Aporofobia ( Relato de una agresión en Pinares)

Por Carlos Peláez

Bruno Riverón, 24 años, empresario; Ricardo Carrasco , 25 años, empleado; Federico González, 23 años, estudiante y Federico Alonso Fernández, 22 años, estudiante, resultaron imputados por los delitos de violencia privada agravada y lesiones personales. La audiencia se realizó en el Centro de Justicia de Maldonado este viernes 11 de febrero..

Los cuatro fueron los agresores de su vecino de 18 años a quién “confundieron con un ladrón”, cuando caminaba a una cuadra de su casa en Pinares.

La fiscal Ana Rosés solicito prisión preventiva para los cuatro durante 90 días. Pero el juez Sebastián Amor rechazó la prisión y en cambio les prohibió salir del país hasta el 12 de mayo: También les prohibió acercarse a la victima a menos de 500 metros. La fiscalía apeló la decisión del juez.       

 

Los hechos

 

Eran las 20.30 del sábado 5 de febrero. Se puso su gorrito con visera, el sacón con capucha porque había refrescado, agarró su celular y auriculares, avisó a sus padres que daría una vueltita a la manzana y volvería enseguida porque la cena estaba pronta.

Unos días antes llegó desde Montevideo con su familia para pasar un par de semanas de descanso  en la casa que  alquilaron en Pinares, Maldonado. Nunca sospechó lo que le iba a ocurrir.

Según el relato de su padre, Pablo Romero, “mi hijo tiene 18 años, acaba de terminar el liceo y quiere estudiar medicina. Le gusta escuchar rap y trap e incluso ha compuesto varias canciones dentro del estilo del rap. En la línea de la estética de la música que le gusta y cultiva, suele utilizar gorro de visera, capucha y pantalones recortados.  Y a veces camina con un aire y balanceo que da sensación de que está en pleno rapeo por las calles”.

Su aspecto fue suficiente para condenarlo. Apenas traspasó el portón de la casa recibió un puntapié desde atrás, trastabilló pero no cayó. Al darse vuelta vio que otros sujetos venían corriendo hacia él con palos o cachiporras en la mano, mientras le gritaban “chorro”.

Intentó explicarles que vivía en la casa de al lado, pero fue en vano. Le gritan que no mienta, que le van a pegar un tiro  y se abalanzan para golpearlo. Instintivamente sale corriendo hacia la rotonda que está en Camino de la Laguna y Polux, un lugar donde habitualmente transita mucha gente.

Uno de los agresores había dado la vuelta a la manzana con un cuatriciclo y lo atropella, malherido y golpeado logra levantarse y corre con desesperación. Allí aparece un auto blanco que lo encierra, mientras los atacantes intentaban meterlo adentro.

Casi suplicando por su vida logra convencerlos que vive pegado a la casa de ellos. Uno le dice que “si es mentira, le van a pegar un tiro”. A rastras lo llevan a su casa, ingresan al jardín y golpean la puerta. Fue la madre del chico quién abrió y se encontró con los desaforados y su hijo golpeado.

Entonces los hombres dijeron que “lo habían confundido con un ladrón que había intentado ingresar a su casa días antes”. Le ofrecieron 3.500 pesos “por el gorrito pisoteado” y se fueron. Esa misma noche tuvieron una ruidosa fiesta en su casa.

 Pero las agresiones no habían terminado. Cuando Pablo se entera de lo que le había pasado a su hijo, se dirigió a la casa de sus vecinos. Les señala todos los posibles delitos que habían cometido y que inmediatamente llamaría a la policía. Uno de ellos contesta ·que “no pasa nada, que es el hijo de un embajador y que iba perder el tiempo denunciando”. Según Sebastián Serrón, el abogado que los defiende “eso es falso, no hay hijo de embajador alguno”.

Uno de los agresores le apoya la mano sobre el pecho y lo empuja para que se retire unos centímetros, queriendo cerrar el portón. “Le pregunto si también me va a golpear. Me dice que es para sacarme porque el portón ya es propiedad privada. Lo dijo uno de los mismos sujetos que minutos antes habían invadido mi circunstancial hogar, llevando del brazo a mi hijo herido para ver si decidían matarlo o no en función de si efectivamente vivía allí”·, dijo Romero. 

La policía demoró más de un hora en llegar, no detuvieron a nadie, se limitaron a tomar los nombres de denunciantes y denunciados. Los agresores reconocen que confundieron al chico. La madre de este les dice que “incluso si hubiera sido efectivamente un ladrón debían llamar a la policía y no hacer lo que hicieron”.

La respuesta del hombre fue que “si era un ladrón, estaba bien lo que hicieron, que era legal”.

Una policía femenina, antes de irse dijo “hay muchos robos en la zona y que por eso la reacción, errar es humano”.

El domingo una carta pública escrita por Romero para denunciar los hechos corrió a través de las redes. Al día siguiente fue portada en todos los medios.

El periplo para la familia continuó. Presentarse en la comisaría 1º para ratificar la denuncia, concurrir al forense, el martes declarar en fiscalía, atender centenares de llamadas telefónicas. Mientras tanto las agresiones continuaron porque uno de los agresores que irrumpió en medio de una entrevista para TV, le ofreció pagarle los días que les quedaban de alquiler “para que se fueran”, y afirmando “ya pedimos disculpas, somos gente de bien”.

El joven agredido ha pasado los últimos días encerrado, tratando de olvidar. Los agresores en la casa de al lado, disfrutando sus vacaciones. Por lo menos hasta el viernes 11.

Después supimos que muchos vecinos vieron al chico correr, lo oyeron gritar, vieron a los agresores mientras lo atropellaban y golpeaban. Nadie fue en su ayuda porque “también creyeron que era un ladrón al que habían agarrado con las manos en la masa”. 

