Ante las elecciones primarias y sus resultados ¿sería posible una mujer en el futuro horizonte histórico presidencial?

Hugo Tuyá

¿Cuál es la causa, hasta el presente, que explique la ausencia de mujeres en la conducción presidencial del gobierno del Uruguay? ¿Es un problema de estrategia electoral, idoneidad técnica o política, rechazo colectivo a las mujeres como conductoras de temas clave que involucran al poder masculino, ideología de género? ¿No existe en el imaginario nacional una confianza suficiente sobre la capacidad de las mujeres en la gestión administrativa o política? Perduran figuras sociales preparadas con alto nivel educativo en todos los niveles, pero se trataría, en definitiva, de una problemática multifactorial, pero sin solución de continuidad.

Las elecciones primarias parecieron no tener una energía particular vinculante, si agregamos el choque frontal mediático y constante entre bloques que, de cierta forma, pudo producir desencanto, espantar a los votantes potenciales dispuestos a sufragar, y alejar cualquier expectativa de concurrir a las urnas el 30 de los corrientes, alcanzando la cita electoral un 36% del padrón de inscriptos. Sin mencionar las esquirlas del invierno, el comienzo de vacaciones, y la hipnosis futbolera de la copa América, excusas inquebrantables para quedarse en casa al arrullo de una buena estufa a leña, y que eventualmente pudieron menguar aún más la cantidad de ciudadanos inscriptos en el padrón electoral. Este año clave, teñido casi completamente por la interfaz electoral, presentó por primera vez en el tinglado político el surgimiento de varias mujeres con pretensiones presidenciales, aunque las cifras en votos señalan que, por ahora, las posibilidades de acceso son lejanas. La votación y sus señales políticas, mostró a un FA reinstalado como candidato promisorio a ganar en octubre o eventualmente, en noviembre, aunque los resultados no son extrapolables a un escrutinio con voto obligatorio.

Si horadamos el pasado del Uruguay y nos proponemos hurgar en la actuación de mujeres en la Política, es posible encontrar ejemplos sobre principios del siglo XX a través de las primigenias manifestaciones del feminismo, -que no es otra cosa que un hecho político-, reconocido por la dirigencia progresista de la época. Otros nombres ya legendarios supieron ocupar sillones parlamentarios con raigambre batllista, caso de Alba Roballo, y de impronta comunista como Julia Arévalo, y últimamente, una mujer wilsonista ocupa el cargo de vicepresidente. Si bien estos episodios constituyeron un mojón para la monolítica preponderancia masculina en la órbita de los asuntos públicos, de por si no significó una inmediata incursión en la arena presidencial y nombres como Paulina Luisi y su hermana Luisa, quedaron abrochados a su militancia socialista y a sus títulos universitarios como las primeras profesionales del país, tal vez una pequeña revolución para ellas y un revulsivo para los sectores conservadores, pero con los pies en la tierra para sus pioneras luchas de género y sufragio universal.

En este 2024, la irrupción de Carolina Cosse ha producido un mal trago a la derecha política,no solamente por sus características personales y técnicas, sino por la configuración de varias aristas que formatean su personalidad y su trayectoria en los gobiernos del FA, además de un temperamento batallador, confrontando con argumentos científicos frente a los esperables ataques de los conservadores, hoy en el gobierno. Más allá de su pensamiento político y de los eventuales cambios que su fuerza política pregona en caso de ganar, el gobierno en manos de una mujer podría ser catalogada de revolución en un territorio dominado secularmente por un interior feudal regenteado por el clientelismo de caudillos extemporáneos y una capital ya curada de espanto a partir de 2010 con Ana Olivera en la dirección de la IMM. A partir de 2020 Cosse abre las puertas de un nuevo periodo en Montevideo en tiempo y forma de una personalidad política feminista, esto último, un diferencial que le otorga credenciales como para enquistar una marca indeleble en una eventual faena presidencial, en caso que algún día, llegue a conquistarla.

Para el patriarcado político hegemónico que, según el presidente Lacalle Pou, elige sus futuros dirigentes en asados, -obviamente, dentro de su sector- sería un hueso duro de roer una representante mujer de izquierda en el máximo cargo nacional. Es un hecho tangible y emblemático que el abrumador número de listas con sus candidatos a lo nacional y departamental, en estos comicios primarios, lo encabezan hombres en el primer lugar preferencial, incluso en la izquierda, con alguna excepción: la mujer luce en un lugar subordinado como lo ha sido históricamente, a pesar de los criterios consensuados de paridad. De allí se deduce sin demasiado pienso, que las mujeres aún tienen por delante una larga marcha en búsqueda de mayores conquistas políticas y de justicia elemental, primero por casuística de género, y luego, por la batalla mediática que seguramente se desataría en la eventualidad que mujeres independientes y profesionales como Cosse ocuparan el sillón presidencial. Existen ejemplos muy cercanos y visibles en el Sur latinoamericano, señalando a Dilma Rousseff como paradigma institucional, y es esperable que la nueva presidenta de México, en uno de los países de habla hispana de elevada cultura machista y de índice de mortalidad femenina atemorizante, asuma un rol fundamental en la nueva era de liderazgos femeninos progresistas.

