Otro campo, otro país, para gestar nuevas mayorías

Por Jorge Ramada

Sobre fines del gobierno pasado florecieron las manifestaciones y expresiones públicas  de “el campo”. Un campo con despliegue de moderna maquinaria agrícola y vehículos 4x4 (con coquetos pegotines de “soy del campo”); “el campo” que se presentó como fuerza organizada en “Un Solo Uruguay” y que en realidad era una parte del campo en conjunto, aquella de los patrones, estancieros y grandes productores, tratando de arrear a pequeños y medianos para ayudar al conglomerado de partidos de derecha a ganar el gobierno.

Ahora, antes que este gobierno llegue a la mitad de su mandato, “el otro campo” se hizo presente en la ciudad: el de los colonos y aspirantes a serlo, el de los pequeños productores, el de los peones rurales. Los pobres del campo, unidos a los pobres de la ciudad, como decía la convocatoria de los clasificadores nucleados en UCRUS, que fueron con algún carro a caballo, con motocarros o a pie. Mientras, “el campo” de los poderosos lucía sus caros ejemplares bovinos, ovinos y equinos en el predio de la Asociación Rural, con la grata compañía de varias autoridades de gobierno y una amplia difusión por parte de los “grandes” medios de prensa, aprovechando para dejar en segundo plano los reclamos de los pobres. No está demás recordar que la ARU, además de ser la representante de un sector importante de los dueños del país, ha sido   gestora y sostén de todas las dictaduras que tuvo el país desde su fundación.

 

Trabajadores rurales en la marcha

Del mismo modo que cuando nos hablan de “el campo” hay que discernir de qué campo nos hablan, cuando se menciona a “el país” en abstracto (con minúscula; del que se escribe con mayúscula, dioslibreyguarde como decían nuestros viejos), no hay que olvidar que esa abstracción busca esconder o disimular las contradicciones (especialmente de clase) que lleva dentro.

La movilización del 15 fue entonces, además de un hito muy importante para unir en la lucha contra este gobierno oligarca a sectores postergados de ciudades y campos, un encuentro en la calle de “el otro país”, el que genera la mayor parte de la riqueza que disfrutan los poderosos. Culminó una serie de movilizaciones comenzadas en el interior del país para conmemorar la fecha del Reglamento de Tierras artiguista, aquél que llevó adelante nuestra primera (y única de carácter popular) reforma agraria, dando tierras a los gauchos pobres que luego fueron expropiados a instancias de Rivera, Lucas Obes y compañía, para dárselas a los antecesores de los latifundistas oligarcas de hoy.

Unidad en los hechos, que me trajo a la memoria aquella frase del coordinador que gestó el MLN: “Los hechos nos unen, las palabras nos separan”. Una frase que sirvió para generar una fuerte organización, pero también para eludir definiciones. La traigo a colación porque se me ocurre que quizás haya que darle una vuelta: que la unidad en los hechos también genere unidad en las palabras; no unanimidad de ideas, pero sí confrontación de ideas para generar una plataforma y un programa común.

Algo de esto debiera ser “la nueva mayoría” a la que se viene refiriendo Fernando Pereira, primero a partir de la lucha contra la LUC y ahora cuando se propone asumir la presidencia del FA. Pero “la nueva mayoría” es un concepto que admite más de una lectura. Así se llamó la alianza electoral que permitió desplazar por primera vez del gobierno a los partidos tradicionales; pero fue una mayoría que, en aras de ampliar alianzas, fue dejando por el camino banderas que eran imprescindibles si se quería avanzar hacia transformaciones de fondo. Los hechos mostraron que las transformaciones quedaron a mitad de camino y que la falta de profundización de los cambios llevó a la “alternancia de partidos en el gobierno” (algo natural en las democracias, según más de un dirigente progresista), que solo lleva a estirar los sufrimientos de los más desposeídos.

La nueva mayoría, el conglomerado de movimientos y militantes que pueda enfrentar con éxito al gobierno de los oligarcas, se empezó a gestar en las jornadas militantes que posibilitaron alcanzar las 800.000 firmas contra la LUC, se ha seguido gestando en estas nuevas jornadas de encuentro entre trabajadores rurales y urbanos para defender a ALUR, al Instituto de Colonización, a las empresas públicas. De esta militancia deberán salir las palabras que nos unan, la propuesta de medidas que, además de frenar los planes de quienes hoy mandan, apunten a una transformación que empiece al menos por expropiar parte del gran capital para asegurar un nivel de vida (de salud, de educación, de vivienda, de oportunidades) para todos los uruguayos, sin dejar a nadie en la marginación, la pobreza o la falta de trabajo. Eso se puede, si salimos de creer en la asignación de recursos por parte del mercado; si entendemos que la economía no es promover “oportunidades de negocio”, sino ante todo promover oportunidades de trabajo que generen bienestar para quienes realmente crean la riqueza; si no apostamos a la apertura a un libre comercio que lo promueven quienes manejan el capital financiero, no para crear bienestar, sino para asegurar las ganancias de las grandes corporaciones multinacionales (y sus servidores nacionales); si no nos “comemos la pastilla” (para incluir un recuerdo al querido Quique Yanuzzi) del bendito “grado inversor”, inventado por los inversores para seguir invirtiendo a costillas nuestras. En definitiva, si no entendemos que lo que define el carácter transformador en serio (revolucionario, claro) de un gobierno es la opción radical por los trabajadores a la hora de orientar la riqueza que ellos producen.

 

 

Ese debería ser el horizonte de una nueva mayoría surgida de la resistencia de hoy, que seguramente deberá sumar –entre otros– a  quienes hoy están dentro del Frente Amplio, especialmente recordando lo que el Seregni del 71 dijo en el discurso inaugural de la fuerza política: “el latifundio, la banca privada, el complejo de succión de la exportación, los tres pilares básicos del estancamiento, las fortalezas que el pueblo tendrá que conquistar con lucha y sacrificio”. Muy distinta sería una nueva mayoría armada desde el Frente Amplio de hoy para meramente sumar voluntades hacia una votación que asegure buenos cargos para quienes se creen predestinados a ocupar sillones, pero no comprometidos con cambios de fondo.

Una reflexión final sobre el alejamiento de Fernando Pereira del PIT-CNT. Como militante sindical hubiera deseado que se quedara porque, sin entrar en coincidencias o discrepancias sobre su orientación, fue factor de unidad, de apertura a las diferentes posiciones y de preocupación por fortalecer al movimiento, sin sectarismo. Desgraciadamente, como ha ocurrido casi siempre, los cargos de dirección tras el próximo Congreso se buscarán en acuerdos de cúpula y es probable que eso cierre el camino a compañeros muy valiosos que hay en varios sindicatos. Pero pese a eso, confiamos en que el movimiento sindical uruguayo, más temprano que tarde encontrará compañeros capaces de continuar trabajando por una unidad en el diálogo discrepante, sin sectarismos, sin imposiciones por la fuerza, manteniendo la independencia de clase y el horizonte plasmado en los estatutos, desde la época de la CNT: “por una sociedad sin explotados ni explotadores”. 

Jorge Ramada – setiembre 2021