 

Miedo y odio: un cóctel del que no se vuelve

 

Hace mucho tiempo que se viene  constatando  el ejercicio de justicia por mano propia. El caso antes relatado, con la brutalidad que representa, no ha sido el único. Hace años un padre le pegó un balazo en el pecho a su hija, ambos dentro de la casa, al confundirla con un ladrón. Tiempo atrás un hombre asesinó de un balazo a un grafitero que pintaba un muro vecino abandonado. El año pasado un hombre que arreglaba cables un su azotea, fue asesinado por el vecino que lo confundió con un ladrón.

Hace unos años atrás, también en Pinares, un pibe llegó de trabajar tarde a su casa y encontró a otro pibe que le robaba una planta de marihuana. Obnubilado, porque ya lo habían robado antes, entró a su casa, tomó un cuchillo y salió a perseguir al chorro por un monte vecino. En medio de la trifulca lo mató. Uno muerto y el otro preso y arruinado por vida. A este lo conocí, buen tipo, laburador, estudioso, que por un momento perdió la razón.

En el año 2009 la ex jueza penal Adriana Graziuso, devenida luego en directora de Jurídica de la Intendencia, basada en la “ley de indeseables” aprobada en los años 40 y luego en desuso, expulsó de Maldonado a unas 15 personas de los cuáles uno sólo había delinquido. 

También hemos visto muchos “arrestos ciudadanos” que son otra forma de justicia por mano propia.

El abogado Juan Ceretta dijo en su columna de El Espectador que “cuando se pone la propiedad por sobre la vida ocurren estas cosas”.

La periodista Soledad Platero escribió para La Diaria una columna que tituló “Gente de bien” (https://ladiaria.com.uy/opinion/articulo/2022/2/gente-de-bien/    cuya lectura recomendamos

“Los agresores del sábado pasado repiten como un mantra que ellos son “gente de bien”. Que se equivocaron y pidieron disculpas, como hace la gente de bien. Tuvieron la mala suerte de que el agredido no era alguien sin acceso al lenguaje, a los medios, a la exposición pública. Podía haber sido así, podía haber sido un pobre infeliz cualquiera de los que un día sí y otro también tienen que pagar la “portación de cara” en cualquier espacio lindo y disfrutable. Seguramente no nos habríamos enterado. Y peor aún: podría haber sido alguien que, además de ser pobre, tuviera antecedentes, circunstancia que justifica cualquier abuso, cualquier acción intimidatoria. Podría haber muerto sin fiscal, sin defensa y sin juicio si hubiese sido un ladrón, porque a un ladrón, señor, señora, se lo puede matar si está a la distancia apropiada, y si está un poco más lejos siempre se puede decir que hubo un error de percepción producto del miedo, de la inseguridad espantosa que se vive, de lo atrevidos que son los pichis”, dice Platero.

Y agrega: “hay una idea tan arraigada en la opinión pública de que un joven de buena familia es un chico hasta los 40, mientras que un infractor pobre es adulto desde que aprende a caminar”.

No existe una ley, ni siquiera la LUC, que proteja a los agresores. Pero es cierto que desde el gobierno la idea ha sido estimulada. Te pueden detener por insultar a un policía, si sos pobre claro.Pero si vives en un barrio acomodado jamás te van a detener por golpear a alguien a quién consideres ladrón.

A principios del 2020, el senador Jorge Gandini dijo que. “Hay apariencia delictiva en gente con tatuajes, piercings y gorrita. Por eso nosotros queremos darle a la policía la posibilidad de que si ve a personas con apariencia delictiva, tengan la posibilidad de decir… 'no me gusta esta gente'"… aseguró el senador para defender la LUC.

Si su concepto se aplicara a rajatabla, muchos policías deberían ser detenidos. Porque con tatuajes y gorrito se ven muchos en horas libres. Y vaya uno a saber si no esconden algún piercing.

Con gorrito de visera, tatuajes, piercings, pantalones rotos y peor….el pelo teñido, se ven muchos en Punta del Este. Pero conducen autos de alta gama.

Nadie hubiera pensado que Nicolás Schiappacasse traficaba armas para los barrabravas. Pero era un futbolista conocido y tenía  dinero, pese a su juventud.

Nadie en este país agredió a Juan Peirano, a pesar de haberse encontrado con él varias veces en el Shopping de Punta del Este. Nadie agredió a los tantos torturadores con que se han cruzado en la calle. Todos delincuentes. Y está bien porque para eso tenemos Justicia.

Los que han promovido la “legítima defensa” a límites difusos, los que apoyan arrestos ciudadanos, no creen ni en la policía ni en la justicia.

Parecería  que más que justicia buscan venganza.

Pero es más grave, porque detrás del pensamiento de Gandini y otros muchos que como él viven hablando de “gente de bien”, se esconde el odio a los pobres.

“¿Qué nos está pasando como sociedad? ¿Cómo es posible que cinco hombres, una manada de violentos, que creen que tienen una ley aparte que les permite actuar como quieran, hagan lo que hicieron con mi hijo de 18 años recién cumplidos? ¿Cómo es posible construir una sociedad sana y segura, donde nuestros hijos no tengan miedo de escuchar rap y vestirse con gorrita de visera, so pena de poder ser considerado un sujeto con “apariencia delictiva” y quedar expuesto a hechos tan graves como los que vivió mi hijo?”, preguntaba Pablo Romero en su carta pública donde denunciaba los hechos. De alguna manera contestó la periodista Soledad Platero: “Es verdad que estamos viviendo una época violenta y peligrosa, pero es porque enfrentamos la más peligrosa y brutal de las violencias: la de la gente de bien.