Por Hugo Tuyá
La última encuesta de la empresa Opción indagando a la opinión pública sobre la gestión del gobierno, señala un 46% de respuestas positivas y un 32% de negativas, mientras el 22% restante puede considerarse, a esta altura de la performance gubernativa, como “ni,ni”: un saldo en más de 14 puntos porcentuales que sostiene que hoy en Uruguay el presidente...? o el gobierno de coalición...? figuran con un remanente positivo de los ciudadanos, aunque con un descenso general respecto al resultado del referéndum por el NO y al guarismo de la segunda vuelta electoral de 2019. Si bien la multicolor en su conjunto recibió un 54% en primera vuelta, el apoyo público que hoy representa el presidente no puede ser calificado de malo, aunque continúa la baja en forma lenta y firme. En general, los primeros mandatarios históricos del país han pasado por las mismas horcas caudinas y han sufrido el desgaste político característico de una faena asaz difícil y persistente: luego de una “luna de miel” con la población, las primeras medidas y especialmente las polémicas, marcan siempre una caída en la imagen presidencial que puede mantenerse o no, o por lo menos ser oscilante. En este caso, la variable “pandemia” parece haberle otorgado buenos resultados a Lacalle Pou, de acuerdo a varias encuestadoras. Queda por analizarse una medición mas precisa en términos desagregados que implica temáticas de alta sensibilidad como la economía de bolsillo y las relaciones laborales, instancia que seguramente se conocerá en futuras encuestas de opinión. Luce extraño que con una situación social sujeta al sostén de ollas populares como consecuencia del hambre, baja general de ingresos, alta inflación, y una suerte de “populismo” punitivo con más represión y abusos policiales en expansión, narcotráfico y sicariato descontrolados, entre otros entuertos graves, el apoyo al presidente concite un alto porcentaje de adhesiones. La pandemia, el discurso, y la actitud personal mediática del presidente, con el plus de una crítica sistemática al FA en distintas áreas, indican una respuesta más certera al todavía elevado apoyo público al primer mandatario. Sin dejar de prestar atención a la “fotografía” de actualidad que nos brinda cualquier empresa dedicada a husmear en el estado de ánimo de la población, los cambios que se producen en forma profunda en la sociedad no parecen emerger con tanta velocidad ni tampoco su detección temprana: la trama dramática de las ollas populares constituye un paradigma, el incremento de la violencia, otro. Posiblemente es el ciudadano común quién, con buen olfato, experiencia de vida, y alta sensibilidad frente a las transformaciones de la modernidad liberal y capitalista pueda calibrar con cierta precisión las causas de variadas metamorfosis sociales, cuyos orígenes demoran en ser apreciados por los gobiernos de turno, no así por la academia. Dentro del maremagnum de episodios diarios, la representación que la ciudadanía se hace de aquéllos no necesariamente es la correcta, dependiendo de variados factores como la posición en la sociedad, la información, y la cosmovisión particular. Si sumamos el protagonismo estelar de las redes sociales, cualquier hecho o circunstancia puede ser considerado desde decenas de ángulos de enfoque, tiñendo la situación de opiniones disparatadas o sesgadamente descalificadoras. Estamos en un momento histórico complicado debido precisamente al cruce abrumador de información donde el maniqueísmo y el descentramiento abusivo de los problemas centrales del país son los abanderados de la política oficial, mediando un periodismo que, con alguna excepción, pregunta lo que conviene al interrogado. En estas circunstancias, el ciudadano puede experimentar confusión respecto a la veracidad de los acontecimientos y elevar la sospecha como un lugar común frente a los distintos comentarios de los actores políticos. El desencanto, y un proceso de desideologización progresivos pueden acentuarse ante la rispidez de los discursos y la lentitud de resultados que acompañan las medidas de gobierno. Esta situación tendrá que ser estudiada detenidamente en los tiempos venideros y evitar la concreción de un núcleo duro de desencantados que puede generar sorpresas en las elecciones de 2024. El discurso oficialista sobre las bondades de la LUC y las supuestas mejoras en temas sociales o últimamente de seguridad, sin embargo, no ha calado lo suficiente en la opinión pública si nos remitimos a las encuestas y el presidente ha tomado nota de la circunstancia.
