Por Hugo Tuyá
La realidad post-pandemia parece haber quitado la máscara a las suposiciones, distorsiones, elucubraciones, juego de imágenes, y teorías variopintas del equipo gobernante acerca de las bondades de la LUC. Ni bien superada la etapa crítica de los contagios y en fase de meseta, reaparecen los viejos problemas no resueltos a contrapelo de recortes y discursos pos verdad “pour la gallery” repetidos como mantra en donde existía un mundo maravilloso con baja de delitos y coberturas sociales suficientes para aliviar el periodo de crisis inaugurado en marzo de 2020, a escasos días de la ascensión de Luis Lacalle Pou a la primera magistratura. Ese mundo de fantasía ha durado lo que un suspiro y toma al gobierno con un problema relativamente resuelto -el control del virus-y con el resurgimiento del Uruguay real de la mano con el aumento de la pobreza, de los homicidios, de los hurtos y robos y de la población carcelaria a límites delirantes, en tanto que, y solamente, hace buena nota –al menos en apariencia- en lo que concierne al control de los abigeatos, para aplauso, medalla y beso, de parte del “campo”, esa dama tan rigurosamente cuidada y vigilada por el presidente y sus acólitos.
Es notorio el incremento de la conflictividad sindical y la falta de respuestas rápidas de la coalición multicolor, lo que evidencia que nunca ha existido un plan B para el eventual impacto en la ciudadanía de los cambios a nivel económico y social que se han implementado en este tiempo de gobierno: el referéndum fue el llamado de atención a la siesta de las encuestas positivas para el presidente y sus socios, y las escuálidas medidas posteriores para abatir la carestía partieron de esa alerta amarilla hecha pública por Manini Rìos. Parece que la película está llegando a su fin y el caos se ha apoderado de la línea programática que hablaba de algo así como “los mejores 5 años de tu vida”. Como contrapartida, los conflictos de toda laya siguen su curso y van en aumento, obligando al Ministerio de Trabajo a realizar denodados esfuerzos por zurcir fuerzas antagónicas en una atmósfera donde lo único posible es respirar neoliberalismo y esperar más tiempo para dar solución a temas calientes como la recuperación salarial, la suba imparable de precios de la canasta familiar, el cálculo fallido del precio del combustible, el asunto Katoen Natie que ha traído hasta ahora solo problemas derivados de un escándalo propio de un sainete, y si con todo esto no bastara, no se vislumbra ningún dato sobre la reforma de la Seguridad Social, entre otros temas también complejos y que requieren un abordaje colectivo, es decir, con la oposición y las fuerzas sociales involucradas.
La coyuntura que se vive es realmente caótica y en diversos planos, pero especialmente en el área seguridad, el recordado caballito de batalla de este gobierno cuando era oposición y que prácticamente había desplazado al ministro Bonomi de su Ministerio al Parlamento, donde un dia si, y otro también, era interpelado y acusado de fracasos varios por el incremento de la inseguridad ciudadana. Sabiamente lo había anunciado Mario Layera al abandonar el MI: “...los pingos se ven en la cancha...” y el oráculo se ha cumplido al pie de la letra: una vez superada la pandemia la “nueva normalidad”, ahora en un plano decadente y “kitsch”, se ha salido de cauce y amenaza la continuidad del propio ministro Heber.
En otro plano, y buscando datos en el motor de búsqueda, se llega al siguiente relato que constituye una síntesis perfecta de lo que este escriba pensaba ensayar, aunque obviamente, lo hubiera expresado con otras palabras. Para evitar el plagio o la paráfrasis dejo al lector los conceptos que, aunque pensados para otra realidad, parecen consecuentes y funcionales con la disyuntiva actual del Uruguay que habitamos:
"Si hay algo que nos supera y juega en nuestra contra es el desorden. El funcionamiento óptimo, ya sea social, político, económico o de cualquier otra índole, debe ser entendido dentro de lo sistemático y lo normativo. Lo caótico es inverso al orden y tiende a la destrucción, o como mínimo, a la desestabilización. Vivir en desequilibrio es un atentado contra la razón porque corrompe la convivencia y el estado del bienestar. Entender y defender la armonía es un valor que habría que promocionar desde todas las instituciones. Las rupturas siempre conllevan desasosiego y enfrentamiento, oídos sordos, pasiones encendidas y emociones desquiciadas, que suelen desembocar en lo irracional.
Sentirse civilizado no es serlo, hay que ser consecuente con ello. Por eso, no es entendible ni asumible que los que manejan los poderes del Estado no tengan la suficiente racionalidad para confrontar ideas sin desestabilizar el sistema, porque sin un sistema aceptado y consensuado por la mayoría, la convivencia es confusa y abigarrada.
Es una irresponsabilidad mayúscula y un error histórico dividir a la ciudadanía en bandos enfrentados sin tener previamente preparados los elementos necesarios para efectuar un cambio drástico, como es, por ejemplo, la independencia de un territorio, de una forma coherente y sensata, sin haber analizado pormenorizadamente todos y cada uno de los condicionantes que entran en juego en una posible secesión.
Es insensato intentar esquivar la ley, como también lo es la excesiva parsimonia a la hora de encontrar una salida aceptable para todas las partes de un conflicto. Las leyes están para ordenar la estructura social, pero no han de ser rígidas e inamovibles, se han de adaptar a las circunstancias de cada momento histórico, para que pueda fluir sosegadamente un nuevo orden social si así lo quisiera la mayoría.
