El corazón del problema: ¿Cuál es el cambio deseado?

 

Escribe: Alvaro Portillo -

Dr. en sociología y abogado Prof Catedrático de Sociología Urbana en la Facultad de Arquitectura UDELAR. Miembro del MAS e integrante del Área Programática del Frente Amplio

El imaginario programático de la izquierda

Durante la mayor parte del siglo XX la izquierda abrazó una idea del cambio cuya raíz se remitía al siglo XIX y que, con la revolución bolchevique se vio reforzada con la enorme importancia que le confiere el haberse materializado en una revolución política.

La esencia de esta intencionalidad revolucionaria estaba centrada en la destrucción y superación del capitalismo. Existía la convicción que el modo de producción capitalista vivía una crisis terminal, precipitada por la primera guerra  mundial, que habilitaba a considerar la posibilidad de un desplome generalizado de dicho modo de producción.

La convergencia de una serie de circunstancias muy particulares ofrecieron la posibilidad revolucionaria en la Rusia zarista, y no como los  principales teóricos del marxismo preveían,  que sería en los países fuertemente industrializados.

La genialidad y el arrojo de Lenin hicieron posible el aprovechamiento de esa circunstancia desencadenando un proceso revolucionario el que rápidamente evoluciona a una destrucción total del régimen zarista y de las bases mismas del capitalismo en Rusia.

A partir de allí se suceden un sinfín de debates y reflexiones: el socialismo en un solo país es posible, cómo encarar la revolución en los países más desarrollados y con instituciones democráticas, cuál es el papel de las nacionalidades, qué sentido tiene el internacionalismo de las luchas populares, entre otras cosas.

Todo ello no fue claramente saldado y allí quedaron múltiples interrogantes  con diversas y divergentes respuestas que la historia se fue encargando de enmarcar.

En términos generales, es posible afirmar que, con variados matices, la experiencia soviética quedó instalada como el referente ineludible. En particular en lo que respecta al “qué hacer” una vez obtenido el poder, y en todo lo atinente a las diversas interpretaciones de la denominada “dictadura del proletariado”, y en especial en lo referido a la acumulación primitiva socialista ( Preobrazenski, E,).

La esencia del pensamiento socialista, surgida a partir de Marx, señalaba la imperiosa necesidad de mutar la propiedad de los medios de producción hacia la clase trabajadora, como forma de eliminar la explotación y hacer posible el desencadenamiento de un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas a partir de la propiedad social ( ¿ o estatal?) de los medios de producción.

Estas premisas básicas fueron las que la Unión Soviética intentó poner en práctica en un periplo que tuvo variaciones sustanciales, entre las que se destacaron la nueva política económica formulada por el propio Lenin y la colectivización forzosa impuesta por Stalin.

Unos de los aspectos de este periplo que causó mayores efectos en la consolidación y expansión del pensamiento socialista, fue el de los impresionantes éxitos de este proceso  de acumulación primitiva socialista.(  Preobrazenski, E. op.cit)

Un conjunto de graves carencias que caracterizaban a la Rusia zarista en materia del más mínimo bienestar social, se pudieron mitigar y erradicar en un período de tiempo acelerado.  Hay que tener presente el enorme peso de este ejemplo, que llegó a influir en los Estados Unidos con la aplicación del New Deal en tanto respuesta “social” del capitalismo frente a los problemas causados por su propia lógica.

Los logros en materia de salud, educación, vivienda, construcción de infraestructuras, entre otros, generaron en todo el mundo un enorme impacto de lo que era posible luchando contra el capitalismo  para la construcción de una sociedad socialista.

Siguió el curso de la historia y nuevas revoluciones se fueron sumando: China, Indochina, Cuba, ofreciendo de forma muy similar los impresionantes éxitos de la mencionada acumulación originaria. Asimismo, en todos los casos se trataba de países atrasados,  marginales en el mercado capitalista y con frágiles o inexistentes instituciones democráticas gestadas con anterioridad.

La evolución de la URSS, en tanto potencia imperial, fortaleció su presencia en el concierto internacional una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial merced a su participación decisiva en la derrota del nazismo y sus aliados. A partir de ello amplió sus territorios con las sucesivas anexiones de los países europeos y asiáticos fronterizos.

