Federico Kreimerman
Las internas del pasado domingo 30 de junio nos imponen la necesidad de un análisis sereno, profundo y, sobre todo, prospectivo desde el punto de vista de la clase trabajadora.
Entre los elementos más salientes, podemos señalar el nivel más bajo de votación desde que existen estas instancias (1999), con solo el 35% de los habilitados concurriendo a sufragar. Este relevante dato da cuenta del hastío general de la población con el sistema político en su conjunto y de una campaña desprovista de atractivo y contenido. Sin embargo, el abstencionismo no es en sí mismo malo; por el contrario, puede interpretarse como una señal positiva si somos capaces de capitalizar el descontento y traducirlo en lucha.
La foto de los resultados muestra inequívocamente una tendencia a la reedición de un nuevo ciclo progresista. Los partidos de la derecha tradicional salieron golpeados: el Partido Nacional descendió un 32% en relación a las internas pasadas, el Partido Colorado un 55%, y Cabildo Abierto en caída libre perdió el 65% de sus votos. No obstante, la suma de toda la derecha tradicional es mayor a los votos del progresismo. El Frente Amplio (FA) superó los 400 mil votos, creciendo ampliamente en relación a la anterior, y en su interna se consolidan los sectores más al centro del espectro político. El FA logró ser el envase que contiene el descontento y aún alienta la esperanza de cambio de amplios sectores de los trabajadores. Como un arquero que ataja todos los penales, el progresismo abre el abanico para contemplar todas las variantes del descontento. El nivel de domesticación y control que ejerce el progresismo sobre las organizaciones del movimiento obrero es férreo todavía.
Las elecciones internas son un mecanismo de regimentación estatal de los partidos políticos, diseñado de acuerdo con las necesidades de los partidos tradicionales y del Frente Amplio. Estos partidos necesitaban resolver la lucha por las candidaturas únicas tras eliminar el doble voto simultáneo o “ley de lemas” para las candidaturas presidenciales. Así, inventaron las “internas abiertas” simultáneas para todos los partidos, un contrasentido, como mecanismo para facilitar una elevada participación de la población y reducir el riesgo de que simpatizantes de otros partidos intervengan en la interna de un adversario para influir en sus disputas. Si los partidos tradicionales, en una etapa de gran desprestigio, hubieran tenido que realizar elecciones realmente internas, por ejemplo, exclusivas para sus afiliados, la participación seguramente habría sido muy escasa.
Quienes optamos por presentar a la ciudadanía una opción por fuera de la polarización, en la alianza Unidad Popular-Frente de Trabajadores (UP-FT) visualizamos la etapa de las elecciones internas como una oportunidad de abrir debates públicos y poner en discusión la perspectiva de la clase trabajadora en los principales temas de la realidad nacional.
Obligar a un partido o frente electoral de distintos partidos a participar en una elección interna, cuando ya tienen resuelta su candidatura única, es evidentemente un contrasentido y responde a los intereses de otros partidos y de un régimen político que necesita estas muletas para mantener la atención y el respaldo de la ciudadanía.
La alianza UP-FT se ve forzada a participar en una “interna” que, en principio, resulta poco interesante y donde es difícil movilizar a sus simpatizantes y adherentes a intervenir.
Hacia las elecciones del próximo octubre
Nuestro diagnóstico de la realidad política y económica destaca la creciente desigualdad social y la concentración de poder económico en manos extranjeras, particularmente en sectores clave como la celulosa, la soja y la industria frigorífica. Nosotros criticamos este modelo económico que, a nuestro juicio, favorece a las grandes corporaciones en detrimento de los trabajadores uruguayos, subrayando la necesidad de una transformación estructural que proteja los recursos nacionales y fortalezca la soberanía económica.
Uno de los puntos centrales es la oposición a las reformas que consideramos regresivas, como la reforma de la Seguridad Social con un aumenta la edad de jubilación y precariza aún más el empleo juvenil. Este enfoque enraizado en una perspectiva de clase que busca defender los intereses de los trabajadores frente a las políticas que perpetúan la desigualdad y la inseguridad económica.
Nos dicen que Uruguay ha crecido como nunca en los últimos años, que las exportaciones se han disparado. Sin embargo, la vida de los trabajadores no ha mejorado. ¿Cómo es posible esto? Gobierno tras gobierno han beneficiado a los mismos de siempre: a los capitales internacionales que digitan sus políticas desde afuera y a sus socios locales, que no han parado de ganar dinero. Para quienes vivimos de nuestro salario, la realidad es muy distinta. Perdemos capacidad de compra mes a mes, los alquileres no dejan de subir, ir al médico es un lujo, y los problemas de seguridad no han mejorado. ¿Cómo puede ser que en un país que produce alimentos para 30 millones de personas haya niños que pasan hambre? ¿Qué sentido tiene salir a trabajar 20 días al mes y que después de pagar las cuentas no nos quede ni un peso? ¿Cómo podemos aceptar que luego de trabajar toda la vida la mayoría llegue a jubilado cobrando menos de $20 mil pesos?
En un año donde todos van a hacer promesas, tenemos que poner sobre la mesa los intereses reales y concretos de nuestra clase. Ningún partido actualmente pone en el centro de sus políticas a los trabajadores, por eso debemos hacerlo nosotros mismos. Este año, además, tenemos la posibilidad de tirar abajo la reforma nefasta de la Seguridad Social del gobierno. Ante el plebiscito, no se puede ser tibio. O se está en contra de trabajar 5 años más, o se está a favor de permitir que el capital siga aumentando la explotación sobre nuestra clase. No hay medias tintas.
Hoy en día nos quieren convencer de que el futuro está determinado por el esfuerzo personal, y nos aseguran que la realidad es incambiable. Ante esto, nosotros somos contundentes: es momento de organizarnos y dar vuelta todo.
Es posible pensar en un mundo donde los intereses colectivos estén por encima de los individuales. Un mundo donde todos trabajemos y tengamos garantizado el alimento, la vivienda, la salud y la educación. Donde nuestros hijos crezcan sanos y lejos de males como las drogas. Recuperemos los barrios para los trabajadores, donde el centro sea el trabajo y la sana convivencia.
Las herramientas de lucha de los trabajadores tienen que volver a su sentido de clase, de lucha por un proyecto propio. Recuperemos los sindicatos para los trabajadores.
Es necesario dejar atrás las ilusiones parlamentaristas y colocar un planteo que nos vincule directamente a los trabajadores y sus necesidades inmediatas, al mismo tiempo que levantamos un proyecto alternativo de sociedad: el socialismo.
Esta alianza que promovemos desde la Unidad Popular-Frente de los Trabajadores es justamente para romper esa polarización y darle a los trabajadores una opción política distinta a quien apoyar estas elecciones. Nuestra prioridad es utilizar la campaña electoral para decir lo que nosotros entendemos nadie más va a decir porque todos tienen compromisos con determinados bloques de poder.