Ya pasaron 50 años de la Huelga General

Eduardo Aparicio

Pasaron 50 de la Huelga General, cuando la clase obrera, los trabajadores y tras ellos una porción importante del pueblo, gestaron y protagonizaron una de las demostraciones democráticas más importantes en la historia del país.

Estos días la conmemoración y los homenajes, como es debido y lógico, se han sucedido. A  todos ellos nos sumamos, pero nos pareció que modestamente podíamos procurar compartir unas anotaciones, simplemente desde la perspectiva de los tantos que como gente de a pie hicimos parte de la inmensa legión de mujeres y hombres que dieron lugar a ese acontecimiento. Sobre el que se ha escrito mucho y acerca del cual se alinean valiosos y emotivos testimonios y análisis. La producción en la dirección de rescate de y construcción de la memoria, debe proseguir hacia la verdad histórica, como un fruto de la acción de la militancia, el activismo y la historiografía que tendrá que ganarle e imponerse a los relatos.

Sabido es que el golpe fue consecuencia de una profunda crisis social y política en la que estaba sumergido el país, subordinado a los planes del imperialismo americano, a los designios e intereses de las clases poseedoras. La institucionalidad democrática, estaba herida de muerte, como un resultado de la propia lógica del sistema.

En el golpe se conjugan dos grandes objetivos: un ataque en regla, frontal, contra los trabajadores, sus organizaciones, y la consciencia del movimiento obrero; franquear un nuevo peldaño en un accionar sostenido y sistemático de contrarrevolución preventiva.

La decisión de enfrentar un golpe de Estado con una huelga general tenía historia, surgió en 1964 ante el golpe en Brasil, se renovó e hizo parte de los acuerdos fundacionales de la CNT. Su realización hacía parte de una estrategia, que fue discutida, elaborada y preparada políticamente, no necesariamente afinada en sus aspectos instrumentales. Son muchos los acontecimientos y episodios que hacen parte de esta gesta que requieren más desarrollos analíticos que los existentes.

Los trabajadores organizados, junto con el movimiento estudiantil, al lado de otras organizaciones sociales, iniciaron la huelga antes que la dirigencia la decretara en la madrugada del 27 de junio en la Federación del Vidrio. No fue una respuesta espontánea, pero sí una reacción que se adelanta a las decisiones de la direcciones que estaban atravesadas, surcadas, por debates y pulseadas de orientaciones, políticas y opciones tácticas. Vale recordar que parte de la dirigencia se inclinaba por un paro de 24 horas, reconducible.

El reguero de ocupaciones de fábricas, talleres, oficinas y centros educativos respondió a un reflejo matrizado en la consciencia colectiva, por definiciones de orientación incorporadas al ADN del movimiento popular. Movimiento reflejo que por razones múltiples, no surgió en febrero del ’73, principalmente la deriva consistente en creer y alentar la apuesta a la operación de velo y engaño de los comunicados 4 y 7, que llevó a errores que no se deben olvidar.

La huelga se instaló en Montevideo, extendiéndose a algunos puntos del interior. Corresponde señalar con fuerza su principal signo, el que la defensa de la democracia fue asegurada y sostenida por la organización y métodos propios del movimiento obrero. Con acciones como las ocupaciones, la manifestación relámpago, los piquetes, denostados y perseguidos por los políticos burgueses.

Frente a la estocada golpista del 27 de junio -sucumbió la acción parlamentaria al haber recibido una jaque mate nutrido por ella misma- quedó en un segundo plano la capacidad de actuación e incidencia de los partidos burgueses; los mismos que a lo largo de la instauración del autoritarismo previo al golpe (“pachecato”) había demostrado tanta inoperancia, en una pasividad que no hacía más que esconder una actitud de clase ante el auge de la lucha de los trabajadores.

Instalada la huelga, surgieron distintas modalidades de llevarla adelante y hacer frente a la represión, con mucho ingenio dúctil y creatividad, propio del accionar de masas.  

Importa no olvidar que la dirección de la lucha antidictatorial quedó bajo el control y la conducción sindical.

No fue posible en el curso de los 15 días de huelga resolver las contradicciones y los nudos gordianos que estremecían la puja por imponer orientaciones al movimiento popular. Tampoco era el tiempo, ni las condiciones estaban dadas para rectificar errores importantes. En algunos casos, apreciaciones erróneas, caracterizaciones equivocadas se prolongaron, hasta que la dictadura afirmara toda su capacidad represiva, de control y terror sobre el país todo.

Parte de la instrumentación concebida previamente no logró ponerse en práctica, particularmente las relativas a las medidas de neutralización del transporte colectivo y el suministro de combustible. Por dificultades organizativas y por las indefiniciones resultantes  de encares diferentes, contrapuestos, sobre la conducción y el objetivo.

También es cierto que la huelga, con todo el estoicismo que la rodeó, con la mística que generó y perpetuó, permitió reafirmar la importancia de la lucha de masas, ya cuando otras estrategias que procuraban eclipsar su importancia estaban desarticuladas.

Confirmó que los trabajadores son capaces y están llamados acaudillar la lucha democrática, tras sus objetivos y aspiraciones emancipadores aglutinando en su rededor a otras fuerzas sociales. La huelga marcará en gran medida su influencia sobre la resistencia a la dictadura que se prolongará hasta el ’84.

Pero los espectros de la huelga estarán presentes en la salida de la dictadura, en la recuperación democrática y se prolongan hasta nuestros días.

Las lecciones y los aprendizajes que nos deja la huelga general, están lejos de estar concluidos, se debe continuar el análisis, integrando a las nuevas generaciones, sin dejar de lado el desarrollo de una capacidad autocrítica, inspirada en el análisis riguroso, no complaciente de las praxis.