Luces y sombras en la audacia de la insurgencia

Por Fernando Aparicio 



Debemos dar la bienvenida al libro de Jorge Zabalza, “Leyenda Insurgente. Estamos convencidos del valor y la importancia de los ensayos históricos, sobre todo cuando –como en este caso- intentan vincular el análisis, la mirada histórica con la interpretación de la política.

La academia es en nuestro país sumamente profesional, pero desde hace décadas los académicos históricos rehuyen las visiones abarcativas. Lo que se gana en calidad profesional, se pierde en cuanto a la conexión con el devenir político.

El trabajo de Jorge Zabalza no es un estudio académico. Pero es mucho más útil e interesante que buena parte de nuestra producción académica. “Leyenda Insurgente” es un libro militante. Tal vez en tres ejes pueda sintetizarse el planteo de Zabalza. En primer lugar retoma de corrientes del revisionismo histórico rioplatense, el papel regresivo y disgregador (balcanizador) de las oligarquías portuarias. Revolucionarias sí, en lo político, rupturistas con el mercantilismo español y entusiastas librecambistas. Impulsores de un proyecto que beneficiaba a ciertas regiones del Plata, Banda Oriental, provincia de Bs.As y el litoral; y negativas para el interior del ex virreinato (los 13 ranchos), fue el sino del centralismo-unitarismo. La oligarquía montevideana, comercial-terrateniente, más que competidora como se sostuvo durante mucho tiempo, fue complementaria de la política oligárquica-porteña. Gran Bretaña fue la socia y la beneficiaria por antonomasia de la victoria de esos sectores. 

Ponsonby y la Convención Preliminar de Paz, sellaron la victoria derrotando los proyectos político-sociales y económicos, que encontró en el artiguismo su más lúcido y perseverante articulador. 

Comienza el libro a partir de una mirada del proceso colonizador hispano en la amplia región platense (el Paraguay verdadero punto de arranque). Desde el comienzo –acertadamente- se pone el énfasis en la influencia guaranítica –fundamentalmente misionera- como verdadera matrizadora cultural. En este punto Zabalza entronca con visiones renovadoras, como la sostenida por Antonio Lezama en “La Historia que nos parió”. “De alguna manera las culturas de las poblaciones de origen guaraní lograron imponerse a la cultura hispánica, al mismo tiempo que incorporaron muchos de sus elementos.”  (P.54)

Rescatar, resaltar, enumerar los múltiples episodios y procesos en que esa influencia se materializó, sirve para un par de cuestiones. Desmitificar el carácter “español” de la colonización platense por un lado, y por otro relativizar el carácter charrúa del pasado de la Banda Oriental. Estamos ante el segundo eje temático; la cuestión indígena, en el continente, en la región y en la Banda Oriental.

Lamentablemente se cae en la visión maniquea de ver en la conquista y colonización, solo violencia y depredación. Creemos que el proceso fue más rico y complejo. A modo de ejemplo digamos que fueron los padres jesuitas quienes hicieron del guaraní una lengua escrita, dotándola de una gramática propia. Dicho esto sin ánimo de negar los desmanes propios de toda conquista. Una vez más se soslayan los aspectos violentos de la mayor parte de las culturas aborígenes. Los Estados prehispánicos usaron la guerra, la violencia, esclavizaron a sus semejantes, algunos practicaron los sacrificios humanos –el vencido era el inmolado-, y otros, los guaraníes por ejemplo, la antropofagia.

El ensalzamiento acrítico de lo indígena, puede conducir a desvirtuar lo que con justicia se plantea y defiende. El romanticismo ingenuo no es buen consejero en un ensayo histórico.

Ese entusiasmo desmedido lleva al autor a cometer gruesos errores. Como el afirmar en la página 19: “Colón y los suyos no descubrieron nada, por el contrario desmontaron un proceso cuya historia se había iniciado antes de que Europa estuviera habitada.” América se pobló desde Liberia unos 30.000 años atrás. La presencia del Hombre en Europa se remonta a muchos cientos de años antes de Cristo. 

Aunque de entidad menor, es también un error en que incurre Zabalza al señalar que el título de Adelantado, deriva de la condición de “adelantar” el particular, el dinero para la expedición. Cierto es que la financiación de la “entrada” y de la hueste corría por cuenta de aquel. Pero  la denominación tiene un origen más rico –y en suma esclarecedor-: prolongaba en Indias el papel de los “Adelantados” cristianos en tierras musulmanas en la península Ibérica durante los siglos de la Reconquista, “adelantar” tierras de la cristiandad. 

