Por Hugo Tuyá
“Cuando salgan los números de este año veremos cuántos pobres menos hay…”
ISAAC ALFIE en MONTEVIDEO PORTAL (23-10-21)-
¿Cómo analizan los liberales conservadores la categoría de POBRES en una sociedad capitalista de libre mercado con problemas sociales sin resolver? ¿Pueden ser los pobres efectivamente representados por NÚMEROS que llenan una planilla de la Secretaría de la OPP y del MIDES, o forman parte de la mano de obra barata que “cierra” las cuentas fiscales del gobierno? No parece descabellado pensar entonces que el hecho de haber más pobres registrados que en años anteriores no es casualidad y que la responsabilidad objetiva no pasa solamente por la aparición de la pandemia y el uso de la “libertad responsable”.
En Uruguay, una vez instalado el nuevo gobierno salido de las urnas en 2019, se pudo aquilatar perfectamente el cariz de la gobernanza que llegaba cuando se hizo público quién iba a ocupar el más alto cargo en la OPP. Isaac Alfie, economista de matriz (neo) liberal atraca en el sillón con antecedentes que lo vinculan a la debacle producida por el PC ---gobierno de coalición liderado por Jorge Batlle---- y que ocasionó una de las peores crisis desde la reimplantación de la democracia con la ruptura o quiebre del tipo de cambio hacia 2002 conjuntamente con un “corralito” que impidió el retiro de dinero de bancos vaciados por sus dueños. Se trata de un técnico del “riñón” de la escuela liberal jorgista y figura importante durante aquel gobierno que arribó en 1999 mediante la segunda vuelta electoral y que proponía soluciones de tipo plaza financiera con un panorama de “laissez faire” característico de una ideología que hacía furor hacia la década del 90. Luego de la crisis del 2002---financiera que afectó bancos y depósitos, pero además social ---- entre descalabros variopintos y apellidos conocidos por trayectorias poco transparentes, Uruguay asiste, como una trágica “remake” de 1982, a una nueva estampida de varios miles de compatriotas hacia el exterior en busca de mejores horizontes, suicidios, endeudamiento exterior, quiebre de empresas, desempleo abierto, y otras calamidades difíciles de evaluar.
Defensor a ultranza del libre mercado, rol mínimo de políticas estatales, y partidario del control fiscal estricto, el economista Alfie también se vio involucrado, a fines del año pasado, en diferentes “affaires” confusos que lo relacionaban con el tema Aratirí, donde fungió de asesor empresarial contra el Estado uruguayo, y en un episodio particular que lo hacía acreedor a una bonificación especial y oculta que luego de ser descubierta debió dejar de lado.
Eximio simplificador del discurso económico a usanza de su mentor, no se siente identificado con la Renta Básica Universal porque sostiene que los estados como el uruguayo no se encuentran en condiciones de solventar dicho “gasto”. Plantea además modificaciones al IRPF como forma de aliviar la carga impositiva y corregir el diseño del mismo, diferente al que se aplica en los países europeos. Hasta ahora, y a pesar de encendidas oratorias pre-electorales, ninguna tasa o franja ha sido cambiada para proveer, en alguna forma, de mayor justicia tributaria al régimen impositivo, y paralelamente se han incrementado los precios de las Empresas Públicas (EEPP) y de los combustibles con la excusa del déficit fiscal heredado, falseando por lo tanto promesas que pintaban oníricamente un Estado “modelo” donde no existiría inflación ni modificación de tipo de cambio. Con respecto al IRPF no es extraño el cuestionamiento, puesto que en ningún gobierno anterior al F.A. se planteó seriamente su instalación, permitiendo en cambio fuga de divisas, evasión de impuestos, pérdida de recaudación del Estado por falta de controles, y como derivación, descapitalización de empresas públicas y focalización en una economía de renta y especulación que determinó el estallido del 2002 al estilo de la Argentina de Menem y de la Rúa, y el Brasil de Collor de Mello, ambos un ejemplo. Enemigo de controles monetarios y financieros desde el Estado que eviten bruscos colapsos y sus derivaciones sociales, podemos aquilatar por sus palabras y por la historia reciente que la libertad en el movimiento de capitales en una economía de mercado, y de números que ya mostraron su rostro oscuro y perverso en más de una oportunidad, constituye la razón fundamental del funcionamiento de la economía.
