Por R. Lister
1)-Tenemos un gobierno de clase. Si alguien quiere ponerlo en duda puede remitirse a la última declaración de las cámaras empresariales o a los comunicados de los “lobbies” agroindustriales y ganaderos para tener una idea más clara y racional de lo que hablamos. No puede ser casual que los principales postulados económicos de estos grupos de presión sean tan coincidentes con los del gobierno multicolor, especialmente con los comprometidos por el Partido Nacional a través de su sector herrerista en la previa de las elecciones nacionales de 2019.
Tampoco puede considerarse casual si ponemos atención a determinados y ancestrales apellidos vinculados con lo más floreado de la vieja Asociación Rural y su gemela la Federación Rural apadrinada en 1915, vinculados todos ellos, de una forma u otra, a la vieja oligarquía criolla enemiga jurada del batllismo de principios del siglo XX.
Tampoco podemos considerar casual si orejeamos, como en un juego de naipes, algún discurso pronunciado por cierto impertérrito terrateniente donde se escuchan loas a las desigualdades sociales como si fueran una jerarquía natural implementadas por el supremo. El cerno liberal conservador se mantiene en todas sus formas y palabras, defendiendo, como es de histórico estilo, sus intereses particulares con cierto tufillo a aristocracia intocable por heráldica y ciertas dinastías puntuales. Desde estos “sponsors” con brillo y vida de nobleza doméstica es que surge el tenaz defensor de oficio aunque no ha sido el único desde lejanos tiempos: el herrerismo, también denominado en la jerga histórica como herrero-ruralismo, vinculando una ideología política a ciertos sectores del “campo” acaudillados por punteros de legendaria data.
¿Pero qué tiene que ver esta historia con el teletrabajo? Bueno, desde la actividad del agro muy poco, pero desde una sensibilidad empresarial sí existe mucha tela para cortar. Y hablar de “sensibilidad” como la refiere el profesor Barran desde su obra magna: Historia de la sensibilidad es investigar a través de un trabajo de campo, una referencia de corte ideológico desde el capital patrimonialista como elemento central de un proyecto de país. Los ya afamados y ahora poco mentados “malla oro” constituyen la representación formal de una cosmovisión basada en el libre mercado y el “laissez faire, laissez passer”, cuyos representantes políticos están en la dirección de los intereses nacionales hoy en día. Para la ideología mencionada el capital y su libre circulación son el santo y seña de un modelo de país donde el Estado deja de ser el articulador, defensor, y escudo de las clases más inermes, a la imposición de las normas del capital. Por poner un ejemplo, aunque hay otros- de acuerdo a voceros que apoyan al gobierno y su programa no deben existir subsidios de ninguna especie a otros sectores sociales, especialmente para quienes viven de su trabajo -subsidios cruzados según la jerga-que no trasparentan el libre juego de las inversiones y el riesgo de las mismas en un mercado abierto a la competencia de capitales. Sin embargo, existen sofisticados mecanismos políticos para generar beneficios puntuales -de tipo monopólico- que ponen en duda el alcance de la ideología liberal en estado puro: el caso de Katoen Natie puede considerarse paradigmático en la coyuntura actual, pero han existido otros---también en tiempos de gobierno herrerista -como el sonado caso de Equital- que favoreció, con un solo golpe de timón, a los tres canales abiertos.
La realidad de las grandes superficies –Tienda Inglesa, Geant, como emblemas de un monopolio comercial formador de precios, ya había sido anunciado desde hace años por especialistas del ramo y puede complementar los ejemplos anteriores. Tales acontecimientos ponen en tela de juicio otro de los argumentos fundamentales del liberalismo de los economistas clásicos: el rechazo a los monopolios, pero sobre todo a los estatales, emblema del batllismo sui generis. Si a nivel planetario la competencia es un mito por la imposición de tarifas y aranceles de conveniencia, en un mercado de consumo “raquítico” como el uruguayo es una fantasía para incautos.
El objetivo de la ganancia o lucro en tiempos neoliberales, fetiche crucial del capital empresarial y el capitalismo monopólico, será a costa de salarios bajos, control de la inflación, desregulación de controles sobre aquél, flexibilización del trabajo, y aumento de las exportaciones a efectos de consolidar un Estado recaudador, burocrático, y además, juez y gendarme en lo administrativo y represivo, abandonando el Estado Social. Esta política se caracteriza por la aplicación de una serie de variables de ajuste pre configuradas, auspiciada, y aceptada por la clase de altos ingresos del país -se calcula en un 1% del total- en la medida que consolida su poder político y económico.