La reunión con su grupo aúlico, es decir: de estrecha confianza política, en la estancia Anchorena, indica un quiebre en la estrategia del gobierno y una revisión de ciertos temas que están socavando el apoyo de la población a las medidas implementadas, especialmente las de seguridad y, aunque en otro plano, la espiral de precios. Si bien la monserga habitual continúa con sus críticas a la herencia frenteamplista, los números no dan como para echar las campanas al vuelo, lo que ha generado que desde el secretariado del presidente, su vocero, Alvaro Delgado, hable de “apretar el acelerador”...(sic)...sin que se sepa a ciencia cierta el significado del aserto. La guerra en Ucrania, como excusa habitual, tampoco concita la empatía esperada, y muchos se preguntarán el objetivo de mantener un Estado que se declara impotente para aliviar la pesada carga de los precios internacionales de alimentos básicos y de los combustibles fósiles.
Tampoco pueden dejarse de lado los sucesivos embates críticos desde la oposición frente a escandaletes varios, al dogmatismo inveterado del herrerismo y sus socios, y al inmovilismo desde el Ministerio del Interior respecto al aumento progresivo de los homicidios. Para ello el ministro Heber fue a dar sus explicaciones al Parlamento, aunque sabemos de antemano que todo seguirá su rumbo y el presidente se ha manifestado apoyando la labor del ministro. Como es de estilo en esta administración, se traerán números diferentes a lo que plantea la oposición y se hablará de la “era Bonomi” como un punto de inflexión que reinvindica las innúmeras interpelaciones del período. El tratamiento cuantitativo del tema lleva a pensar que el gobierno tiene urgencia de mostrar resultados----una interpretación casi deportiva----para diferenciarse del F.A. y soslayar de ese modo la profundidad cualitativa de las distintas áreas en conflicto. Podríamos analizar, sin pretender elaborar una tesis científica, los distintos comportamientos y visiones de los hechos que nos conciernen en lo cotidiano y estudiar hasta que punto los hitos emanados de la práctica política inciden en la vida de la gente de a pie. También cuales son los parámetros de análisis que los uruguayos hacen de sus representados, y hacia dónde apuntan los criterios de buena o mala calidad de la gestión pública. Podríamos preguntarnos si se asume responsablemente la vigilancia de las promesas electorales y su puesta en práctica efectiva. También si se considera que el arte de la Política es indispensable en la vida particular, si existe una relación de causa-efecto por fuera de la peripecia diaria, o si se realiza un seguimiento histórico y/o genealógico de los elencos parlamentarios y ministeriales que han actuado digamos, en estos últimos 25 años...¿ Es esto mucho pedir...? Seguramente, y de forma intuitiva porque la vida nos ha enseñado mucho, diríamos que muy pocos están dispuestos a dispensar su tiempo en temas políticos o debates economicistas, menos aún en planteamientos éticos respecto a conductas inconducentes de personajes poco o nada conocidos por la plebe. Parece lógico que los problemas de “bolsillo” y laborales luzcan como los más relevantes y sobre dicha base se deslicen comentarios de acuerdo a la situación propia. Entre computadoras avanzadas, smart phones, redes sociales, y mensajes cruzados de variada índole, el individuo en sociedad parece poco entusiasta a emplear su tiempo libre para tales menesteres, lo que puede generar, sin percibirlo, simplificaciones grotescas de una realidad. La oferta de actividades mundanas esquiva lo colectivo y reafirma lo individual, y luego de la pandemia hemos podido constatar la avidez por la ruptura de una rutina esclerosante y perjudicial. La vida moderna con sus chiches tecnológicos y publicidad abrumadora abroquela al individuo en una celda audio visual incólume, donde el objetivo se transforma en un sueño de consumo interminable: un auto, celular, viajes, casa, dinero, y diversos valores de tipología narcisista e individualista que forja, en definitiva, una visión de la sociedad y la vida de relación.
La información por Internet se ha convertido para miles de personas en la única visión y escucha de ciertos hechos, sin base complementaria de datos, lo que la hace menos confiable de lo que parece. Sin ser una posición ilegítima en procura de una vida mínimamente digna, los cambios sociales y culturales van delineando una forma de ser y compartir valores y sentimientos, muchas veces lejanos a la solidaridad, las necesidades, y el respeto que una comunidad necesita para su auto percepción identitaria, sus tradiciones, y el cuidado mutuo de sus componentes. La visión de la Política a través de las redes pasa a constituirse en un dato más en la agenda, y la conducta de los actores políticos un tema de conversaciones descalificantes cuando no se percibe un horizonte concreto a la solución de temas básicos. De allí, hay un paso hacia el abandono de cualquier expectativa positiva respecto a la posibilidad de ver otro país en movimiento y un modelo más cercano a las necesidades humanas de la comunidad. La relación entre el ciudadano y sus “empleados” políticos se aleja cada día más por variados factores, llegando a constituirse en una verdadera “grieta” por el surgimiento de frustraciones puntuales debido a la falta de respuestas del sistema a problemas comunitarios, por ser el contribuyente testigo mudo de los enfrentamientos endógenos de los actores en campaña o en la actividad parlamentaria, o simplemente por creer que la actividad política es un “curro” para oportunistas de variado pelo, cuando el ingreso es insuficiente para las obligaciones domésticas y los gastos fijos.
