Por: Jorge Ramada
Parecía que este nuevo período institucional iba a empezar con la discusión de la famosa LUC, aunque más allá de las barbaridades que contenía el proyecto y que iban a discutirse en el Parlamento, eran más de temer las barbaridades que podían salir por decreto. Pero vino esta extraña gripe con nombre de cooperativa, se desató la locura a nivel mundial y parece que todo el país vive en función del Coronavirus y todos por igual tenemos que poner el hombro para combatirlo.
¿Todos por igual? – El virus puede afectar a cualquiera, aunque por estos lados los que lo han traído son los viajeros por avión o por cruceros, y el primer evento en difundirlo fue una fiesta de la “alta sociedad”. Es probable que por no ser una enfermedad típica de pobres o sub-desarrollados (como las endémicas de África), el “mundo” (digamos los gobiernos y los medios de información) le prestan una atención casi excluyente. Por ejemplo, se califica de “drama” que a un crucero por el Pacífico no lo dejen tomar puerto en Chile, ni en Perú y tenga que solicitar permiso para cruzar el Canal de Panamá y llegar a Miami. Quizás haya allí europeos de países que se niegan a recoger inmigrantes africanos que cruzan el Mediterráneo y los dejan morir en el mar.
Sin duda que el virus no va a golpear por igual a quien tiene un servicio de medicina personalizada que a quien tiene que atenderse en una policlínica barrial, que además puede estar cerrada por la “racionalización” de recursos impuesta por ASSE. Es claro, los primeros afectados son de la zona costera de Montevideo, entonces hay que reforzar las horas médicas bien pagas de las mutualistas que los atienden, aunque la atención primaria y la prevención de enfermedades a los pobres sea postergada.
Tampoco pagaremos por igual los costos de la pandemia. El gobierno decreta la rebaja de salarios públicos superiores a $ 120.000 en nombre de una supuesta “solidaridad”. Solidaridad por decreto de alguien que seguramente nunca conoció la verdadera solidaridad de los de abajo y que además apenas sirve para cubrir el 2% de los recursos que se estiman necesarios. Mientras tanto, no se tocan ni los grandes capitales, ni las ganancias extraordinarias que han tenido ciertos sectores del agro, ni los grandes depósitos bancarios aquí o en paraísos fiscales, ni los astronómicos sueldos del sector gerencial privado.
Para todos por igual es la recomendación machacona de “quédate en casa”; ¿para todos? Las imágenes televisivas muestran preciosas familias disfrutando la cuarentena en cómodos hogares y para ellos puede valer la consigna, porque tienen la subsistencia asegurada. “Con hambre y sin trabajo es difícil quedarse en casa”, finalizaba un artículo del pediatra Sebastián González en La Diaria y esto refleja la realidad de cientos de miles de uruguayos, que no sirven para ilustrar propagandas y que deben salir todos los días a buscar el sustento.
Entonces, ¿todos por igual ahora? ¿Y qué pasará después, quién pagará realmente los costos? Seguramente aumentará el desempleo, la pobreza y se concentrará un poco más la riqueza. La propaganda quiere que olvidemos las diferencias e insiste con que “de esta salimos entre todos”. Todos en el mismo barco, claro, pero algunos remando como galeotes y otros tomando sol en la cubierta. De todos modos debo reconocer que el “salimos entre todos” y “ponerse la celeste” parece ser el sentir predominante en las capas medias.
Mientras tanto, Mujica filosofa diciendo que ahora nos damos cuenta de cuántas cosas superfluas tenemos. ¿A quién apunta? ¿A que los más humildes se priven de algún electrodoméstico, algunos días de vacaciones en el interior, o alguna comida un poco mejor que el guiso de olla? Porque para otros no será superfluo tener lujosos vehículos (autos de alta gama, yates, aviones o helicópteros privados) o realizar cruceros por el mundo.
La coalición de gobierno – La llegada del virus sirvió para que el gobierno pudiera esconder por unos días los colmillos que asomaban en la LUC y pudiera mostrar una cara de amabilidad y preocupación por todos los uruguayos (y hasta por los extranjeros varados en un crucero infectado, sin duda de mucha mayor categoría que los extranjeros inmigrantes que se hacinan en pensiones montevideanas). Eso refuerza la aceptación ciudadana, sin duda lógica tras un fresco triunfo electoral y probablemente permita postergar la salida a luz de las contradicciones entre los integrantes de la “multicolor”, aunque algunas –en especial con Cabildo Abierto– hayan asomado en las tomas de decisiones de estos días.