A estas alturas ya quedaban en claro las limitaciones de un socialismo ajeno al protagonismo popular cuya expresión más notoria era una burocracia dueña del poder y de la gestión de los medios de producción.

En la subjetividad social estas “limitaciones“ de la experiencia soviética tendieron a relativizarse en aras de la significación del bloque de países socialistas que jugaba el importante papel de freno y contrapeso con respecto a los países capitalistas.

En este nuevo escenario de la guerra fría, el denominado campo socialista, hegemonizado por la URSS, con todos los países satélites anexados mediante el Acuerdo de Yalta,   económica y demográficamente comportaban prácticamente la tercera parte de la humanidad.

La izquierda en todo el mundo actuó y pensó su circunstancia con ese telón de fondo. Ya sea  aquellos que integraban el movimiento comunista y por lo tanto respondían a los dictados de la URSS , como el resto de las expresiones de la izquierda mundial, aún con las críticas que pudieran merecerles ese socialismo realmente existente, lo reconocían como un posible aliado en caso de triunfar en el escenario nacional.

Ello alimentó sustancialmente la posibilidad de la autarquía y la autosuficiencia, sin que importara la escala de país de que se tratara o el nivel de desarrollo alcanzado. Las dificultades iniciales de la acumulación primitiva estarían contando con el apoyo del campo socialista.

Todo esto tuvo una particular expresión en América Latina. Por un lado las fuertes articulaciones culturales con Europa permitieron trasladar fluidamente las vicisitudes del pensamiento socialista pero, en ocasiones, impidiendo un análisis propio del escenario latinoamericano.

Por otro lado, el pensamiento encontró dificultades en su desarrollo a partir de las condiciones del capitalismo latinoamericano de carácter dependiente. La genealogía del capital y su lógica de acumulación no se correspondían con lo ocurrido en los países centrales, tampoco el escenario de clases sociales constituidas en este contexto de dependencia.( Gunder Frank, A.1970, Cardozo, F.H. y Faletto,E.1978, Bambirra, V. 1978)

Es importante tener en cuenta estas limitaciones, porque la aplicación mecánica de los análisis europeos llevaron a la izquierda a muchos errores en su práctica política.

En este escenario, la emergencia de la Revolución Cubana implicó un enorme impulso a la reflexión y a la acción. Rápidamente se transformó en una experiencia emblemática a emular. Algo similar al efecto de la revolución rusa en su momento.

Cuba encarna lo mejor del imaginario latinoamericano. Es una experiencia llena de heroísmo y creatividad, con personajes como el Che, Fidel o Camilo, que se enfrentan con éxito a la potencia occidental más poderosa.

Los primero años de la Revolución Cubana ofrecen importantes logros que avalan lo que ya se había venido observando de las otras revoluciones socialistas.

Dos décadas después emerge en el escenario latinoamericano el triunfo electoral de la Unidad Popular de Chile. Allí, a diferencia de Cuba, se trataba de un país con importantes tradiciones democráticas, donde el éxito electoral era condición para cualquier propuesta de cambios.

La experiencia chilena fue sumamente breve: algo más de tres años. Su final trágico, archi conocido, estuvo precedido por una izquierda con serias dificultades para practicar la unidad de acción, lo cual, entre otras cosas, facilitó la contrarevolución cívico-militar orquestada por el gobierno norteamericano.

Este capítulo de la historia latinoamericana dejó una serie de interrogantes que nunca se supieron saldar adecuadamente: ¿la vía electoral es inviable para protagonizar cambios radicales? ¿cómo hay que garantizar una unidad de la izquierda que sepa sostener exitosamente el proceso?¿cómo abordar el tema militar en la política de los cambios?¿qué relación debe haber entre el proyecto de cambios y el mercado?...

La derrota chilena fue el prolegómeno del Plan Cóndor que luego azotaría a toda América del Sur, promoviendo una estrategia de terrorismo de Estado hasta ese momento nunca visto en la región.

El regreso a la democracia a mediados de los ochenta centra el foco del pensamiento de izquierda en la recuperación de la democracia y el generalizado reconocimiento de los derechos humanos en todas sus manifestaciones.

