
Escribe: Garabed Arakelian
Vivimos un tiempo de apariencias: la imagen y el “look” como sucedáneo del ser. Maquiavelo, escribió en El Príncipe que como el público, o el votante, bueno digamos que “la gente”, en términos generales, se guía por las apariencias antes que por la realidad, al político –él se especializaba en este rubro- le era conveniente “parecer”, más que ser. Dicho de otro modo: parecer inteligente, honrado, bueno o lo que fuere necesario, para favorecer su imagen en lugar de serlo en realidad. Y eso fue en tiempos en los cuales no existían ni agencias, ni encuestas, ni medios de comunicación “masivos”. Hoy, es innegable la primacía de las apariencias sobre la esencia.
Claro que, por otro lado están quienes deciden no ser reses rumbo al matadero y asumen el papel de individuos conscientes. Son los menos, sin duda. Son los justificadamente escépticos. Se supone además que algunos de estos decepcionados lo son simplemente por los resultados pero no por los valores en juego.
Pese a todo esto, es necesario prenderse fuertemente de todo aquello que con validez sirva de freno, de contención, referencia o lo que fuere para no dejar el campo libre a las apariencias y sus difusores.
La reelección de Moreira en el departamento de Colonia, luego de verse obligado a renunciar al Partido Nacional, pero sin que la posibilidad de usar el lema fuera puesta en duda por autoridad alguna -ni siquiera de la Corte Electoral-, es un ejemplo claro. No hubo sanción de su Partido acerca de su comportamiento al traficar cargos públicos contra favores sexuales. Quizás porque no había razón para ello pues ese trueque era aceptado por las partes y los espectadores. Pero si ese silencio y esa permisividad se explicaran en términos de “conveniencia político-partidaria” para recibir así el beneficio de la “distracción moral” y consecuentemente el voto, no resulta tan fácil entender y aceptar la actitud tolerante y cómplice de la mayoría ciudadana que le otorgó confianza mediante su voto secreto y soberano.
¿En base a qué lo hizo y porqué declinó sus principios democráticos y sus valores morales? Es difícil, por ahora, tener una respuesta. Pero por las dudas, vale la pena preguntar si no es esa la salida ante el “más vale malo conocido que bueno por conocer”; ¿no es acaso una respuesta al estilo:”ma’sí , si son todos iguales”, y el “hacé la tuya”. Una gran decepción, un vacío de confianza absoluto, respaldan esa salida individualista, egoísta, de complicidad absurda,del desentenderse de los temas que les importan y dejarlos en manos de quienes son los “idóneos” para los arreglos, pues tienen el “saber cómo” y los instrumentos… a los que acceden por el voto que se les facilita.
Lo que ha sucedido en el Uruguay es tremendo y no puede medirse solo mediante la contabilidad de los resultados electorales. Que una absoluta mayoría de individuos que son autores, promotores y están vinculados a chanchullos –llamémosle así- con penas legales y procederes ajenos o contrarios al buen proceder en términos administrativos y contables, vinculados al tráfico sexual, al contrabando, el abigeato y una cantidad de hechos delictivos, hayan recibido el respaldo “democráticamente” expresado por la ciudadanía es realmente preocupante.
Se opodrá argumentar y quizás que con razón que eso no significa confianza en esos políticos merodeadores de la ilegalidad y que al fin y al cabo “todos son iguales”. Aunque se llegara a esa conclusión no por ello el asunto se vuelve menos preocupante.
La brecha que se abre en el edificio social que sostiene la democracia es brutalmente engañosa y no era de esperar se produjera si se hubieran hecho bien las cosas luego de quince años de gobiernos catalogados como de izquierda…o no tanto, pero al menos progresistas. Y si así fuera, además de poner en examen la etiqueta habría que revisar los contenidos de esos años de administración frenteamplista. Porque parecería ser que la democracia no exige el requisito de la honradez, tampoco el de la capacidad, y hay que estar atento para impedir la aparición de gente entusiasmada para llenar los vacíos, que sin ser demócratas hablen en nombre de ella y aparenten serlo.En estos tiempos de apariencia se debe desconfiar de los brillos que ofrece la chafalonería moral en cajitas e “souvenirs