Es entendible que la pandemia haya desacomodado a la mayoría de los gobiernos del mundo, más aún cuando la OMS envía señales contradictorias o cambia las recomendaciones y cuando nunca se puede saber si las recomendaciones de los científicos responden a investigaciones serias o a intereses de los laboratorios que les pagan. Ese desacomodo, en nuestro país, puede deformar la visión de lo que realmente es el gobierno de coalición.
Pero lentamente, tras la imagen de bondad, preocupación y seriedad que se quiere trasmitir desde los shows televisivos en Torre Ejecutiva, empieza a aparecer el verdadero rostro de las clases dominantes que se han apoderado del gobierno. Mientras se amenaza con el pronto envío de la LUC al Parlamento, van saliendo -sin mucha propaganda- sucesivos decretos favoreciendo a esos sectores: así por ejemplo, el que deja sin efecto el sistema de control para los vehículos de transporte de carga, seguramente pedido por los transportistas que ya podrán exigir horas extras a los trabajadores sin declararlas ni hacer los aportes correspondientes, o desviar los camiones para levantar mercadería (¿merca?) por fuera de la declarada; o el que quita limitaciones a los beneficios para la construcción de viviendas llamadas de interés de social, para beneplácito de varias constructoras e inmobiliarias; o la postergación de la Ley de Gestión de Residuos, seguramente a instancias de las embotelladoras que no quieren pagar más por contaminar con envases no retornables.
El gran apoyo de la coalición está en “el campo”. Por ahora La pandemia es un fenómeno urbano y mientras tanto “el campo” sigue trabajando y beneficiándose de la suba del dólar, pero no parece dispuesto a poner el hombro (ni el bolsillo) para costear la emergencia. Las ganancias aumentan y como empiezan algunas zafras, el gobierno le indica la vuelta a clase los hijos de los peones para que éstos puedan aportar su sudor.
Y tras un problema sanitario, los mercaderes de la salud. Es imprescindible hacer más controles, pero las sociedades médicas los retacean hasta que se aseguran que el costo lo cubre el Estado. El peso del enfrentamiento a la pandemia recae ante todo en los trabajadores de la salud, pero se manda a casi 1000 al seguro de paro, mientras los cargos gerenciales y varios especialistas siguen cobrando sus obscenos sueldos. Ni que hablar de los mercachifles de segunda que aprovecharon la bolada para lucrar con mascarillas, alcohol, etc. La coalicxión amaga con sancionarlos, pero probablemente no pase de un amague. Para la clase que representan, el lucro es el motor de la economía y si algunos se las ingenian para aumentarlo, son las reglas del juego.
La oposición responsable – Desde el FA se dice que “ya no somos gobierno, somos oposición”, como si esas dos caracterizaciones fueran las únicas que pudieran caberle a una fuerza política. Y al hablar de oposición se pone el acento en la actividad parlamentaria. Es decir, el pensamiento de los dirigentes del FA parece no trascender los sillones, ya sean los del Parlamento o los de los cargos en el gobierno.
Ya el término “ser gobierno” indicaba una especie de galardón ganado en la batalla electoral y que esa iba a ser su preocupación central. En realidad podríamos decir que, especialmente en este último período el FA no gobernó, sino que gobernó el gobierno, o dicho de otra forma, los personajes que Tabaré Vázquez (más que el FA) puso en los cargos de decisión. Pero dejando de lado ese detalle, no puedo olvidar que el FA en sus orígenes proclamó que iba a ser una fuerza de movilización permanente y no solo electoral (¿todos creían realmente en esto último o solo era un anzuelo para contentar a algunos “radicales”?). Entonces, ¿se trataba de “ser gobierno” o de asumir la tarea de gobernar como uno más de los frentes de lucha permanente por un programa nacido de las propuestas de la clase obrera y los sectores populares? ¿Se trataba de “estar del otro lado del mostrador” o de sacar el mostrador del medio?
Ahora toca el papel de oposición y los dirigentes insisten en que van a hacer una “oposición responsable”. ¿Qué se quiere decir con eso? ¿Acaso tienen miedo que se dude de su “responsabilidad”? No se me ocurre que un partido político con cierta trayectoria tenga que dar fe de responsabilidad. No se me ocurre que exista un “Partido Irresponsable”. La “responsabilidad” entonces, debe referirse a no violar las reglas del juego. Porque puede haber “irresponsables” que no las acepten, o que crean que con esas reglas siempre ganan los mismos, es decir, los que tienen la sartén por el mango.
