Carlos Peláez
Desde 1973 el 27 de junio es recordado como el día más trágico de la historia uruguaya contemporánea.
Hace 50 años el mundo era muy diferente. La “Guerra Fría” estaba en plena actividad. Entonces era impensable jugar un mundial de fútbol en Rusia. Es más, Rusia ni siquiera existía como país independiente.
Todavía se discute si el golpe fue el 9 de febrero o el 27 de junio del 73. Aunque lo constatable es que fue en una jornada como la de hoy cuando se disolvieron las Cámaras y se derribaron todos los derechos ciudadanos.
En este día lo único que deberíamos discutir es cómo hacemos entre todos para que NUNCA MÁS volvamos a tener dictadura.
Los militares de entonces y sus cómplices civiles, falsearon los hechos: cuando se hicieron del poder ya no había guerrilla, había sido derrotada un año antes, según lo afirmaron ellos mismos.
Dijeron que venían a combatir la corrupción política, pero no solo se corrompieron, también cubrieron a tiros su saqueo.
Afirmaron que llegaban para salvar a la patria y sólo dejaron restos irreconocibles de lo que alguna vez fue una tierra de esperanza.
En cumplimiento de esa tarea autoasignada no vacilaron en secuestrar, torturar, matar o desaparecer a quienes se les ocurrió. Obligaron a que decenas de miles de compatriotas se exiliaran.
Como sociedad no hemos evaluado colectivamente el daño sufrido.
Qué tanto influyó en nosotros el odio, el miedo, la persecución, la falta de libertad.
Qué tanto influyó la destrucción sistemática de la cultura y la educación.
Qué tanto hizo la dictadura por la destrucción de una ética social media.
Los resultados los vemos hoy.
Aún no se ha profundizado en el estudio de los sectores civiles que apoyaron a la dictadura. Empresarios, productores rurales y el sector financiero que claramente se beneficiaron con la dictadura.
Hoy se escuchan voces que reclaman el regreso de los militares.
Entonces vale recordar que en 1973 los demócratas no eran la mayoría, por el contrario, la mayoría estuvo de acuerdo con el golpe o actuó en forma displicente.
Lo que ocurrió hasta hoy es que muchos se reconvirtieron en demócratas, pero nunca se arrepintieron de su pasado.
Y eso pasa porque no se ha sido lo suficientemente eficaz en la educación, en la transmisión de valores, en la superación de los individualismos.
Pasa porque muchos cómplices de la dictadura reconvertidos a demócratas fueron elegidos una y otra vez en democracia.
Pasa porque la Justicia falló y no actuó diligentemente para sancionar a los golpistas.
Pasa porque los criminales de Estado tienen más derechos que las víctimas.
Pasa que muchos militares que tuvieron mando en dictadura hoy están en el gobierno.
En 1973 los héroes no eran futbolistas, ni siquiera eran conocidos por los medios. Eran jóvenes obreros y estudiantes, gente de la cultura y pequeños comerciantes, que conscientes de sus obligaciones ciudadanas ese 27 de junio salieron a ocupar sus lugares de trabajo o estudio sin saber si volverían vivos a su casa.
Frentistas, blancos, colorados, católicos, judíos y protestantes, y hasta un pequeño puñado de militares, se unieron entonces en un haz, conscientes de cuál era su verdadero enemigo.
Que no eran sólo los militares golpistas. Había toda una estructura política y económica detrás.
Lo que no se ha entendido todavía es que el golpe se dio para proteger intereses económicos que se sentían amenazados.
Fue Julio María Sanguinetti quién al regreso de la democracia y en cada oportunidad responsabiliza a los Tupamaros por el golpe de Estado.
Pero no dice que el 27 de junio de 1973 ya hacía exactamente un año que las Fuerzas Conjuntas habían proclamado la derrota del MLN.
También se instaló la idea de que la CNT y la izquierda, particularmente el Partido Comunista apoyaron el golpe en febrero. Sin embargo fueron las víctimas de los golpistas.
Con ese planteo se oculta el apoyo que dieron al atentado contra la Constitución, un sector de los blancos herreristas y el pachequismo. Y que se expresó en la enorme cantidad de cargos ocupados por integrantes de ambos sectores políticos en dictadura.
Se ha ocultado el apoyo expreso que dieron a la dictadura la Asociación Rural, la Asociación de Bancos y la Cámara de Industria y Comercio.