En el curso del trabajo se alternan interesantes apuntes, observaciones inteligentes y agudas afirmaciones. Pero junto a éstos, encontramos varias desprolijidades. A modo de ejemplo, en la página 67 con agudeza señala que todo un continente no pudo dominarse sólo por la fuerza, ejercida además por un número insignificante de europeos. No alcanzaba para ello, la inocultable superioridad técnico-militar. Abre así la puerta para visiones más profundas. Sin saberlo entronca nuevamente con las visiones histórico-antropológicas que analizan las alianzas entre conquistadores e importantes sectores de los conquistados. Proceso rico, complejo y para muchos desconcertante. 

Más adelante, en la página 77, al abordar la política de la Asamblea Constituyente de 1813 con respecto a la esclavitud, el autor señala la “libertad de vientres” impuesta por la Asamblea, y omite otra medida importante (más allá de su eventual incumplimiento), el fin de la trata, o sea la prohibición de introducir nuevos esclavos en el antiguo virreinato.

Algunos errores pareces inexcusables, como es el caso de atribuir a Erasmo de Rótterdam, y no a Lucero, la traducción de la Biblia del latín al alemán (P. 81). En otros casos los descuidos se traducen en omisiones no solo de detalle. Citando a Jorge Abelardo Ramos, al describir los alineamientos hispanos ante la invasión napoleónica de 1808, Zabalza ubica a los conservadores “feudales” con el emperador de los franceses, y a la ilustración progresista tras Fernando VII. La inexactitud es doble. Más bien fue un sector de los ilustrados-liberales los “afrancesados”, aunque el grueso de ellos formó parte del juntismo. Los conservadores absolutistas, fueron rabiosamente “fernandistas”. 

Prácticamente la columna vertebral del trabajo, la constituye el relevamiento y la descripción de las rebeliones en América Latina colonial. Obviamente la de Tupac Amaru, al igual que la insurrección de los esclavos haitianos que culminó en el Haití independiente, se destacan especialmente. 

Majestuosas y capitales, no obstante son presa de las mistificaciones fáciles. Tupac Amaru, enemigo acérrimo del orden colonial, personificación del incanato, era también el fruto de la “transacción” entre conquistadores y conquistados. No sólo pertenece al cacicazgo, que durante siglos se amoldó privilegiadamente al viejo orden, sino que invocó en su levantamiento al Dios todopoderoso (el cristiano obviamente). No era posible un simple regreso al pasado ignorando el 8/12/1492.       

Una y otra vez se recuerda la revolución haitiana, y especialmente el apoyo del Presidente Petión a Simón Bolivar. ¿Y el destino posterior del Haití independiente? La feroz lucha entre mulatos y negros, la aberración de un emperador Cristopher,¿ no nos obligaría a preguntarnos el por qué de esa temprana revolución frustrada, precursora tal vez de las frustraciones del siglo XX? 

Difícil evadir la tentación de ver sólo el cenit de las revoluciones y no ver también sus ocasos. Complejizar, eludir la fácil idealización ayuda, no desmerece ni el trabajo académico ni el ensayístico.

Otro énfasis lo pone Zabalza en rescatar y reivindicar el papel de la mujer en las rebeliones. Micaela Bastidas o Juana Azurduy por ejemplo. Mérito en sí, se acrecienta cuando afirma: “Juana Azurduy demuestra que, en tiempos de rojo vivo, la dominación de género se puede desarticular al mismo tiempo que la dominación de clase…” (P. 109)

Llegamos así al tercer eje, el artiguismo. Lejos por supuesto de la reduccionista visión tradicional del Artigas fundador de la “nacionalidad” oriental, del ejemplar republicano Jeffersoniano, o precursor del Estado uruguayo. En esta parte del libro encontramos varios aciertos y otras tantas debilidades. Comencemos por los primeros. 

Las versiones renovadoras desde hace décadas rescatan al Artigas revolucionario social y líder rioplatense. Zabalza realiza una interesante observación: “Artigas intentó navegar las aguas del pluriclasismo y mantener bajo el mismo alero a los grandes terratenientes – sus amigos de la infancia y a los condenados de la tierra. Entrañaba un contrasentido imposible de superar…” (P.195)

En el mismo sentido vale su observación acerca de las defecciones de Rufino Bauzá, los hermanos Oribe y otros de filas artiguistas en 1817. La estrategia militar del Jefe Oriental, al concentrar los esfuerzos anti-lusitanos al norte del Río Negro, dejó desguarnecido el sur, en donde tenían sus propiedades sus capitanes-terratenientes. Buscaron otro “protector” y lo encontraron en Bs.As. Para los mismos la defensa de Montevideo era esencial, para ellos ese “era el escenario principal, donde tenían sus capitales y vivían sus familias”. (P. 320)

Pero aquí también se deslizan errores inexcusables. Uno no menor es no hacer referencia (ni siquiera alusión) a las razones globales que tuvo la Corona española para expulsar a la Orden Jesuita en 1767. No fue un hecho local, aunque Zabalza apunta correctamente los motivos exclusivamente platenses de la expulsión.

