Jorge Ramada
En el acto de proclamación de su candidatura, Carolina Cosse repitió algo que han dicho muchos dirigentes progresistas: que los actuales gobernantes “no estaban preparados para gobernar”. Una afirmación que puede ser atractiva como propaganda, pero que en mi modesta opinión se aparta de la realidad.
La coalición de gobierno puede tener algunos “novatos” entre sus cuadros de gobierno, pero la inmensa mayoría son “viejos lobos de mar” de la política, sobradamente preparados para administrar el Estado (uno de los principales aspectos de gobernar) en función de los intereses de las clases que representan.
¡Vaya si estaban preparados los ex-dirigentes de la Asociación Rural para dirigir el Ministerio de Ganadería! ¡Vaya si estaba preparado el ministro Falero para defender los intereses de los empresarios camioneros, de los que forma parte! ¡Vaya si estaba preparado Mieres para convertir el Ministerio de Trabajo en un verdadero “Ministerio del Capital” para favorecer a los empresarios (de los que ya había sido vocero cuando se discutió la Ley de Residuos)!
Tan preparados estaban, que en menos de un año instalaron la LUC; y cumplidas las 2/3 partes de su período ya habían pasado varias competencias de ANCAP, a manos de privados, ya habían debilitado la OSE para favorecer la privatización de la generación de agua potable, ya habían favorecido a las telefónicas privadas para fortalecerse ante ANTEL y ya habían entregado el uso de la infraestructura de UTE para beneficio de las grandes empresas; sin contar lo que avanzaron en debilitar la Educación Pública (en presupuesto, en calidad, en contenido social). Al parecer también estaban preparados para facilitar el negocio de los grandes narcotraficantes, mientras proclaman un combate que le pega al eslabón más débil: las bocas de los barrios pobres.
Y acciones que parecen “errores” responden a su misma ideología, ya que algunas autoridades se encierran en un esquematismo reaccionario y otras se mueven más en base a amiguismos o favores, corrupción en el más amplio sentido de la palabra. Sin negar las chambonadas de algunos ministros o jerarcas.
Me parece entonces que más importante que poner como tema de discusión la capacidad de gestión de los gobernantes, es desnudar permanentemente el carácter de clase del gobierno. Al gobierno lo dirige la oligarquía: fueron cuadros a su servicio quienes idearon toda la campaña propagandística para convencer a los votantes de “darle una oportunidad” al gobierno multicolor; y a ella, lo único que le interesa es mantener su estatus económico y de poder. Por eso no entendí la razón de apelar a la sensibilidad del gobierno cuando recrudeció la pandemia. No hay que esperar sensibilidad de ellos, salvo para sus hijitos y sus mascotas.
Lo anterior es en esencia. Claro que al manifestarse en la realidad, los fenómenos muestran cierta mediatización de los objetivos de gobierno. Hay una base de conquistas (y la consecuente conciencia de ellas) en los sectores populares, que no hacen tan fácil el avance en su contra; hay estructuras consolidadas en la educación y salud públicas, que no pueden desmantelarse de un plumazo; hay niveles de organización sindical en esos sectores y en las empresas públicas que resisten -y en parte frenan- los cambios.
En definitiva, estamos hablando de lucha de clases, algo objetivo y permanente en cualquier formación social clasista; será la correlación de fuerzas en cada coyuntura la que condicionará la profundidad, la intensidad, la velocidad y el sentido de los cambios. Y reconozco que la crítica al gobierno basada en su gestión y “preparación” apunta a llegar a sectores medios de la sociedad, a los indecisos en cuanto al voto, a muchos que adhirieron a las propagandísticas promesas de la coalición. Pero si bien es cierto que se necesita el apoyo de sectores medios para ganar una elección, también es cierto que una política basada ante todo en sus intereses, una política de “partido de las clases medias” difícilmente pueda generar cambios profundos -y drásticos- que mejoren radicalmente la situación de los sectores más sumergidos de nuestro pueblo.
La alternativa que expresó Carolina Cosse a la falta de preparación de los gobernantes es la seguridad en la preparación de los progresistas para gobernar. No tengo duda que hay muchos dirigentes con años de experiencia política (y otros de capacidad técnica, que no es necesariamente lo mismo), que están preparados para asumir responsabilidades en puestos de gobierno, de administración de empresas pública y de dirección de organismos en general. El tema es qué orientación se le da a ese gobierno.
