Hugo Tuyá
Hace muchos años se le escuchó decir al doctor Carlos Quijano una frase que por su sencillez pudo pasar desapercibida, pero por su claridad política parece impermeable a la gestión de los conflictos en tiempos futuros: “gobernar es descontentar”, favorecer a algunos y “desfavorecer” a otros, simplificando en demasía. El mensaje es claro y no deja espacio para la duda y especialmente para la izquierda. Teniendo despejado el objetivo y bajo las premisas de una democracia republicana se agenda un programa y, llegado al gobierno, se pone en práctica leyendo la realidad con sentido común. No hablamos de un período revolucionario en sentido estricto, pero sí efectivamente transformar, o seguir transformando, como en un segundo capítulo de una serie, una realidad anquilosada, desigual e injusta, donde queda un lote por remar. Y si para muestra basta un botón, como reza el conocido refrán popular, la actual gobernanza ha transpirado tinta para demostrar que la actual versión “descontentar” con flecha conservadora tiene una vigencia legítima basada en su indiscutible victoria en las urnas de 2019. Tan es así que con el nacimiento prematuro de la pandemia en marzo de 2020 el presidente ha acuñado un aserto, optando por el lenguaje metafórico, que quedará impreso en la memoria nacional para el fin de los tiempos: “el malla oro”. Dícese de aquél que una vez superadas las peores consecuencias del virus, y a partir de una “nueva normalidad” y mediante una “libertad responsable”, generará una proyectada prosperidad sobre los afectados por el desempleo coyuntural, derramando recursos y nuevas posibilidades para el reencuentro con el trabajo productivo y el bien común. En todo caso será imposible imponer al “primer ciclista” nuevos impuestos para empardar una recaudación estatal caída en desgracia, y menos aún obligarlo a poner su bolsillo a la orden como aporte a la comunidad con el objetivo de implementar medidas urgentes de atención en materia sanitaria o social. Un intocable financiero, podríamos resumir para los que supieron ser testigos o telespectadores del discurso presidencial. Podríamos complementar la definición: asociación de mecenas o demiurgos que representa las verdaderas fuerzas vivas de la nación y que constituyen la única vía de salida en una situación de emergencia e incertidumbre para un montón de necesitados…
¿Podríamos preguntarnos qué ha sucedido con el pelotón desde entonces…? También sugerir, aunque más no sea teóricamente, que la malhadada frase identitaria “malla oro” pronunciada por el primer mandatario, quizás o sin quizás, sin proponérselo o aceptando tácitamente ser parte de dicho estamento áulico, generó la primera “grieta” política del nuevo gobierno, marcando a fuego el interés de clase. Grieta que algunos senadores y diputados que conforman la coalición multicolor no han hecho otra cosa que profundizar, a costa de una cultura política “berreta” de la peor calaña y de una pobreza intelectual que abruma. Agregando a los discursos variopintos una serie de medidas, disciplina fiscal, leyes, y decretos puntuales del más prístino sabor neoliberal, concluimos que “descontentar” ha sido el pendón rampante de la coalición como el pueblo uruguayo merece, de acuerdo a su voto y a sus expectativas, y esto dicho sin afán peyorativo, pero manteniendo una justa imparcialidad.
El neologismo de Quijano es completamente aplicable en una democracia que se precie, aunque se califique de “grieta”, porque así debe funcionar la lucha por los intereses de clase que configuran el imaginario liberal capitalista, pero sin descender en las grotescas “bocas de tormenta” parlamentarias. Por lo pronto, en caso de ganar el FA los próximos comicios, y de tener mayorías suficientes que puedan generar políticas públicas beneficiosas para el conjunto de la población, será imprescindible volver a “descontentar” hacia varios puntos cardinales: a los beneficiarios de la política económica actual, “descontentar” a los socios multicolores que han sido furgón de cola del herrerismo, “descontentar” al partido militar por su política clientelar y su demagogia, y eventualmente, “descontentar” y gravar a los “malla oro” como corresponde, poniéndolos al día con sus obligaciones comunitarias y, si fuera posible, ejerciendo trabas jurídicas y tributarias para evitar la evasión de divisas a los paraísos fiscales, contribuyendo a la reinversión de utilidades en el país, haciendo visible aquella máxima saravista de “naides es más que naides”, conducta ética olvidada y sepultada por el herrerismo gobernante. ¿Será posible…?
Un desafío mayor y un envión saludable para la izquierda, repensar su responsabilidad histórica, el precio pagado por sus militantes y ex dirigentes, y profundizar las transformaciones que quedaron en agua de borrasca, muriendo antes de llegar a la orilla. Existe, hipotéticamente, una segunda oportunidad y la gente que vota o ha votado izquierda, una vez reconocido que el medicamento neoliberal solo recrudece la enfermedad, no tiene derecho a ser defraudada en sus expectativas más elementales, y sabemos las consecuencias. Las exigencias temporales son hoy de otra calidad y cantidad y también lo es la más que necesaria participación efectiva de la gente en sus propias decisiones a través de un poder popular novedoso y de consenso, más allá de los cambios culturales que ha traído la tecnología y los valores posmodernos, que deben ser tenidos en cuenta. “Descontentar” los discursos huecos, maniqueos, marketineros, puede ser la consigna. La consulta permanente al pueblo resulta crucial, las grietas reales y diversas pueden ser bajadas a tierra, especialmente cuando las fuerzas populares deben discernir en tomar un camino u otro, como el de la reforma jubilatoria, que tiene riesgos de oportunidad y de éxito según ha explicado el constitucionalista José Korzeniak, y que puede ser la piedra en el zapato para un futuro gobierno progresista. Muchos aguardamos un esfuerzo racional a tono.