En el mundo se estaba procesando un nuevo modelo de desarrollo , el informacionalismo, ( Castells, M. 1997) ) protagonizado por los países centrales del capitalismo, en tanto respuesta a la crisis estructural puesta de manifiesto con motivo de los precios del petróleo en 1973. El final de una larga etapa de prosperidad relativa que pone en entredicho la acumulación capitalista.

De acuerdo a Castells(  ) “ …las relaciones sociales de producción y por tanto el modo de producción determinan la apropiación y usos del excedente…”

“…los modos de desarrollo son los dispositivos tecnológicos mediante los cuales el trabajo actúa sobre la materia para generar el producto, determinando en definitiva la cuantía y calidad del excedente. Cada modo de desarrollo se define por el elemento que es fundamental para fomentar la productividad en el proceso de producción…

…en el modo de desarrollo agrario la fuente del  aumento del excedente es el resultado del incremento cuantitativo de mano de obra y recursos naturales…

… en el modo de desarrollo industrial la principal fuente de la productividad es la introducción  de nuevas fuentes de energía y la capacidad de descentralizar su uso durante la producción y los procesos de circulación..

…en el modo de desarrollo informacional la fuente de la productividad estriba en la tecnología de la generación del conocimiento, el procesamiento de la información y la comunicación de símbolos..”(   Castells , M. op.cit)

El modo informacional de desarrollo va a implicar una seria reestructura del capitalismo: descentralización de las unidades productivas, acelerada concentración de capitales, sustento de los procesos productivos en las tecnologías de la información y la comunicación, redes y sistemas de ciudades de geometría variable, fragmentación y descentralización de la fuerza de trabajo, y un conjunto sustancial de cambios sociales y culturales.( Castells, M. op.cit) En esencia se trató de una respuesta exitosa del capital para recuperar los márgenes de rentabilidad perdidos, actuando básicamente en la rebaja del  precio de la fuerza de trabajo.

Por lo tanto, el modo de desarrollo informacional va a ser la alternativa que el modo de producción capitalista va a protagonizar como respuesta a su crisis. El informacionalismo, lejos de eliminar la esencia de la explotación capitalista, va a consolidarla y potenciarla, con muy importantes cambios estructurales.

En 1989 se desencadena la implosión del campo socialista y con ello queda definido un escenario mundial totalmente diferente en donde el modo de producción capitalista en su modo de desarrollo informacional prácticamente abarca a todo el planeta

Estas transformaciones, lógicamente, iban a complicar la teoría de los cambios. El exitismo conservador de los noventa (“fin de la historia”, neo liberalismo, etc.) golpea duramente al pensamiento de izquierda. Empiezan a quedar de manifiesto una serie de carencias que se arrastraban en la forja de este pensamiento, algunas, desde sus mismos orígenes.

La falta de respeto hacia la naturaleza,  desde una perspectiva de respeto por la vida en todas sus manifestaciones, el menosprecio por la democracia representativa como factor crucial en la edificación de una nueva hegemonía, la poca consideración por el reconocimiento de los derechos individuales y sociales, la convivencia sustentada en un Estado de Derecho, el respeto por todas las formas de diversidad ( étnica, sexual, nacional, etc), son algunos de los temas que la izquierda irá descubriendo trabajosamente.

Las experiencias revolucionarias, conocidas en su mayoría, no reconocieron estos temas  y en ocasiones los reprimieron. La izquierda fue omisa en advertir estas carencias para problematizarlas y saber encontrar alternativas. Por lo general, prevaleció el razonamiento de “ no darle armas al enemigo”.

Pero el problema no solamente radicaba en los temas mencionados. Los países autodenominados socialistas demostraron no haber podido resolver un sostenido desarrollo de las fuerzas productivas. Buena parte de la explicación de la implosión del socialismo fue su notorio atraso tecnológico con respecto a los países occidentales. La teoría del valor no se detenía en sus fronteras, con lo cual, progresivamente, fue poniéndose de manifiesto la menor productividad  de sus economías. Dicho de otra forma, occidente podía producir más, mejor y más barato. Obviamente sobre la base de una explotación capitalista renovada e incrementada, pero con superioridad económica al fin.