¿Estará preparado el progresismo para defender el ambiente sin concesiones por más que tenga que ir contra poderosas empresas? ¿Estará preparado para revertir cuanto antes las ventajas que sacaron los empresarios ante los trabajadores en estos años? ¿A terminar con la impunidad de los grandes empresarios rurales que pretenden imponer condiciones casi feudales a sus trabajadores y peones, a la vez que los envenenan con el uso indiscriminado de agrotóxicos? ¿Y a revertir radicalmente la nefasta reforma de la seguridad social (en realidad, de jubilaciones) de este gobierno para lo cual es muy difícil pensar en una gran acuerdo nacional, pues los “malla oro” del empresariado se van a negar a aumentar sustancialmente sus aportes, única forma progresista de revertir el déficit? Por último y probablemente más importante, ¿estará preparado para tomar fuertes medidas en defensa de los más sumergidos (no en base a limosnas, sino en base a fuentes de trabajo), aunque tenga que abandonar la obsesión de cuidar el déficit fiscal?
No se trata solo de preparación, sino de disposición a gobernar para los más débiles. Pero también para eso hay que contar con la correlación de fuerzas que se tenga en el momento. Y esa correlación de fuerzas favorable a los intereses populares no es algo que está predeterminado o sale mecánicamente de las bocas de las urnas, sino que hay que construirla en todo momento promoviendo movilización, organización, educación y participación de las masas. Así como Fidel decía que “no hay que quedarse sentado a esperar que pase el cadáver del imperialismo”, no parece prudente ahora quedarse en las casas a esperar que salga una derecha derrotada en una votación de aún dudoso resultado.
Refiriéndose a los actos más escandalosos de corrupción, dijo Carolina Cosse: “Lo que más debilitaría al país es que fuéramos condescendientes: hay que ir hasta el hueso”. Seguramente será necesario también “ir hasta el hueso” en atacar los privilegios de que aún gozan los poderosos; en poner freno a las multinacionales que se sienten impunes en nuestro país; en revitalizar empresas públicas en base a empleos genuinos y no a multiplicación de tercerizaciones y sub-contratos ; en generar políticas de salud, educación y vivienda basadas en la satisfacción de las necesidades de la gente y no en el lucro de las empresas del ramo (sin olvidar que muchos emprendimientos “sin fines de lucro”, lo disfrazan con suculentos sueldos de los cargos de dirección).
Pero más allá de consideraciones a lo que será una lucha electoral, desde el lado de los trabajadores será necesario movilizarse y levantar junto a otras organizaciones populares una serie de propuestas que apunten a debilitar el poder económico real y generar condiciones económicas dignas para todos los uruguayos. Por un lado cuestionar las bases de la dominación, que pasan especialmente por imponer 2 cosas: el dominio económico del capital que asegure mantener y aumentar las tasas de ganancia (apertura económica, defensa de lo privado sobre lo público, etc) y la hegemonía del capital a nivel de las ideas (educación, defensa irrestricta de la propiedad privada, por ejemplo).
Es posible proponer grandes objetivos para alcanzar en una etapa de transición. A modo de ejemplo y sumando a algunos ya esbozados más arriba: asegurar la producción para el abastecimiento interno; limitar el poder de las corporaciones médicas en la salud; poner en marcha un plan de viviendas para terminar con la precariedad en el menor tiempo posible, basado en la participación de los usuarios en la construcción y/o reacondicionamiento y no en exoneraciones a grandes empresas constructoras (que construyen más para especular que para dar soluciones de vivienda); limitar las importaciones suntuarias; atacar el degradante modelo productivo del agro.
Algo de eso ha empezado a discutirse en el 3er. Congreso del Pueblo; pero la discusión y profundización de los temas aún está abierta y deberá seguirse trabajando, junto con la imprescindible movilización por las firmas (y luego los votos) para las reformas constitucionales a la seguridad social. No olvidemos que el programa de soluciones a la crisis surgido del 1er. Congreso del Pueblo sentó las bases para llevar adelante un conjunto de cambios que se convirtieron en bandera del progresismo, aunque en la práctica hayan sido bastante mediatizados. En esta nueva crisis, que no es producto de la incapacidad multicolor para gobernar, sino de la realidad del capitalismo a nivel mundial, los trabajadores, junto con otros sectores populares, debemos elevar un nuevo programa de soluciones apuntando una vez más a la vieja consigna artiguista de “que los más infelices sean los más privilegiados”. Y eso no se consigue con medias tintas.