Pero las ofensas de género, de parte de sectores reaccionarios, patriarcales, y patricios con heráldica, pueden tener un corto alcance, y solo alimentan el gran desafío de gobernar un país masculinamente empoderado y transformarlo en un pequeño modelo de convivencia y justicia social, según lo establece la ingeniera Cosse, lo que augura un esfuerzo colectivo monumental y principios éticos inconmovibles que serían la bandera del éxito en otros planos. Las luchas y rivalidades en tiempos electorales pasan por el tamiz del realismo político-cultural, del posibilismo coyuntural, y del enfrentamiento de poderes y micro poderes contrapuestos, que harán lo posible por poner palos en la rueda a la práctica política de una mujer que pretenda cambiar temas estructurales. Recordemos que todo poder genera su antítesis, una resistencia sistémica que nace desde el mismo momento de llegar al trono, y este desbalance atraviesa la situación histórica de cualquier partido político. En la trama podemos encontrar asimismo miles de mujeres apoyando candidatos masculinos de forma excluyente, y no es un diagnóstico sino un hecho.

Más allá de lo programático, que, digámoslo, no asoma como revolucionario, sino a la medida de la cultura mesocracrática uruguaya, la figura de una mujer de izquierda en la presidencia brindaría un tapiz diferente a la puesta en práctica de medidas radicales en todas las áreas. Particularmente en aquellas donde la deuda con la sociedad es extremadamente grande, donde una sensibilidad fina y sin compromisos “ad hoc” pueda destrabar injusticias ancestrales y dirigir equipos operativos en la resolución de problemáticas cruciales para una sociedad anómica y con serios nudos sociales. Se trata, en síntesis, de enamorar con un proyecto de sensibilidad desacoplada de patriarcalismo atávico desafiando la articulación imprescindible para zurcir la trama rota la inequidad impuesta por los valores neoliberales y por la hegemonía cultural de un longevo patriarcado conservador y reaccionario.

La progresiva pérdida del poder patriarcal ha delimitado una barrera intuitivamente defensiva frente a los nuevos derechos de género, la respuesta crispada de sectores de la derecha política ante un feminismo disruptivo, y las nuevas actitudes y jurisprudencia frente a una suerte de revolución feminista que ha puesto en alerta a más de uno, débilmente aggiornado a los cambios culturales del periodo y con intereses específicos donde el árbol genealógico manda y distribuye. Pero el cambio de paradigma, propio de una interfaz histórica entre lo viejo y lo nuevo, necesita de su implantación cultural en la sociedad como nueva mirada a una asimetría de larga data. Los colectivos feministas han tenido una actuación preponderante y persistente dentro de los cambios hacia una cultura que iguale derechos con los varones y que no discrimine genéricamente cuando se trate de cupos de poder o equiparar ingresos frente a similares puestos de trabajo, ya sea gerenciales, o intermedios. Lo que resta saber es si las mujeres -también el poder masculino, visible en todos los ámbitos nacionales- protagonistas de transformaciones clave, están dispuestas a apoyar y ser soporte de una gobernanza conducida por una congénere. Es en las bases populares donde se cocina la conciencia colectiva y se reafirma como presupuesto de una futura gobernanza. Como podemos apreciar -y reiteramos- entre las interminables listas de candidatos a las internas de todos los partidos, aún el primer lugar corresponde a nombres masculinos, con contadas excepciones.

Mientras tanto, los homicidios, el maltrato, y la discriminación hacia las mujeres, rémoras crueles de una doble velocidad o moral en la aceptación masculina de derechos no correspondidos, han creado un caldo de cultivo explosivo que ha golpeado directamente los resortes patriarcalistas del imaginario hegemónico. Todo indica que, para el varón, representante áulico del poder político y económico, no es nada fácil la aquiescencia a compartirlos, por lo que dará la batalla por todo el tiempo disponible, y la circunstancial aparición de una presidente mujer resulta un dato inesperado y fuera de radar.

Luego de la aprobación de leyes que abrieron compuertas cerradas a cal y canto, las mujeres comenzaron a demostrar una competencia difícil para los enquistados cupos de poder, tanto políticos, administrativos, como a nivel de la academia. Han demostrado, -y lo hacen hoy- una capacidad diferente en el encare de problemáticas que estuvieron orientadas por visiones discrecionalmente dirigidas, entendiendo que eran las únicas y no rebatibles por tradición, familia, y propiedad, columna vertebral del sistema. Aún hoy persisten cosmovisiones partidarias que confirman el tríptico, intentando una marcha atrás en los derechos conquistados que ponen entre paréntesis el concepto de libertad y decisión personales, no únicamente sobre asuntos materiales, sino también sobre el propio cuerpo, haciendo visible algún concepto “biopolítico” del francés Michel Foucault, generador de la idea de control y disciplinamiento de la sociedad moderna con el objetivo del funcionamiento estricto de los sistemas económicos y políticos que se imponen en el mundo capitalista. El aborto y su negación, entre otras construcciones ultramontanas, surge como un puntal de la filosofía propietarista del cuerpo de las mujeres.

Por lo pronto, la posible llegada al gobierno y a la primera magistratura de una mujer, de por sí, tiene un significado poderoso que permitirá aquilatar si ha llegado la hora por lo menos de un empate o equilibrio, o, por el contrario, persiste la guerra solapada que genera una falsa apariencia de tolerancia democrática mientras se buscan los medios para desacreditar y deslegitimar el alumbramiento de una presidencia de género como impronta renovadora. De cualquier forma, ante el advenimiento de un cambio de gobierno, siempre es recomendable innovar, cambiar, o también revolucionar, en la medida que nos recomendaba la frase atribuida al gran Albert Einstein: “Si quieres tener un resultado distinto, debes encarar el problema desde un ángulo diferente”. Que así sea.