Por Garabed Arakelian
En el vocabulario que maneja Maquiavelo, “príncipe nuevo” es aquel individuo que inicia un sistema que sustituye al vigente y por lo tanto inaugura una etapa. Si pretendiéramos utilizar esa figura en términos actuales comprobaríamos que el sistema establecido no otorga posibilidad alguna de incursionar en algo original, salvo que se opte por la destrucción y la suplantación.
Pero sí existe, un margen de actuación individual que permite teñir, con tonalidades propias, la gestión que un mandatario lleva a cabo y convertirse en verdad en un “nuevo príncipe” o aparentar que lo es. Se trata pues del “estilo” con que se desempeñe y los instrumentos que utilice para difundirlos entre la población.
En Uruguay podemos hablar del ”nuevo príncipe” porque Luis Lacalle Pou con su acceso a la primera magistratura ha cumplido con el primer requisito, inaugurando una etapa caracterizada por la intención, no disimulada en modo alguno, de eliminar todo lo que pueda ser señalado como obra “del gobierno anterior”, abarcando de manera particular aquello que atienda necesidades y aspiraciones de lo que encuadramos en el término “sectores populares.
En cambio incursionó, confirmando su decisión de inaugurar una nueva etapa, desde el primer momento en lo que denominamos destrucción y suplantación. La congelación de salarios que en verdad es una rebaja, el aumento del costo de vida sin buscar paliativos eficaces que significa también rebaja salarial, con el agregado del aumento de la desocupación, constituyen un cuadro gravísimo de deterioro de la calidad de vida que se sintetiza en el conflictivo terceto de: vivienda, educación y salud, sea cual fuere el orden en que se expongan. En síntesis éste es el posible enfoque, no totalizador, que podría caracterizar el proceso iniciado y que permite denominarlo como el nuevo príncipe si nos atenemos a la terminología de Maquiavelo. Pero el veterano politólogo dice además que se debe analizar gracias a qué fuerzas llega al poder el Príncipe, porque será cautivo de los compromisos previos.
En esa etapa de las promesas es que se va tejiendo el verdadero plan que constituye la plataforma política. Con ella llegó a la primera magistratura nuestro presidente. No mintió, dijo la verdad de lo que se proponía.
En estos días, justamente, podemos hacer la verificación del resultado que criticamos -la prueba del nueve diríamos- : en la Rural del Prado, aquí en Montevideo se desarrolla la exposición anual de la Asociación Rural y en el transcurso de la misma –el 15 de setiembre- se llevó a cabo el Paro General de orden Nacional. Ese contraste mostró la realidad del país con la acumulación de riquezas -en un récord sin antecedentes- por parte de un sector minoritario de la sociedad y otro-el de la enorme mayoría que, contrastadas muestran la desigualdad existente, abrumadora y siempre injusta, que impera en nuestra sociedad.
El “nuevo príncipe” que inauguró esta etapa cumple con aquellos con quienes estableció su verdadero compromiso de gobierno. Manifestó su vocación por ser “empleado” de ellos, los calificó de “mallas de oro” desde el primer momento y los colocó cómo referentes de su gestión. No hay engaño, pues con aquellos que se comprometió está cumpliendo. ¿Y quiénes son entonces los que protestan y qué derecho tienen para hacerlo?
Un grupo es el de quienes se sienten defraudados porque votaron y comprueban que no es lo que ellos querían. Son los “defraudados”. El otro grupo no es defraudado porque no los votó pero conserva un viejo concepto del estilo y de la ética en el proceder político que ya no está vigente y reclama a partir de ello.
Los integrantes de ese grupo son quienes, sin que se les pida, ofrecen garantías de “oposición responsable”. Ellos protestan y muestran “la grieta” y condenan la política de gobierno con justas razones, pero confían en que quienes han instalado este cuadro regresivo aceptarán el juego y el estilo que exige e impone el sistema democrático. Les piden educadamente que revisen y vean lo mal que estamos.
A Hitler, Mussolini, Berlusconi, Trump y a todas las fuerzas de derecha que están alcanzando posiciones de gobierno desde los cuales socavan, y debilitan los fundamentos de la vida democrática les sirve este método de aceptación que les permite acceder pacíficamente al gobierno y desde allí implementar sus políticas regresivas. ¿Está pasando lo mismo en Uruguay? Los plazos son cada vez menores y el oficialismo aumenta su apuro en dejar todo “bien atado” a fin de que el proceso se continúe.
Ahora gobierno y oposición, con protagonistas de jerarquía diversa, coinciden en reunirse para hablar de convivencia y del factor narco sobre ella. Es un tema importante, sin duda, pero al gobierno no se le está quemando el rancho pero al pueblo sí.
El gobierno tiene una gestión eficaz, porque logra sus objetivos, que es el que le interesa, pero no eficiente porque los alcanza a un precio elevadísimo aunque siempre los descarga sobre el pueblo. Y ese precio se mide no solo en metálico sino también en valores que son la base para la convivencia.
Está claro y demostrado el contubernio existente entre la delincuencia de distinta ralea y el oficialismo, o con importantes representantes de la misma. Mueve a risa que se destine tiempo y esfuerzo a conversar sobre ese tema. Se vive una etapa de agonía de los fundamentos de la democracia, en la que aún quienes dicen querer conservarla la minimizan. Es una etapa decisiva para su subsistencia y jerarquización. No se puede hablar de narcos y de convivencia sino se pone en sobre el tapete la corrupción admitida y protegida dentro del sistema y asimilada a ella como componente natural. No es una agenda preparada por el gobierno sino una plataforma levantada por las fuerzas populares la que debe ser motivo de reunión. Eso es lo que se espera.