Los regímenes socialistas no solamente no fueron capaces de proyectar sostenidamente su crecimiento económico sino que, a la salida del período stalinista, conformaron una sociedad marginada de derechos en la que su mejora material chocaba con las inequidades de una sociedad férreamente estratificada.

El siglo XXI vuelve a poner en escena el pensamiento crítico y la práctica política promotora de cambios estructurales. El famoso "topo” del que hablaba Marx, refiriéndose a cómo en aquellas épocas históricas en las que parece que la contrarevolución es omnipotente, continúa, de manera subterránea, la voluntad de cambiar que es capaz de reaparecer en determinada coyuntura favorable muchas veces de manera imprevisible.

Ello ocurrió en América Latina con motivo de las grandes crisis del capitalismo (Brasil 1999, Argentina 2001, Uruguay 2002). Esta coyuntura habilitó la emergencia de los denominados gobiernos progresistas en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina y Uruguay.

Estos gobiernos estuvieron sustentados en un bloque social y político compuestos por nuevos y viejos actores del sistema político, algunos que provenían de la izquierda y otros desde otras vertientes. Sus líneas de actuación estuvieron centradas en algunos ejes, a saber:

Recuperación del rol central del Estado,

Reconstrucción de las instituciones del bienestar social,

Reconocimiento de una amplia gama de derechos individuales y sociales,

Un proyecto de desarrollo económico híbrido en donde, en todos los casos, la inversión privada mantuvo un lugar preponderante.

A excepción de Uruguay los demás gobiernos progresistas no han demostrado una práctica democrática claramente respetuosa de la esencia de cualquier Estado de Derecho y  ello, a su vez, conjugado con recurrentes prácticas de corrupción desde los mismos ámbitos gubernamentales.

La denominada “era progresista” comienza en los últimos años a desdibujarse por la pérdida de algunos gobiernos:  Brasil , Argentina, Paraguay,Chile, y por los crecientes problemas que se manifiestan como el caso de Venezuela con el generalizado avasallamiento de las instituciones democráticas y una crisis económica devastadora.

En los orígenes de este proceso se generó un gran optimismo, basado fundamentalmente en el encendido discurso latinoamericanista de estos gobiernos, acompañado de importantes medidas redistributivas.

En los últimos años se empieza a percibir un progresivo alejamiento con respecto a los sectores populares, pero en lo fundamental, muy serias dificultades para sostener una estrategia productiva de crecimiento económico que permita hacer posible las políticas de bienestar social.

El discurso latinoamericanista estuvo en proporción inversa a los logros obtenidos. Frente a la gran esperanza que se abría por la posibilidad de dar comienzo a un sostenido proceso de integración sudamericana - económica, comercial  y política- los avances fueron mínimos, inclusive en ocasiones con acciones contrarias a la integración como fue la política internacional del gobierno argentino hacia el Uruguay.

Todo ello permite llegar al presente con un escenario sumamente incierto, con el regreso a los gobiernos de actores políticos conservadores: Brasil, Argentina, Paraguay, Chile, el descreimiento de los sectores populares, y un contexto extraregional signado por la agresividad irracional del presidente Donald Trump muy lejos de cualquier escenario de diálogo.

A esta incertidumbre hay que agregarle la presencia de un nuevo y potente socio que es China que con una presencia creciente desafía a la región a encontrar los mejores términos de acuerdo y convivencia.

Este panorama resulta desolador en la perspectiva de una estrategia de reformas estructurales anti capitalistas. Sin referencias claras, una teoría válida pero llena de interrogantes, y una gran cantidad de cambios sociales, económicos y culturales ocurridos en las sociedades contemporáneas desafían a encontrar resquicios que permitan avanzar en la perspectiva anotada.

Lo más lamentable es que esta situación alimenta dos posturas y que ambas son condicionantes negativas para cualquier avance: la resignación a lo existente abandonando la idea de un cambio esperanzador, o el aferrarse a conceptos y valoraciones de décadas atrás de las que algunas ya encerraban fuertes errores y otras se correspondían con otro marco histórico.

En este cauce navega el proceso de cambios en Uruguay. (Continuará)

Del Editor: Dada la extensión del presente trabajo brindaremos el mismo a nuestros lectores en tres entregas sucesivas. Próximo capítulo: “Las propuestas del Frente Amplio”.