Carlos Machado: el pequeño gigante ¿se nos ha ido?

        

Escribe   Julio A. Louis   

Este articulo en forma resumida fue publicado por Brecha el    21.06.10 Edición N°1752

Carlos Machado (Montevideo 1937, Buenos Aires 2019) , Carlitos, el de pequeña estatura y andar erguido y ligero, firme en sus convicciones, polémico, sincero, respetuoso, después de meses de sufrimiento ha fallecido, en su segunda patria chica, la argentina. Que no es irse. Entre las figuras de la izquierda uruguaya y socialista ha cobrado -con sus características, en su esfera de pensamiento- la dimensión gigante de un Eduardo Galeano o de un Raúl Sendic, para mencionar tan solo a dos referentes de la generación de los años cincuenta.







Nos conocimos en la adolescencia, en esa militancia común de los jóvenes socialistas. Visité más de una vez su hogar humilde de familia trabajadora. Acordamos en aspectos sustanciales del qué hacer socialista, disentimos con respeto en cuestiones polémicas, que iban desde la figura de Lenin a la homosexualidad. Las discusiones no las terminaba enojado, sino con una sonrisa, escuchando razones, fundamentando las suyas. Para muchos, y me incluyo, contribuyó decisivamente en desarrollar nuestra vocación por la Historia. Solícito en compartir materiales de estudio, conocedor que todos los seres humanos nos superamos unos a otros en diferentes aspectos, estimulando las mejores características personales de cada uno, leal, fraterno.

 Su personalidad se volcó a la docencia, a la investigación, al estudio. La vida militante  como a tantos nos separó, ya en los años 60 y más aún en los de la dictadura de la “Seguridad Nacional”. No me caben dudas que unos en el exilio, otros en la cárcel, recordamos más de una vez nuestros tiempos de las “juventudes socialistas”.  Después de adultos, cada tanto nos veíamos y conversábamos, siempre acordando o disintiendo. ¿Quién que lo haya leído no tiene presente su “China: los más duros, los más puros”, enseñando el profundo valor de la revolución comandada por Mao Tse Tung? O ese libro agudo  “Historia de los orientales”, en que  combatió la visión de Sarmiento y Mitre, denunció a Venancio Flores y su papel de títere represor en la Guerra del Paraguay, y ubicó a Artigas en su profunda dimensión de caudillo y estadista. O quizás las obras menos conocidas de “Estados Unidos y América Latina”, “de 1811 a nuestros días”  y “Las clases sociales en América Latina”, en  ambos casos una fina selección de documentos y comentarios. Lo mismo ocurría con sus artículos elegidos en “La columna indiscreta” firmada por el apodo “Mac” en el semanario “El Sol”, cuando con sus veintídos  años demostraba sus ganas de saber y de trasmitir sus conocimientos. O su disertación en el homenaje a su entrañable amigo y compañero Galeano, en la Fundación Vivian Trías.  

Carlos fue un acérrimo defensor de la Patria Grande. De allí su trajinar constante de una a otra orilla del estuario del Plata. Y un defensor de los pueblos oprimidos, al que dedicó años de estudio y de docencia, caso del pueblo palestino. O aún más, su interés por el arte y las clases dictadas en la Fundación mencionada.  Y por sobre todas las cosas, un defensor del socialismo, que para construirse y perdurar debe basarse en el ejercicio del poder de los pueblos y de sus tradicionales nacionales.

Por todo eso, por su sencillez, no tengo dudas en afirmar que ha desaparecido físicamente, pero permanecerá en la Historia, esa Historia que tanto amó, como uno de los imprescindibles de su tiempo.       

 ACÁPITE. 

De “Historia de los orientales” recojo dos párrafos significativos de su pensamiento.

Sobre nuestra independencia como país:

“Inglaterra sabe lo que quiere (y lo sabe hace mucho tiempo, además). Se mueve con la mira puesta en estas aguas y en su navegación. En Viena consiguió (1815; vencido Napoleón por las cuatro potencias) que se reconocieran como “internacionales” y abiertas por eso a la navegación, las aguas de los ríos fronterizos; menos el San Lorenzo, donde no le convino (porque separaba “sus” costas canadienses de EE.UU.). Separar la Provincia Oriental de las demás provincias argentinas, para internacionalizar las aguas fronterizas, será, pues, su objetivo. Por eso apadrinó, con poco disimulo, la derrota de Artigas. Y digitó la capitulación del canciller García. Separarnos de las demás provincias argentinas (aunque deba pagar como precio cedernos al Brasil) es el alma y omega de su preocupación.

Pero con el Brasil en franca desventaja, podrá matar dos pájaros de un tiro. La Banda Oriental no ha de ser argentina, pero tampoco será del Brasil. Así nació la fórmula separatista.”

 Sobre el destino de los charrúas:

 “ (Los charrúas) diezmados por el triunfo de los conquistadores y víctimas de nuevo, cuando se produjo el ocaso artiguista, se diseminaron en suelo misionero y prestaron apoyo al general Rivera durante la campaña final contra Brasil. Regresaron con él (el caudillo especuló con ellos y su presencia, con seguridad, se sirvió de respaldo a sus aspiraciones en forma de amenaza pendiente en la frontera). Los pretendió afincar en Bella Unión. Los olvidó después, y los dejó librados a actividades delictivas de supervivencia. Motivaron, por eso, la queja de los estancieros vecinos. Y el gobierno resolvió las cosas con una operación de policía (abril del 31). El propio presidente los llevó, con engaños, hasta el “Salsipuedes” (un nombre derivado de lo que pasó) y desató la saña represiva. Oxzchfvud, un marino sueco, lo narraba, asombrado: “tan pronto el efecto de la bebida se advirtió entre los indios, y cuando ya muchos de ellos se encontraron dormidos, las tropas de Rivera con todo secreto rodearon a los indios y con sables y bayonetas atacaron a los indefensos indios matando hombres, mujeres y niños. Muy caro vendieron sus vidas los caciques, y muchos de los indios”. Algunos prisioneros, tuvieron un triste destino después (mujeres entregadas a la servidumbre de familias de Montevideo; exhibición de un grupo de nativos a la curiosidad de París.”