En otras ocasiones se pasa por alto inferencias casi obligadas (o al menos dudas pertinentes). Menciona la masacre de charrúas perpetrada por el Cnel. Francisco Rodríguez en 1798. Sus fuerzas se organizaron y salieron de Yapeyú. ¿No se le ocurre al autor que sin duda la tropa estaba compuesta por indios guaraníes misioneros? Soslayar la cuestión no parece afortunada.

Se suceden además confusiones inexplicables. Al aludir a la caída del Director Alvear en 1815, menciona la victoria de Rivera frente a Dorrego en Guayabos. Pero omite mencionar el motín de Fontezuelas, o la posible llegada de la expedición de Morillo al Plata (la que sí menciona en otra parte).

Confunde las guerras españolas-portuguesas de 1801 y 1807 (Págs 240-241). Es Brasil y no Portugal quien ocupa la Provincia Oriental en 1825 (P.257). En la página 277, sitúa a Thomas Paine como activo militante de la Revolución Francesa, y “luego” como combatiente en la Independencia de EEUU. Sencillamente fue a la inversa. También confunde cuando señala que los diputados orientales a la Asamblea Constituyente de 1813, fueron mandatados para exigir el desagravio de Artigas, “cuya cabeza esta puesta a precio”. Evidentemente esto ocurrió con posterioridad a la “Marcha Secreta” (episodio de enero de 1814).

Una omisión que parece no de solo descuido se encuentra en la página 155, cuando se menciona la declaración del Director Posadas de “Infame” y “enemigo de la Patria” a Artigas, pero no se menciona allí justamente a la Marcha Secreta, o sea el abandono del 2º sitio a Montevideo por parte de la milicia artiguista. El episodio raramente cuestionado por la historiografía de nuestro país, no debía ser omitido. ¿Era plenamente infundado el Decreto? Se lo puede ver como deserción en acción de guerra. Artigas puede y debe ser cuestionado.

Es cierto que Jorge Zabalza aventura críticas al Protector. Toda una audacia intelectual en el Uruguay. Apunta cómo en el famoso reglamento de 1815, quedan excluidos los esclavos, ya que ese aspecto de la propiedad privada (la esclavatura) no fue sobrepasado. Artigas fue preso de los valores de su época. Se podrá expropiar la tierra (algo admitido por el derecho español), pero no quitarle a los amos su fuerza de trabajo esclava. Contundente afirma: “Esa perspectiva humanista obliga a reconocer que el artiguismo careció de actitudes y definiciones claras sobre la abolición de la esclavitud, que soslayó la resolución de esta cuestión humana esencial; fue su talón de Aquiles.” (P. 337) Agreguemos que Artigas conservó esclavos (en el cuerpo de sus bienes a cargo de su hijo José María) aún en tiempos de su exilio paraguayo.

Digamos que “Leyenda Insurgente” no puede superar la verdadera encrucijada en la que se encuentra casi toda la historiografía y ensayística sobre Artigas. En 1817 Miguel Barreiro, Rufino Bauzá y muchos otros pretenden que el caudillo busque un acercamiento con Bs.As, ante la invasión portuguesa. Significaba eso retroceder en cuanto a los objetivos de la Liga Federal. Pero la opción seguida fue casi una crónica anunciada. Enfrentado al Paraguay del Dr. Francia, a Bs.As y a Portugal, ¿bastaba el apoyo popular, especialmente de los indios misioneros? Zabalza reconoce que el frente de guerra abierto en noviembre de 1817 contra el Directorio, “no convenía en modo alguno al artiguismo”. (P.305)

Por último, tampoco puede Zabalza superar la visión clásica sobre el Tratado del Pilar. La Liga Federal era una coordinación de gobernadores provinciales. Artigas no tenía autoridad para imponerse a Ramírez y López. No la tenía institucionalmente, y menos aún de hecho en la lógica del caudillismo rioplatense. En febrero de 1820 Artigas había perdido la base de su poder territorial (la Provincia Oriental) y López y Ramírez entraban victoriosos en Bs.As. Caudillos de miras cortas sin duda. Pero la torpeza de Artigas al declararles la guerra, lo muestra como portador de una intransigencia rayana en la temeridad o la necedad.

La capacidad de un líder se mide no sólo por sus ideas, o por la intransigencia que muestra en su defensa. Se mide también por su capacidad para calibrar el momento que se vive y las fuerzas con que se cuenta. Así cómo medir la capacidad real de sus enemigos. No todo se reduce a una combinación de traiciones. Algo que sin duda Jorge Zabalza debe conocer personalmente.

“Leyenda Insurgente” aporta, lleva a pensar y repensar. Es audaz pero no puede superar ciertas idealizaciones y romanticismos, que suelen envolver a las rebeliones populares, y también al Jefe de los Orientales.