Esther Ampuero
La salida de Irene Moreira del Ministerio de Vivienda y la tormenta desatada concomitantemente con ella, ha sido materia de diversos análisis, algunos muy buenos y serios, así que por nuestra parte no incurriremos en el análisis de su génesis y desarrollo, sino que iremos por fijar posición, con alguna pincelada analítica que la fundamente.
Previsible, pero desatada cuando nadie lo pensaba, se produjo una crisis dentro de la coalición, con sus ramificaciones en el seno del gobierno de derechas, que dejará secuelas importantes, en el talante, el relacionamiento, la confianza y cuya resolución final está lejos de estar concluida.
Se va una Ministra que arriesgó grandes promesas en la línea de empezar a modificar la crítica realidad estructural de la vivienda y el hábitat, y que a la postre parió tan solo un ratón en materia de logros, si la mirada va más allá de la encendida defensa mediática de su gestión realizada ante las Cámaras en una inédita rendición de cuentas post mortem.
El detonante del sacudón, fue un acto de clientelismo de parte de la Ministra cabildante, inscripto en las prácticas y las tradiciones de la más pura “política criolla”, que desde sus momentos fundacionales la izquierda ha rechazado. Clientelismo desembozado, obsceno, junto con el peso gravitante de los cargos a la hora de sopesar los platillos de la balanza, pesó mucho el fruto de la repartija (los más de 50 cargos), como un comodín que en la partida de naipes no puede ser objeto de “descarte”, si lo que se quiere es sobrevivir dentro del sistema. Es bueno sumar a este episodio capítulos anteriores de la serie: la industria de los nombramientos (135) en ASSE llevada adelante por Enrique Montaño; el sonado affaire de la condición de colonos del matrimonio Manini; todo lo que confirma que en ese partido hay una línea de continuidad, algunos de sus reflejos ligados a la cuna y a intereses propios, y otros en los cuales oficia de gerente… no se diferencia de la mayoría del establishment.
La coalición de gobierno nació y tiene su antecedente en una entente electoral engendrada para desalojar al Frente Amplio del gobierno. Su programa es mínimo, pero su naturaleza y sesgo es indiscutiblemente conservador, burgués, concentrador, excluyente, reaccionario en toda la línea; reservorio de inclinaciones y prácticas controladoras/represivas, que frente al conflicto social y la protesta brotan con facilidad natural, como reflejo de su expresión de clase. Es bueno tener presente que el patrimonio declarado por el primer senador cabildante, es uno de los más importantes dentro del mundillo parlamentario. Tampoco se puede dejar de señalar que existen diferenciaciones y matices en su seno, pero ninguna de ellas tiene la envergadura suficiente para ser generadoras de auténticas disidencias, que den lugar a un distanciamiento de la hoja de ruta conservadora.
Por la vía de los hechos, hay una apropiación en el manejo y capitalización de la coalición por parte del neoherrerismo, continuador de la línea histórica de esa corriente del Partido Nacional, adaptada a los nuevos tiempos.
La conducción de la coalición se confunde con la figura y el accionar del presidente Lacalle Pou, que con mano y pulso centralizador, hace pasar la casi totalidad del desempeño gubernamental por su figura y entorno inmediato, del cual están excluidos los cabildantes.
A 36 meses de gobierno, como era de esperar, no se cumplieron las promesas electorales que se comprometían a mejorar la situación de los ciudadanos y sí se han impuesto las medidas que benefician al capital, que debilitan al Estado, que imponen rigor y ajuste a las mayorías, así como las que se integran a una política sistemática de desmantelamiento de conquistas y avances, en los cuales el progresismo tuvo su que ver.
Cabildo cobra forma de partido y comparece electoralmente en 2019, en torno de la figura de Manini Ríos, quien desde la comandancia del Ejército, en la que concitó el apoyo de algunos sectores y figuras del progresismo, supo construir un liderazgo político con proyección y perspectivas. Un partido que, en pocas palabras, puede y debe ser definido como militarista, liberal, conservador, de derechas, antisindical, con arrebatos soberanistas, adornos nacionalistas para lo cual recoge críticas a ciertas expresiones del capital transnacional, a los organismos internacionales, por la vía de los hechos defensor de la impunidad y complaciente cómplice con los perpetradores del terrorismo de estado. Se caracteriza por su defensa consecuente del statu quo del sistema, lo que no es óbice para procurar una implantación en el universo popular, especialmente en los sectores subalternos. En ese camino logró arrebatarle casi 100.000 de los votos ocasionales del FA. Sabe desarrollar una política permanente y capilar en las profundidades de la sociedad, especialmente las periferias y los interiores.