En el período previo al golpe se vivían tiempos de luchas sindicales y estudiantiles. Eran épocas donde la inflación superaba el 100% y en 1972 el salario real había caído el 17%. Tiempos de congelación de precios y salarios, tiempos de escasez y hasta de contrabando interno de carne.
Tiempos de represión, con varios estudiantes muertos, con centenares de detenidos en aplicación de las Medidas Prontas de Seguridad.
Y además por primera vez en la historia un frente político de izquierda comenzaba a tallar fuerte y Wilson Ferreira Aldunate pudo ser presidente en 1971, si no se hubiera cometido un fraude.
Entonces la pregunta es muy obvia ¿contra quién se dio el golpe?
El uruguayo no fue el golpe típico de otros países latinoamericanos. El nuestro fue cívico-militar.
Los militares cegados por los efectos de la guerra fría terminaron siendo el brazo ejecutor para defender los intereses de los poderosos.
Claro que también hay que recordar que la democracia no era muy prestigiosa entonces. Los militares tuvieron mucho apoyo ciudadano porque la gente estaba enceguecida por el miedo a los tupamaros y a que los comunistas se llevaran sus niños a Rusia. En 1980 el 42% de los votantes apoyaron el SI a la reforma constitucional propuesta por los dictadores.
Hubo una construcción política y cultural para que el golpe fuera inevitable.
Y con la dictadura llegó la tragedia.
Miles de presos y torturados, decenas de muertos, dos centenares de desaparecidos.
Miles de expulsados de sus trabajos, decenas de miles convertidos por decreto en ciudadanos clase C, más de 400.000 emigrantes que tuvieron que huir del país por razones políticas y económicas.
Unos pocos militares han sido juzgados, en tanto civiles sólo Juan María Bordaberry y Juan Carlos Blanco. Nadie más.
Aún hoy se escucha a muchos cómplices hablar de democracia y expresándose contra dictaduras. De otros países, claro, nunca de Uruguay.
Pero acá, 50 años después todavía seguimos buscando a los desaparecidos.
Los pocos restos humanos encontrados estaban en cuarteles.
Pertenecían a personas torturadas hasta la muerte por militares, en dependencias militares, enterrados por militares en cuarteles convertidos en cementerios clandestinos.
El poder de los militares radica, precisamente, en tener secuestrada la verdad.
Por eso saber la verdad será la forma de recuperar la institucionalidad y dar cierre al proceso de transición de dictadura a democracia.
¿Es necesario el ejército?
Este es un día apropiado para que la sociedad toda comience a dar un intenso debate sobre la conveniencia de mantener una estructura armada malévola, siniestra, que ningún aporte ha hecho a la democracia y en cambio solo fue capaz de hacer la guerra, espionaje incluido, contra su propio pueblo.
El ejército cuenta con 15.000 efectivos, aunque el mayor problema es la oficialidad. Proporcionalmente tiene más coroneles que el ejército de los EE.UU.
Esta fuerza nos cuesta unos 3.000 millones de dólares cada 5 años, contando su parte mayoritaria del déficit de la Caja Militar.
Uruguay necesita una Marina fortalecida que proteja aguas territoriales; tal vez una pequeña Fuerza Aérea que vigile fronteras y cielos.
¿Pero para qué necesitamos Ejército?
Uruguay es un país de paz cuya mayor fuerza radica en la diplomacia. Seríamos verdaderamente estúpidos si pensáramos en la guerra contra vecinos.
¿Qué hacer entonces con 15.000 personas que podrían quedar desocupadas? Pues las otras dos armas podrían absorber a algunos miles. También, en un proceso de reeducación, muchos podrían pasar al Ministerio del Interior. Y para los otros hay que crear fuentes de trabajo. No puede ser la desocupación la única razón para sostenerlo.
El asunto es que el sistema político ha sido incapaz de dar este imprescindible debate.
Todos los días los oímos enfrascados en debates por unos millones de dólares perdidos allá o acá. Pero los 3.000 millones de dólares que quemamos inútilmente cada 5 años, parece no preocupar a nadie.
Hoy el ejército tiene hasta un partido político, integrado por militares que tuvieron mando en dictadura.
¿Hasta cuando los uruguayos vamos a asistir impávidos viendo cómo conquistan cada día un poquito más de poder?
Años atrás el senador José Mujica, en su particular lenguaje dijo: “Los chanchos no votan a Cativelli”.
Se equivocó, en Uruguay no sólo lo votan, también le pagan para que los lleve al matadero.