Muchos ciudadanos piensan seriamente en que el voto, con ser importante, no debería ser obligatorio y restringe la libertad de opciones, aunque es de suponer que el hecho de no emitir el voto constituye per se una forma de relato electoral, ya que se apuesta a que una situación coyuntural se mantenga en estado de hibernación política: según la Sociología este comportamiento sería parte de una anomia sostenida, ejemplificada en la fragmentación social de larga duración y en consecuencia, la brutal abstención electoral que sufren estados nacionales con deterioros estructurales históricos.
En otro plano, habrá ciudadanos que no puedan aceptar que el sistema democrático tiene una base de discusión inevitable y fermental, y no facilita las salidas rápidas ni mal organizadas, y que cada tema debatido tiene sus tiempos y resultados, a veces a corto plazo, pero también de largo aliento. Cuando llegan las crisis cíclicas, típicas de las estructuras capitalistas empresariales de libre mercado y con ausencia estatal, el ciudadano ve en peligro su subsistencia e intenta presionar de alguna forma la resolución de conflictos que lo atañen, y quizás, toma conciencia de su valor como ser social exigiendo cambios radicales que pueden generar, en el peor caso, salidas autoritarias, o en el mejor, respuestas colectivas haciendo conciencia de su capacidad transformadora que puede significar un cambio de orientación económica y social mediante el voto libre y secreto. En tiempos actuales, existe evidencia, a través de mediciones públicas permanentes, de la falta de empatía ciudadana con el estamento político e incluso con el sistema democrático-republicano, por fallas en la solución de temas estructurales, en la medida que, ya expuestos en la tarima de conducción nacional los tres grandes partidos de referencia---PC, PN, FA----las diferencias programáticas---aunque notorias---- y de gestión parecen no ser tan acentuadas. Los casos de corrupción han calado en todos los ámbitos, y la continua pelea mediática, siendo real o puramente electorera, termina por fatigar el ánimo del más pintado, y un número elevado de ciudadanos, asi lo demuestran las encuestas de opinión con calificación de indeciso, opta por mantenerse al margen de una situación que no pueden controlar ni tampoco incidir directamente, y dejan para los últimos días previos a la elección la marca a fuego de su voto, lo que significa que en las últimas semanas de octubre o noviembre pueden cambiar su preferencia si así lo consideran pertinente. Su decisión pasará por distintos supuestos y se anclará en diferencias de clase y culturales, también en una postura caleidoscópica de los postulantes, claves de una sociedad fragmentada, exasperada, y a la defensiva, y sin resolución inmediata de temas sociales gravitantes. Sobre aquellos personeros políticos que niegan la existencia de una “grieta”, debería caerles el sayo de la austeridad y honestidad intelectual al someter al adversario a cualquier acusación al barrer desde las redes sociales y generar dudas sobre la trayectoria personal de cada quien sin pruebas contundentes que lo avalen.
En un país pequeño y de “cercanías” conocemos bastante sobre legajos y trayectorias, entre quienes pesa la desconfianza y la sospecha de fraude, y muchas veces hemos compartido asados en comunión donde se ventilan estropicios mundanos. Recorriendo un territorio dividido virtualmente entre los “malla oro” y el resto, existe tela para cortar y recortar en materia de privilegios, atención imperiosa en los niveles de pobreza, y marketing político. Los anatemas de parte de ciertos personajes que probablemente no vuelvan a ocupar un sillón parlamentario, además de generar mayor descreimiento sobre el valor y funcionamiento de los mecanismos democráticos, de rebajar la calidad del discurso y la jerarquía social del cargo, si lo que se procura es deslindar responsabilidades en la conducción de gobierno cuando no se tienen soluciones a problemas sociales graves y se toman como chivo expiatorio las eventuales carencias del gobierno anterior, sería conveniente dedicar el tiempo a otras actividades para las que se encuentren más preparados o hacia las que tengan mayor vocación, evitando así el desbarranque moral de buscar excusas cuando se asume el timón del barco.