Garabed Arakelian
La agencia de publicidad que comanda al gobierno ha mostrado una vez más su habilidad al publicitar como “emergencia” esta situación que, en realidad, es de crisis y como tal se la debe denominar. Las emergencias son episodios puntuales y de corta duración que requieren respuesta rápida y paliativa de las manifestaciones más evidentes del mal. En cambio una crisis tiene otras características que, con el cambio de denominación se quieren soslayar.
Por consiguiente: nada de emergencia, pues esto es una verdadera crisis hídrica y su carencia es ya de carácter estructural, por ahora, más pronunciada al sur del Río Negro. Pero sus consecuencias y “soluciones” abarcarán en breve la dimensión nacional.
El consumo de agua que requiere la población para satisfacer sus necesidades vitales y las derivadas de las actividades normales de la sociedad, a la que deben sumarse las de origen industrial y las agropecuarias, no podrán ser satisfechas de aquí en más, por los volúmenes disponibles del líquido elemento. O dicho en términos reales: habrá disponibilidad de agua para quienes puedan pagarla, pero aun así, aquellos que posean el control del elemento establecerán, de acuerdo a sus intereses, además del precio, las condiciones de uso, lo cual implica poder decir a quienes sí y a quienes no se les permitirá acceder a su uso y consumo. Y este no es un detalle leve.
Su importancia se refleja en que el sistema, aunque sin perder estabilidad, se contradice y se ve obligado a incursionar en el campo de complejas explicaciones, que son reveladoras de su verdadera esencia, pues no resulta fácil argumentar porqué el consumidor habitual, el vecino, debe pagar siempre y en caso de atraso u omisión en ese pago sufrir las consecuencias económicas, financieras, administrativas y legales de dicha falta y en cambio la empresa OSE, en este caso el Estado, escapa a esas obligaciones. Esto es así porque los contratos son documentos firmados entre componentes que no están en igualdad de condiciones y eso permite que una parte deba cumplir siempre mientras que la otra escapa a esa obligación.
Desde filas progresistas se oyó pronunciar, hace un cierto tiempo, la promesa de “honrar la deuda”, pero la deuda no deja de ser una obligación contractual, aunque se la cubra con la almibarada capa de la honradez. Ese es solo un recurso para asegurar el cobro. Pero así como se reclama y se promete honrar la deuda el sistema quiere que se respeten todos los contratos existentes incluso los que se firmen en el futuro y enfrentan la difícil situación de contravenir lo mismo que en otro ámbito reclaman.
Porque la contradicción está en que la OSE, que además de la obligación constitucional de proveer el agua potable tiene la potestad contractual de cobrar por ese servicio, está en falta pues continúa cobrando aunque no lo brinde. De acuerdo con la filosofía del sistema no está “honrando” el compromiso y la obligación que tiene para con la población, pues ha firmado un contrato y no lo cumple. La pregunta es: ¿tiene derecho la población o el consumidor a reclamar daños y perjuicios o negarse simplemente a pagar por un servicio que no se le brinda? La conducción política que ejerce este gobierno no sufrirá angustias metafísicas ante esta contradicción. Está a salvo porque está haciendo bien los deberes, ordenado y servicial con los poderes internacionales.
Plegarias por el agua que se fue
Entretanto, suponer que llueva en los días próximos, es aceptable como una hipótesis de trabajo que lleva implícita su contrapartida: ¿y si no llueve, cómo sigue la historia?
Dejando de lado la posibilidad de éxito en el intento propiciado por el cardenal Sturla, consistente en elevar rezos a fin de hacer llover, la información más real y científica proveniente de la meteorología, no anuncia precipitaciones importantes sobre el territorio nacional en el corto tiempo.
Pero es sabido que las nubes, hasta ahora, por lo menos oficialmente, las únicas proveedoras de agua natural dentro del ciclo previsible de la naturaleza, no responden a los límites territoriales fijados por razones administrativas y, fundamentalmente políticas, de los países, pero sí responden a los accidentes geográficos y a sus características determinantes del clima y sus consecuencias. Y abren sus panzas, llenas de líquido, allí donde las condiciones físicas se lo impongan.
Por lo tanto: si bien no llueve y así lo comprobamos sobre suelo uruguayo ¿no llueve por fuera o por encima del territorio nacional, en los nacientes de la inmensa red fluvial del Brasil cuyo exceso, históricamente nos deja anegados? Y sin ir más lejos: al norte del Río Negro ¿qué pasa que no se escuchan las quejas, fundadas o no, del sector agropecuario tan habituales cuando no caen lluvias en apenas un mes? ¿Por qué no se habla de eso y no vemos la osamenta calcinada del ganado muerto por la falta de agua? ¿Por qué no se dice nada acerca de una crisis hídrica en el norte? Siempre dentro de nuestra hipótesis de trabajo esto da lugar a pensar que afortunadamente no la padece y entonces es válido preguntar: ¿No hay paliativos allí para la emergencia que se vive en el sur? Y las lluvias en el norte de Uruguay o el sur de Brasil ¿por qué no llegan? ¿a dónde van a parar?
Hasta ahora la respuesta oficial a esta gravísima situación ha sido ineficaz y plagada de mentiras. Los intentos de solución recorren una amplia gama de propuestas vergonzosas que serían risibles si no afectaran la dignidad y la inteligencia de los habitantes del país.
Las propuestas oficiales han sido trasladar en un avión Hércules desde un lugar no preciso ubicado en EE.UU. una planta potabilizadora o desalinizadora, que no se concretó pues -por quince centímetros, nunca se supo si en el largo, el ancho o el alto-, esa unidad no entraba en el hangar del avión. Se intentó de inmediato subsanar el inconveniente cargando la misma en un barco que llegaría a Montevideo en el plazo de una semana. Aunque un mes después y sin noticias de naufragios, ese recurso no ha llegado.
Pero es larga y tediosa la lista de posibles soluciones ofrecidas por el gobierno y además ofensiva para la dignidad y la inteligencia de la población. El último intento de respuesta ha sido eliminar impuestos para el agua embotellada. Y eso no produce lluvias sino carestía.
Se trata de una solución engañosa que confirma la privatización del agua y que no responde a la carencia hídrica porque en definitiva lo que queda de esta lamentable situación es que no tenemos soberanía sobre nuestras aguas, ellas ya están en manos de las grandes multinacionales y aun si llegara a llover, ese precioso elemento no será posesión del pueblo uruguayo. A este gobierno, apto y deseoso de hacerlo se le ha brindado la posibilidad de rematar ese largo proceso de ineficacia funcional iniciado desde mucho antes, y eso incluye administraciones frenteamplistas, de desmantelamiento de la OSE para traerla a este estado de postración pues aunque llueva no seremos dueños de ese recurso vital, tal como se señala desde el comienzo de esta columna. ¿Se irá entonces, no cantando, pero si “Pensando bajo la lluvia”, que disolverá lágrimas y apagará el ardor de la indignación?