Las situaciones extremas propician que los grupos más radicales se alimenten del desconcierto y persuadan de que es mejor vivir fuera del sistema establecido, llamando a la desobediencia civil. Arropados en esta forma singular de pensar pueden crear una entropía social que los legitime para hacer de su gobierno una tiranía democrática, es decir, un esperpento político en toda regla. Mientras tanto, millones de ciudadanos se quedan en el más absoluto de los desconciertos". José A. García del Castillo- Prensa Ibérica- 2019-“
Si analizamos los conceptos anteriores desde la Filosofía de la Historia observando tiempos de crisis y otros de estabilización, podríamos concluir que la vida y objetivos de las naciones concurre por un tiempo cíclico y repetitivo (un eterno retorno) proveniente de la Grecia clásica y no de un tiempo lineal y progresivo demarcado por el Renacimiento y el Iluminismo. Desde el materialismo dialéctico también puede expresarse como la relación del ser social con su tiempo histórico y los mecanismos de transformación que sufre al ejecutar cambios materiales en la sociedad: el ser social, es decir los individuos en sociedad, se van modificando, o generando nuevas visiones del entorno social, en la medida que transforman su periferia y son “transformados” conscientemente a través de nuevas relaciones de producción. La esfera política, mediante sus agentes especializados, constituye una representación material del estado de la sociedad que va actuando sobre la realidad de acuerdo con determinados parámetros ideológicos situados en el imaginario colectivo, y simultáneamente va delimitando pautas de una futura sociedad a su medida e intereses de clase.
En los sistemas democráticos fuertes y de larga tradición, existen permutas del elenco político cada cierto periodo de tiempo a instancias de elecciones abiertas, pero dicho evento no significa que la nueva dirigencia continúa el camino económico-político del anterior, por lo tanto, lo que puede entenderse como un sentido de progreso durante un período histórico puntual, puede convertirse en un retroceso en el siguiente, si observamos las distintas miradas programáticas que los partidos políticos ponen en movimiento cuando llegan a la primera magistratura y las necesidades estructurales no discutidas ni tratadas durante décadas de gobernanza. Ejemplos de esto en nuestra América abundan, y podemos llevarlos al plano de la Filosofía de la Historia si medimos el horizonte social ideal perseguido por los agentes políticos reunidos en conglomerados, coaliciones, o partidos, al estilo de los tres principales que conocemos en Uruguay, hoy delineados de forma general-puede aplicarse otra taxonomía- entre liberales conservadores y liberales progresistas, más allá de su conformación, estructura interna, y de su representación histórica a través de una confrontación secular entre blancos y colorados desde los albores de la Patria Vieja. A partir de 1971 surge un nuevo partido-coalición y movimiento-dentro de un clivaje transversal histórico, constituido con figuras progresistas de los partidos fundadores en alianza programática única con corrientes de carácter marxista y confesional, mediando una finalidad filosófica y política diferenciada que hacia fines del siglo XX ya configuraba una mayoría relativa a nivel de todo el país.
La Filosofía de la Historia es un ramal puramente especulativo emanado de la ciencia histórica pero que, a través de la práctica política de los distintos protagonistas -referenciales e institucionales- va configurando en su devenir categorías y análisis que permiten generar una clasificación de los perfiles de los partidos, sus referentes, y los cambios experimentados a través del tiempo, y especialmente, su particular cosmovisión en un periodo de larga duración.
Tiene una relación directa con la Ciencia y la Historia Política, y en la obra pionera El Príncipe, situada en el siglo XVI, e inspirada en el pensamiento multifacético de Nicolás Maquiavelo, pueden apreciarse las primeras luces sobre conceptos de la filosofía histórica y la búsqueda de un contrato republicano para futuras gobernanzas, a pesar de las artimañas que son consideradas básicas para la pervivencia de cualquier príncipe de la época, y que implican comportamientos “non santos” en la actitud del mandatario hacia sus rivales políticos.
En la actualidad, es posible considerar que el periodo de liberalismo conservador que hoy hegemoniza la política nacional-no hablamos de hegemonía cultural- ha puesto en reversa conceptos y prácticas ejecutadas durante la administración frenteamplista generando un principio de entropía social de difícil proyección y peor solución a los conflictos, ya que la filosofía neoliberal y sus “fetiches” en curso pretende reimplantar una cultura de libre mercado donde el individualismo, el emprendedurismo, la desregulación, y el retiro del Estado como articulador y controlador de la práctica económica y social, fijen los nodos principales de una nueva era de repliegue estatal y una plataforma de despegue del agronegocio exportador y del capital monopolista en áreas estratégicas como el caso de Katoen Natie.
En definitiva esro constituye la continuación de una película ya vista, y con dos puntos consagratorios en 1982 y 2002 atravesados ambos por el mismo dogmatismo ciego en tanto que el segundo agrega la particularidad de la coparticipación. Los inevitables problemas derivados de tal política en materia jurídica y laboral parecen extraídos del mito de Perogrullo y podrían ser evitados, como mínima expresión, en la medida de un consenso democrático que incluya a la oposición, que componga las partes en pugna, y transite por una resolución pacífica y transaccional de los contenciosos. Como ha dicho Mujica: “...nadie pide poesía...”, pero un orden mínimo es imprescindible. Sin embargo, a pesar de experiencias pasadas y estrepitosamente fracasadas, de “ojear” el resultado del referéndum, el modelo no intenta recomponer ideas y sin duda, continuará generando conflictos evitables que traen un costo político hacia el futuro. Sería esperable, dentro de una posible debacle sin salidas, por lo menos, y dejando prejuicios ideológicos de lado, un mínimo común múltiplo de sentido común.