Escribe: Garabed Arakelian
Cuando se menciona a Carlos Machado lo primero que surge es la figura del historiador. Es ineludible. Su “Historia de los Orientales”, lo signó con ese perfil y, merecidamente, le quedó. Y justificadamente porque la apasionada vocación por la historia le viene desde su más tierna juventud. Lector empedernido hasta el final de su vida, leía con avidez, pero no con voracidad. Tuvo siempre esa virtud excepcional de superar la mera lectura para convertirla en análisis estructurado, descubriendo elementos vinculantes en los hechos y acontecimientos a simplemente vista dispares y lejanos. Descubría, para él y los demás, la trama de la historia. Tenía para ello lentes focales –el marxismo- que usaba con maestría para impedir que le nublaran la visión.
Seguramente por eso es que su raconto del acontecer humano tiene esa frescura del mejor estilo periodístico: podía hablar del sufrimiento de Moctezuma y su imperio como de Aneurin Bevan y el laborismo inglés y su lectura era siempre atrapante. Le quitó pompa al academismo, pero ejerció el rigor académico para ponerlo al servicio del pueblo y no con los ojos puestos en la certificación académica.
En esa etapa de la vida por la que transcurren los “veinte” y que a veces se etiqueta y clasifica con criterio generacional, conocí a Carlos Machado. Fue en el marco de un grupo más o menos iconoclasta de quienes integrábamos la redacción “a pedal” del semanario “El Sol”- órgano oficial del Partido Socialista- que funcionaba bajo el crayón severo de Guillermo (Yuyo) Chifflet. El dato vale porque desde esa edad temprana Machado, que no siempre podía participar, por razones laborales, de las reuniones de la redacción, concurría sin embargo, en tiempo y forma, en el cumplimiento de su compromiso: la columna semanal de análisis internacional que firmaba Mac.
La mayoría de las veces, el Yuyo –severo para la crítica y tacaño para el elogio- leía la nota y, como siempre, la comentaba en términos elogiosos: “mirá lo que dice Carlitos del comunismo europeo o, no dejes de leer esto que escribió sobre el peronismo”.
Machado, con su aire jovial y andar elástico parecía incansable: daba clases, participaba en infinidad de reuniones y convocaba públicos dispares con sus charlas que eran verdaderas conferencias. Fue lógico que tuviera a su cargo la secretaría de formación del Partido y que confeccionara el Programa, que no era casual ni de aluvión, sino estructurado y con objetivos, y que de allí surgiera una multitud de bienpensantes de izquierda. Allí se formaron militantes y también docentes de ese estilo.
En esa edad, en que estábamos convencidos del “que tiene este que no tenga yo”, había que rendirse ante la evidencia Por eso, desde aquel entonces, cuando hablaba o me hablaban de Carlitos, yo concluía con un argumento para mí, contundente: es un fenómeno, solía afirmar. Un concepto que mantuve con alto respeto hasta su desaparición.
Ahora que nos ha dejado, transitando un periplo octogenario, corresponde decir que sus últimos años estuvieron marcados por el sufrimiento de la enfermedad pero que lo hizo con altivez y espíritu estoico y que supo conservar, pese a todo, el aire jovial de aquel muchacho inquieto y vivaz amante de las travesuras del pensamiento, desafiante de las evidencias, y que servían de sostén a su alma del docente, de investigador y de humanista preocupado por el futuro en el que creía de manera fervorosa.