La irrupción del SARS/COV 2 fue un punto de inflexión para el gobierno multicolor que le impidió aplicar rápidamente los nuevos conceptos y medidas que acompañaban el programa emitido a la ciudadanía en la campaña electoral. Debió establecer un “delay” (demora) en varias reformas prometidas aunque desde marzo de 2020 se comenzaron a realizar, bajo decreto, recortes en varias áreas de la administración. La aprobación de la LUC por mayorías propias marcó el terreno para el futuro aunque sus efectos generales están por verse. No es compartible el diagnóstico del gobierno referente a los beneficios que supuestamente han traído las numerosas leyes que se unen sinérgicamente en la LUC, básicamente porque todo lo hecho por el gobierno hasta el momento reposa sobre la infraestructura y la normativa resultantes de la anterior administración del F.A. Una MITOLOGÍA de libre competencia debidamente dosificada en la antología retórica vernácula pero también en boca de diferentes mandatarios sudamericanos, que se da de bruces con una dimensión paralela causada por la pandemia mundial: los aportes en recursos financieros hechos a la sociedad de parte de los países capitalistas centrales a fin de evitar desempleo, quejas, quiebres de empresas, y desamparo social, sobre todo de los sectores pobres o vulnerables, que en toda economía liberal de mercado existe y existirá mientras no se apliquen medidas de una economía humana con fines sociales y con un objetivo de lograr abundancia para todos, incluso dentro del sistema de valores imperantes, situación que en algún punto cumplió la socialdemocracia europea posguerra y también la política interna de los EEUU hasta 1973 y que se modifica con la inflexión incremental de los precios del crudo y la crisis posterior que afectó a los países productores de petróleo y a los consumidores excluyentes.
La Economía, como ciencia social y de evidente sesgo político, ha evolucionado al ritmo de las continuas transformaciones y crisis que las relaciones de producción y las fuerzas productivas han ido construyendo a lo largo de la historia del capitalismo desde sus orígenes. Durante los siglos XVIII y XIX surgieron enfoques teóricos diversos que apostaban al uso racional de recursos y a una distribución más o menos equitativa de éstos en la sociedad moderna ya en el inicio de la Revolución Industrial, aunque el devenir de los hechos ha demostrado que tal “polifonía” económica-social no dio los resultados aguardados por la teoría y que una libertad irrestricta en materia económica genera concentración de la riqueza en manos de pocos y apropiación de “migajas” en manos de muchos. El régimen feudal y sus ligazones de vasallaje lentamente iban desapareciendo y el sistema económico pronto tomaría otro camino a partir de la Revolución Francesa y de la idea fuerza de la libertad individual. La aparición de los primeros teóricos económicos daba a aquélla, es decir, a la libertad y además, a la competencia, una importancia cardinal en el manejo de la distribución de recursos en la sociedad.
Autores e intelectuales de renombre sostenían que debería haber una adecuación de los recursos---siempre finitos---a la cantidad de población y a un aumento simultáneo de la producción de bienes teniendo en cuenta el progresivo y sostenido incremento de seres humanos sobre el planeta. En general, los argumentos partían de estudios de campo donde se mantenían sin mencionarlo, y a título de una libertad de principios, viejos privilegios de antiguas noblezas y se procuraba, en esencia, un equilibrio que manejara el orden social dentro de los mismos términos históricos, pero intentando distribuir de alguna forma los excedentes de producción que sacara al pueblo de a pie de una hambruna estructural. Obviamente, hasta la llegada de las tesis marxistas, los pensadores más reconocidos (Adam Smith, David Ricardo, Robert Malthus, John Stuart Mill) eran notorios conservadores del orden social, pugnaban por la libertad de los mercados y capitales, y por lo tanto el sistema, sostenido en un modo unilateral de producción, nunca era cuestionado en sus detalles más “íntimos”, digamos.
Como ejemplo, podríamos señalar “la mano invisible del mercado” de Smith como tronco principal de su teoría de libre competencia donde los recursos de producción se repartirían equitativamente entre la población sostenido en los esfuerzos individuales, aunque obviando el papel del Estado como articulador y vigilante de los posibles abusos que el mercado no estaba en condiciones de controlar y hacer retornar al equilibrio original. El libre mercado y la competencia individual eran el estado natural del hombre, se aseguraba, aunque la posterior evolución del capitalismo y sus problemas cíclicos mostraron otra faceta no explicada en detalle, y que quedó por fuera de la especulación filosófica como lo es la concentración del capital en pocas manos y el efecto que genera en las cuentas y en la problemática social de los Estados. Estábamos en los inicios de la Revolución Industrial y comenzaba una transformación radical capitalista que daría una vuelta completa a la Economía política y a la tecnología de época.