En esta atmósfera el teletrabajo puede permitir un adicional a la consecución de un mercado laboral más libre de trabas legales que, obviamente, beneficien al trabajador y permitan el incremento del lucro y del poder que ya vienen en el catálogo de apellidos famosos desde el pasado, y de otros, enancados al caballo de las oportunidades que brinda el mercado “liberado”.
2)-Hecha la ley, hecha la trampa. Para quienes hemos sido trabajadores toda la vida, hijo y nieto de ciudadanos que han tenido que vender su fuerza de trabajo por un salario, los nuevos formatos tecnológicos adaptados a los tiempos capitalistas del siglo XXI no pueden transformarnos en ingenuos observadores de la realidad. Es por demás conocido y constatado el desarrollo proteico del sistema que busca como única finalidad el lucro y el incremento constante de aquél, sumatoria que define el poder político y social del sujeto social dentro de ciertos valores naturalizados. Nadie, como simple confidente de la realidad, debe creer que existe un propósito humanitario detrás de la (in)ecuación capital-trabajo, más aún cuando relacionamos países emergentes con un capitalismo de tipo concentrador de la riqueza en capitostes históricos, muy alejado de los conceptos socialdemócratas de la metamorfosis experimentada después de la Segunda Guerra en Europa e incluso en premisas originadas en el batllismo sui generis. Por lo tanto, las mediáticas “sanatas” de intelectuales aferrados al asesoramiento empresarial nos ponen día tras día en contacto con definiciones como: emprendedurismo, desregulación, flexibilización laboral, gestión empresarial, y últimamente el teletrabajo, conceptos que pueden implicar una semántica diversa según quien lo exprese, y donde siempre hay y habrá más de una biblioteca interpretativa.
El teletrabajo como herramienta, no constituye una novedad a nivel de la empresa privada ni tampoco en la pública, pero a raíz de la pandemia se ha transformado en una “vedette” inexcusable que ha motivado, entre otros menesteres, la promulgación de una ley regulatoria que establezca con cierto rigor los parámetros fundamentales que deben cumplirse de parte del empleador y del trabajador. Se implementa solamente, y por ahora, para la actividad privada, lo que implica desde el arranque importantes y cruciales cambios en las relaciones de producción. Si bien desde el gobierno y desde la coalición multicolor que lo representa, se manifiesta que contempla todos los posibles riesgos en la relación capital-trabajo, es evidente que desde el punto de vista social como sanitario el cambio desde la presencialidad laboral hacia la virtualidad en casa, produce un efecto sustancialmente distorsivo y disruptivo en la actitud del trabajador frente a su desarrollo como ciudadano y alcance de objetivos de realización.
En momentos de incremento del desempleo y conjuntamente de la pobreza, de la rebaja salarial de facto para trabajadores y jubilados, el llamado “ejercito de reserva”-gente sin trabajo y sin posibilidades de adquirirlo a la brevedad- puede convertirse en una trama funcional a los intereses empresariales cuyo mote de “malla oro” podría hacer uso perfecto de una situación anómala y oportunista para incrementar sus ganancias, sin que esta situación pueda aplicarse como norma a todos los capitalistas sin excepción. Es cierto que se ha implementado una directiva desde el Legislativo para evitar abusos, pero también es notorio el posible beneficio del teletrabajo para ciertos hombres de negocios que gerencian una cantidad apreciable de trabajadores y pueden maniobrar “en negro” mediante dispositivos amañados que pretendan fungir de paradigma de puestos de trabajo estándar: a título de ejemplo mencionemos los conocidos contratos a término, es decir, desregulación y flexibilización. Estos últimos conceptos, alguna de las piedras angulares de la filosofía neoliberal, caen como anillo al dedo para este tipo de labor poniendo en entredicho leyes sobre horarios de trabajo, horas extra, y la disponibilidad del teletrabajador para ejercer su función. Será extremadamente complicado para el MTSS poder efectivizar un control estricto por falta de cumplimiento patronal a la ley, teniendo en cuenta además la eventual voluntad expresa del funcionario de incumplir determinadas normas en aras de tener un trabajo y por añadidura, medianamente remunerado. Reiteremos el aserto: hecha la ley, hecha la trampa. Quien trabaja o pase a hacerlo en su casa puede considerar que es más conveniente por los costos de traslado y alimentación, además de contar con la tranquilidad del hogar, moverse a su antojo, y no sufrir por las inclemencias del clima. Pasado un tiempo prudencial el trabajador hará un balance entre pérdidas y ganancias respecto al teletrabajo y sus premisas, y debe considerar la actitud de la empresa hacia su persona como trabajador estable y con derechos sociales consagrados.