En ese marco de responsabilidad, la dirigencia del FA saluda las medidas del gobierno “entendiendo y compartiendo la dirección de las mismas” aunque se consideran insuficientes y por eso elabora una propuesta para presentar al gobierno. Es muy válido tener propuestas para enfrentar esta situación y que esas propuestas atiendan a los sectores más golpeados de la sociedad, pero presentarlas al gobierno –que seguramente no las tendrá en cuenta– es colocarse en la línea de “responsabilidad”, del “libre juego democrático”. Otra cosa hubiera sido salir con esa propuesta a organizar los sectores más golpeados, si no para generar protestas masivas o levantamientos, al menos para contribuir a que ellos de por sí y en alianza con otros sectores populares organicen la resistencia alimentaria –mínimamente– sin depender de las limosnas que está dispuesto a dar el gobierno. Algo de eso se está haciendo en los barrios, a partir de muchos sindicatos y otros centros sociales y es seguro que muchos militantes frenteamplistas de base estén participando allí.
Una oposición de izquierda debería preocuparse mucho más de sentirse profundamente responsable por los que más sufren y no ante quienes gobiernan. Si no, solo va a significar buenos modales con el gobierno, dejando la confrontación para el plano de los discursos en el Parlamento o de las declaraciones; y como contrapartida, la contención de las luchas populares para que no afecten la “gobernabilidad”.
Desde otras organizaciones de izquierda -seguramente no tan “responsables” surgen planteos que se acercan mucho más al cuestionamiento de los grupos de poder. Un ejemplo es el artículo de Lucía Siola del PT, en Voces del día 26.03. Por ahora no parecen engancharse con una movilización popular significativa, pero son una expresión más de esa disidencia con la “corrección política”, aún dispersa, que puede contribuir a generar una nueva etapa de lucha.
¿Y ahora qué? - ¿Qué podemos esperar para el campo popular en los tiempos que se vienen? Hay que tener en cuenta que, nos guste o no, una victoria electoral reciente da una imagen de legitimidad al gobierno ante las grandes mayorías. La postura de poner en un plano casi excluyente el tema de la pandemia y asumir en conjunto la forma de enfrentarla, refuerza esa imagen. Plantear un enfrentamiento frontal en estos momentos probablemente conduzca al aislamiento.
Pero las desigualdades sociales siguen presentes y las medidas que va anunciando el gobierno apuntan a profundizarlas en el mediano plazo, por más que ahora quiera atenuarlas con algunas tibias propuestas, más bien parecidas a limosnas.
Una crisis de este tipo, por más que esté inflada por la histeria que alimentan los medios, puede ser una oportunidad para intentar cambios profundos. Parece difícil lograrlo en el Uruguay de hoy, con una burguesía fortalecida por un reciente triunfo electoral, con amplio consenso de apoyo en el común de las gentes y con un pueblo que se ha adormecido en años de bonanzas. Los de más abajo seguramente van a sufrir mucho más esta situación, pero no sé si tendrán fuerza (organizativa y de conciencia) para rebelarse contra ella en profundidad. Seguramente se arroparán para capear el temporal, buscarán salidas al día a día y en ese proceso darán un paso para enfrentar mejor nuevas coyunturas.
En Montevideo y en varias ciudades del interior se dan puntos de contacto con sectores marginados, fundamentalmente trabajadores informales. La crisis actual, que los golpea más duramente, debería contribuir a fortalecer esos lazos y a generar plataformas conjuntas de lucha. Sin embargo, sigue quedando una materia pendiente: la unidad de los trabajadores con sectores postergados del interior del país. En la medida en que no ha habido en todos estos años -ni es de esperarla ahora- una política firme para poblar el campo y generar nuevos polos productivos distribuidos en el territorio, los pequeños productores quedan dispersos, muchas veces prisioneros de su individualismo y de su dependencia -sobre todo ideológica- de los grandes productores. Es un tema a encarar, porque inevitablemente en un mediano plazo van a ser castigados por la previsible política económica de la coalición para costear esta crisis. Pueden volver a darse confluencias como la que surgió de la crisis del 2002. Pero si se encauzan en una nueva ola electoral para volver a “ser gobierno” desde los puestos del Estado, se corre el riesgo de volver a perder años sin profundizar los cambios. Y serán inevitablemente la lógica del capital y los designios del mercado los que pongan tope a las ilusiones de los más postergados y a la posibilidad de generar un país social y ambientalmente sustentable.