Tomando como base los postulados del libre mercado de Smith y Ricardo, Carlos Marx y Federico Engels elaboran una teoría revulsiva sobre el nuevo capitalismo y traen conceptos renovadores que “desnudan” al incipiente modelo de producción haciendo hincapié en las nuevas estructuras económicas y sociales que el industrialismo primigenio traía bajo su manto, aprovechando los adelantos técnicos que por entonces coadyuvan a un aumento de la producción y por elevación, a una nueva forma de explotación del trabajo social, en consecuencia del trabajador y su familia. Conceptos como: ejército de reserva, mercancía, plusvalía , entre otros, que diseccionaba con bisturí a fondo la nueva situación en países liberales pioneros como Inglaterra, generan una visión sustancialmente diferente sobre los nuevos mecanismos del trabajo industrial y su incidencia en la masa que, para entonces, migraba fuertemente del campo a la ciudad, en busca de oportunidades que la tierra ya no otorgaba y que la pobreza imponía de forma imperativa. El paradigma del productivismo comenzó a naturalizarse en base a las nuevas tecnologías y al trabajo de la familia entera del trabajador durante periodos brutalmente prolongados, con las consecuencias en la salud y en el modo de vida de gente sumida en más de 12 horas de faena continua y en condiciones de pésima higiene.
La inecuación trabajador-dueño de medios de producción bajo el protocolo de un liberalismo democrático que aprieta pero no mata, manifiesta en la actualidad y en forma notable el santo y seña del sistema de convivencia normalizado por el ciudadano de a pie, que actualmente continúa su marcha histórica sin que aparezcan rivales de enjundia que lo sustituyan. La consecuencia es muy clara: hay ricos y pobres, y la tendencia apunta a que haya cada vez menos de los primeros pero a su vez más concentradores de riqueza y poder, especialmente político. La globalización y las tecnologías de la comunicación permiten hoy “dilatar” el tiempo y “contraer” el espacio donde nos movemos, por lo que el movimiento incesante de capitales en el mundo cambian de dueño o de lugar a la velocidad de la luz sin que la gobernanza planetaria pueda establecer pautas de control estricto. Los Estados nacionales son impotentes o cómplices frente a la dinámica de los capitales transnacionales, su ubicuidad característica, y la existencia de los llamados Paraísos Fiscales que fungen de una realidad capitalista paralela en estado de felicidad sin impuestos. Quienes no forman parte de ese círculo áulico deben vender su fuerza de trabajo y su salario dependerá de su calificación técnica. Los demás se encuentran en el “agujero negro” de una expectativa difusa por conseguir un empleo más o menos digno, o directamente convertirse en “emprendedores” o cuenta-propistas.
A medida que la tecnología se apropia del trabajo manual y no deja espacio para las generaciones venideras, el mundo laboral se halla en serios problemas para absorber la mano de obra y también, que no es poco, tratar de mantener un mercado de consumo mínimo para que el capital no sucumba por inutilidad de inversión. Es por esta casuística que en Economía, especialmente la clásica o liberal, se ha hecho costumbre----por lo menos es lo que escuchamos por estos lares---- establecer parámetros de conducta general a través de números, diagnósticos y tablas que deben “cerrar”: prohibidos están los NÚMEROS en rojo en el balance final y el déficit fiscal alto, pero olvidando que quienes trabajan y generan riqueza tienen forma humana y necesidades acordes, y manejan solamente la tabla del salario. De ahí el acápite que da comienzo a esta nota, y que en primera instancia luce como un tema de aritmética fría, tecnocrática, y sin aparentes consecuencias en la trama social. Además, para quien quiera seguir el hilo de la entrevista con el director de la OPP, puede tomar nota de otras opiniones que desacreditan mecanismos y herramientas de contención de la actual crisis pandémica que en países de los llamados “adelantados” se supieron aplicar como corresponde a una visión pragmática dentro de los valores típicos del capitalismo global.
Las formas modernas de representación social basadas en un alto nivel de información y de cuestionamientos a todo relato considerado dogmático , ya no pueden aceptar prerrogativas o concesiones únicamente a los “malla oro” ---según nuestro presidente los únicos capaces de hacer caminar y crecer la economía----- cuando las tendencias indican la existencia de corporaciones, grupos, asociaciones profesionales, sindicatos, y otros, que demandan una atención similar y se niegan a continuar en convivencia con viejas oligarquías desdibujadas por su propio conservadurismo y con sus regalías intactas a pesar del transcurrir del tiempo y de los cambios en la sociedad y en el trabajo, algo que se puede denominar materialismo dialéctico. Alguna vez, un amigo fallecido de profesión zapatero y caído en desgracia por la crisis del 2002 me sugirió una idea asaz interesante: por ley o Constitución, eliminar todos los impuestos y mantener el IRPF como única tasa a pagar al Estado en consonancia con ingresos y riqueza hereditaria. Quizás muchos viejos apellidos terratenientes provenientes del Uruguay pastoril y caudillesco, reminiscencias del periodo colonial, podrían estremecerse ante tal demanda ya que deberían multiplicar sus aportes, pero también muchos pobres---esos que Alfie tiene contabilizados en planillas electrónicas EXCEL----verían transformar su situación y ver un Estado genuino que por fin pueda denominarse como el escudo de los que trabajan sin ventajas previas, y que los macartistas sin mácula puedan calificar de SOCIALISMO. Sin duda, una utopía.