El tema de la sindicalización como mecanismo de defensa de los intereses del trabajador es un complejo aparte y queda en el lado oculto de la normativa legislada, pero el trabajo masificado efectuado en aislamiento luce poco propicio para la socialización de intereses comunes reflejados en la contratación de una fuerza de trabajo. Es una hipótesis a tener en cuenta para más adelante. Los sindicatos son un palo en la rueda para el partido de gobierno, especialmente el Partido Nacional , que ha procurado y continuará en la misma senda, intentando deslegitimar las medidas sindicales y recortando de cualquier forma el poder de llegada de aquellos ante las organizaciones sociales. Ya lo ha hecho en la Educación desde el inicio del periodo, lo intenta implementar en ANCAP para desarticular la idea-fuerza de empresa pública con impronta social, y lo seguirá haciendo mediante los recortes presupuestales y los artículos de la LUC que ponen un chaleco de hierro a la política de los entes estatales, a la conflictividad laboral, y al derecho de huelga. En las actuales circunstancias, la implementación del teletrabajo resulta en teoría funcional a la ideología del gobierno y a los intereses privados aliados en la medida que el empleado queda en solitario haciendo las veces de un virtual funcionario “vasallo”, contratado para el patrón de turno, aunque deben establecerse matices por la legislación laboral. Para los empleados públicos habrá seguramente medidas complementarias que apunten al mismo objetivo, aunque no puede olvidarse que ahora cuando se han logrado cubrir las firmas necesarias para un referéndum revocatorio y varios puntos de la LUC quedan entre paréntesis hasta nuevo aviso.
Estos datos se relacionan estrictamente con la parte económico-laboral y pueden tener muchas puntas y tipos de relación interpersonal empleado-empleador, pero se puede pensar que el teletrabajo puede generar perspicacias y abusos en la medida que el mencionado “ejército de reserva” siga en aumento y los costos para el empresario continúen a la baja por la pérdida salarial general y los eventuales apoyos financieros directos e indirectos que le brinde el gobierno. Sin duda, en toda actitud gubernamental hay una dirección ideológica que permea la relación capital-trabajo, y en la actualidad la flecha apunta indisimuladamente hacia el propietario de medios de producción y al complejo patronal agro ganadero, pilares fundamentales en la llegada de la multicolor a la presidencia.
Desde lo sanitario existen también recomendaciones emitidas por especialistas vinculados al GACH (grupo asesor de la presidencia en la lucha contra la pandemia- cuando la que deberían tomarse a recaudo y que afecta la salud del trabajador en virtud de los posibles trastornos físicos y psicológicos que el teletrabajo puede acarrear. Mencionamos anteriormente el desacople funcional de los compañeros habituales como dato social sustantivo que puede incidir en un desconocimiento pleno de la situación de la empresa para la que se trabaja, además de una desvinculación de hecho con la participación colectiva en una actividad puntual y en la relación afectiva y lúdica que suele acompañar el trabajo diario. La pérdida de la socialización puede generar un progresivo desinterés en los demás actores que cumplen la misma actividad en forma remota o presencial, y desarticular los vínculos solidarios e ideológicos que conforman una actividad laboral entre pares. Obviamente todo este esquema es teórico pero basado en experiencias personales de largo aliento. Jamás dejaremos de creer que la división del trabajo, desregulación, y/o flexibilización de cualquier actividad laboral solo perjudica a los trabajadores y los convierte en piezas útiles para el enfrentamiento entre sí y el oportunismo de algunos empresarios en una coyuntura de baja salarial y apoyo irrestricto, desde un gobierno neoliberal-reaccionario al capital acumulador de desigualdades estructurales desde larga data.