Otra vez aparecieron los pobres

 

Por: Jorge Ramada 

De golpe, con los temores generalizados por la pandemia, aparecieron los pobres como un problema. El gobierno, que se supone se había preparado para rescatar el país (¿cuál de ellos, el de los dueños de la tierra?), al parecer no sabía que había tantos pobres y tantos trabajadores informales.

Es cierto que durante los dos primeros gobiernos del FA la pobreza y la informalidad disminuyeron sensiblemente, pero en los últimos cinco años comenzó el retroceso, al punto de perderse aproximadamente 50 mil puestos de trabajo. Y eso fue generando un retorno a las changas, a la precariedad de los trabajos y a la pérdida de calidad de vida.

Todo esto podía verlo claramente quien estuviera cerca -por trabajo o militancia- de los más humildes, ya fuera en Montevideo, en ciudades del interior, o en zonas rurales. No eran porcentajes en las estadísticas, sino ciudadanos de carne y hueso, con sus familias y su entorno. 

Fiel a su vocación caritativa, el ministro Bartol se dispuso a ayudarlos. Para estar a tono con los tiempos de desarrollo tecnológico, recurrió a una “app” vía celular que les va a permitir disponer de la fortuna de $ 1200 para gastar en almacenes o supermercados (a los precios que éstos digan, por supuesto). También se les duplicó el monto a cargar en las tarjetas  -a quienes tuvieran- que ya había otorgado el MIDES anterior. Por un momento, sus socios del gobierno miraron para el costado y no repitieron objeciones anteriores de “que se estaba regalando plata a los vagos”.

Lo anterior es un poco anecdótico, con algo de ironía, pero invita a hacer algunas reflexiones sobre los pobres y la pobreza.

En primer lugar, buena parte de la sociedad asume la pobreza y la informalidad como algo natural. Se intenta instalar la idea de que el que no sale de la pobreza es porque no se esfuerza lo suficiente o porque es vago (término -éste de vago- que no alcanza por ejemplo a los que heredaron tierras y reciben regularmente sus rentas sin el más mínimo esfuerzo). Es parte del “sentido común”, de lo que proclaman varios “comunicadores”, porque en definitiva es lo que se quiere imponer como el sentir de toda la sociedad: Ideología dominante que le dicen.

En segundo lugar, hay que entender que tanto la pobreza, como la desocupación y la informalidad, son funcionales al sistema. Los trabajadores que están por debajo de la “línea de pobreza” en general tienen sueldos miserables que actúan como un ancla para contener salarios superiores; los desocupados forman el “ejército de reserva” que actúa en el mismo sentido; los trabajos informales suelen ser la contracara de acumulación de riqueza por parte de empresarios poderosos (vaya como ejemplo la informalidad crónica de los clasificadores ambulantes de residuos, explotados indirectamente durante años por dueños de depósitos, que pasaron de ser pobres galpones a empresas millonarias). También son funcionales los miles de trabajadores unipersonales o “tercerizados”, que han aliviado de ciertas cargas y obligaciones a empresas y a diversas reparticiones públicas, pero que quedan en el aire ante una situación como la actual.

Por último, pero probablemente lo más importante, la percepción generalizada (o que se pretende generalizar) de que tras la pandemia crecerá la pobreza, la desocupación y la informalidad. Y eso, ¿por qué? ¿Por qué se plantea como inevitable que las consecuencias de cada crisis caigan sobre las espaldas de los más indefensos? Esta es la lógica proclamada por el señor presidente cuando hizo referencia a los “malla oro”: hay que salvar a las empresas para que estas puedan liderar la recuperación económica. ¿Piensa en serio en salvar a las empresas o está pensando en los empresarios? ¿Aceptará por ejemplo en resucitar la citrícola salteña en manos de sus trabajadores o perdonará a los Caputto los millones que deben, seguramente desparramados  en (o despilfarrados por) su entorno familiar? 

Se nos quiere hacer aceptar que la lógica que predomine en la sociedad sea la de las empresas. La lógica de que sin el capital (y sin su socio inseparable, la explotación de los trabajadores) es imposible que funcione la economía y la sociedad. Sin duda, es la ideología dominante, la de la clase dominante. Pero para dar batalla ideológica, para intentar romper con la hegemonía ideológica, es preciso oponer otra lógica en todos y cada uno de los terrenos. ¿Por qué la salida de una crisis no puede ser con más trabajo, más inclusión y con menos riquezas acumuladas y menos consumo suntuario? ¿Por qué no puede ser con la siempre vigente consigna artiguista de “que los más infelices sean los más privilegiados”?

Algunos soñaron con que tras la pandemia “seríamos mejores”, porque la pandemia puso en evidencia lo superfluo de muchas cosas que tenemos. El Papa Francisco también hizo un llamado en ese sentido. Pero son ilusiones, al menos dentro del sistema. Porque la gran preocupación de los millonarios y capitalistas en general no es el sufrimiento de los miles de pobres que quedaron más en la lona a causa de la pandemia, sino las ganancias que eventualmente se les redujeron y que tratarán de recuperar (y aumentar, por supuesto) apenas se instale la “nueva normalidad”.

Para los pobres se organizan ollas populares en los barrios. Y es muy bueno, porque en ellas no solo se expresa la solidaridad del pueblo, sino que también en base a esa solidaridad se generan redes que bien pueden ser gérmenes de organización para futuras luchas. Pero no alcanza.

Para los informales y desocupados se plantea desde la Intersocial, la creación de la Renta Básica Universal. Y también está bueno, porque eso evitaría que caigan en el desamparo total y además generaría una cierta reactivación para pequeños comercios y empresas. Pero tampoco alcanza.

Claro que lo que alcanzaría sería terminar con la pobreza, la informalidad y la desocupación. Ya quedó claro que los esfuerzos del progresismo en ese sentido solo alcanzaron para disminuirlas y hasta cierto punto. Pero no hay que dejar de soñar con ese objetivo. No hay que dejar de soñar en la sociedad “sin explotados ni explotadores”. Pero estos sueños hay que apoyarlos en la realidad de ahora, en las limitaciones materiales, ideológicas y organizativas que tenemos hoy. Pensando siempre en superarlas, sin perder de vista el objetivo soñado. No me canso de recordar a Písarev: “...siempre que el soñador crea seriamente en un sueño, se fije atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje a conciencia por que se cumplan sus fantasías. Cuando existe algún contacto entre los sueños y la vida, todo va bien.

 

JORGE RAMADA – Junio 2020