Escribe: Naguy Marcilla
La muerte de alguien muy querido es un agujero negro, un sacabocados en el medio del pecho, que nos deja sin aire.
Cuando el ser querido es además excepcional, la pérdida personal se transforma en "pública". El dolor del pecho se hace también de otros.
Carlos, infatigable y omnívoro del conocimiento fue un ser excepcional. Sabio y amigo. Difícil mezcla.
Como ya han dicho muchos, él conjugaba la pasión y el desprejuicio del saber con el trabajo incansable y sostenido, la docencia fascinante y generosa y el amor por la gente, por sus alumnos, por sus amigos.
Un Maestro, con mayúsculas.
Insobornable. Insumiso. Consecuente. Libre. Optimista hasta la sinrazón. Confiado en el devenir inexorable de una sociedad más justa.
Hemos trabajado juntos durante más de quince años. Muchas veces hasta el agotamiento, siempre con un entusiasmo apasionado, sabiendo que lo que hacíamos podía servirle a otros.
Será difícil seguir sin vos, “Carlis”. Me faltará tu compinchería, tu franqueza, tu cariño, tu inteligencia, tu humor, tu obsecación, tu mirada, tu estímulo, tu demencia -como la mía-, tu disciplina -mayor que la mía-, tu sencillez.
Te quiero y te extrañaré sin remedio, amigo mío.
Naguy