La esencia y naturaleza de Cabildo están fuera de discusión desde una perspectiva de izquierda y en sus posturas no se puede encontrar nada de nacional y popular auténtico, sus invocaciones al artiguismo no representan nada, sobre todo cuando bien sabemos que en la política uruguaya, el artiguismo está fundido en una multiplicidad de anacronismos, que hace que éste sirva tanto para un barrido, como para un fregado, en un arco que abarca tanto a derechas como algunas de las izquierdas.
Es importante no permitir en las filas populares que prospere la confusión en este plano, la que en algunos casos se alimenta de una desesperada y monotemática búsqueda del “centro” para recuperar el gobierno.
Los gestos desafiantes (hacia el presidente y la institucionalidad), la pulseada inaudita establecida por Cabildo, con el amague del rechazo del cese de la Ministra, no pueden dar lugar a manifestaciones de preocupación por el debilitamiento del sistema institucional, por la credibilidad de la política y sus actores, y menos puede ser considerada como “desgracias” que a todos nos pueden suceder.
En esta mini crisis se pusieron en juego aspectos éticos, morales, y las izquierdas frente a la misma deberían estar dispuestas a dar una batalla para recuperar la primacía moral en política, que las definió, caracterizó y que han ido perdiendo en los últimos años. Resultaría fundamental, que del análisis de las pretendidas 70 adjudicaciones directas de vivienda, saliera fortalecida su imagen, como resultado de una gestión de signo diferente cuando tuvo los mandos de la política pública de vivienda.
Cabildo es necesario para asegurar las mayorías parlamentarias que le permitan cumplir el mandato a Lacalle Pou, pero también es necesario y hasta imprescindible para enfrentar al FA en 2024. Pero a su vez su la construcción de su espacio, la consolidación de su caudal electoral, necesita de operaciones de diferenciación discursiva y comunicacional.
Así que posiblemente asistamos a nuevas circunstancias, donde los votos de Cabildo en las cuestiones esenciales no le faltarán a Lacalle, pero donde tal vez hasta lleguen a interpelar Ministros del gobierno, y donde seguirán arreciando las críticas, en un esquema de lucha guerrillera, despliegue rápido para golpear, retirarse al territorio seguro.
Cabildo tiene muy claro, ha sabido internalizar cuál es su rol, lo desempeña con corrección e inteligencia, así lo atestigua su defensa de los intereses de la casta de la oficialidad de las FF.AA., con los logros arrancados en el curso de la Reforma Jubilatoria, o su defensa en bloque a los represores, procurando la prisión domiciliaria para ellos, alimentando en forma sistemática la teoría de los dos demonios, construyendo un relato complaciente con la represión, asumiendo integralmente el comportamiento institucional de los militares en los horrores de la represión.
Esto se complementa con su nítida postura antisindical, que incluye formas de reglamentación sindical, imposición del voto secreto, de limitación y trabas para el funcionamiento de los sindicatos.
Su carácter conservador, tiene mucho de reaccionario y oscurantista, como bien se ve en su ofensiva sostenida contra los avances en materia de derechos, su proclamado embanderamiento contra la agenda de derechos, su pretendida lucha contra la “ideología de género”, en todos los planos en los que puede actuar e incidir.
Como corolario podemos sostener que de la mini crisis, salen debilitados tanto el gobierno como Cabildo. El gobierno mantiene algunas de sus bases de sustentación, todavía tiene resto, a pesar de los múltiples actos y desviaciones de corrupción que surgen de sus entrañas con una regularidad asombrosa. Cabildo amagó y coqueteó con la ruptura (salida del gobierno) con los 6 primeros puntos de su declaración, exhibición con tales niveles de crítica que sugerían la salida, pero el punto 7 fue al encuentro de todo eso para quedarse. ¿Por cuánto tiempo seguirán juntos? ¿Cómo y cuándo tendrá lugar la separación? ¿Bajo qué condiciones y términos se procesará?
Algo queda más que claro. Más allá de ciertas incidencias de los juegos parlamentarios, no tenemos que permitirnos resuello alguno en la confrontación con Cabildo: somos y estamos en sus antípodas.