falsedades: el pacto del silencio tiene protagonistas civiles y esos son los que están entre nosotros. El descreimiento ha ganado cuerpo y será difícil que el gastado argumento de la unidad logre ocultar el desengaño y el fastidio.