Por Jorge Ramada
Han surgido voces de alarma en el sentido de evitar que se forme una “grieta” en la sociedad. Se toma como una referencia lo que ocurre en Argentina, donde la virulencia de los enfrentamientos entre oficialismo y oposición han llegado al extremo de un intento de asesinato de la vicepresidenta.
Es claro que una cosa es hablar de grieta a nivel de debate político y otra mirarlo en la sociedad. La virulencia de la confrontación política en Argentina no impide que los dueños de la tierra sigan amasando fortunas, con mayor o menor velocidad según quién dirija la política y aumentando ya no una grieta, sino un abismo entre ellos y los sectores más sumergidos de la población.
En Uruguay, tanto desde la coalición gobernante, como desde el progresismo aparecen voces culpando a la otra parte de querer instalar (o profundizar) una grieta al estilo argentino. Aunque parece claro que quienes ensucian la cancha provienen todos del lado de quienes tienen el poder, ya sean las provocaciones de Bianchi o Da Silva (sin duda parte de la estrategia de la coalición gobernante aplicando planchazos al mejor estilo futbolero), como los insultos o amenazas de representantes patronales en reuniones tripartitas ante la pasividad o complicidad de los “negociadores” del Ministerio de Trabajo (claro que estos incidentes no trascienden a la “gran prensa”, más preocupada por babearse con las noticias de una monarquía asesina). Y los mismos operadores políticos que salen públicamente a calificar como “montaje” el atentado a Cristina Fernández, parecen ignorar que aquí sí hubo quienes manejaron la posibilidad de un atentado a Tabaré Vázquez cuando era presidente (aunque fueran unos pocos locos y no tuvieran eco).
Porque, sin cuestionar en lo más mínimo la justa violencia que pueda provenir del pueblo ante situaciones extremas, no cabe duda que, además de la violencia permanente que genera la explotación, los ataques o expresiones violentas comienzan siempre desde el lado del poder, llámense atentados a locales sindicales, agresiones a marchas o manifestaciones, represiones a movilizaciones de masas, o las más personalizadas como las marcas esvásticas a Soledad Barret o el intento de asesinato al Che en los tempranos '60. Y quienes promueven esa violencia saben que si en algún momento ciertas libertades democráticas molestan a su poder, seguirán llenándose la boca con la palabra “democracia”, pero no tendrán problema en “violarla para salvarla”. Ejemplos sobran, acá y en toda América Latina, con las asociaciones empresariales promoviendo, apoyando y disfrutando de las consecuencias de golpes de estado, sin que se les mueva un pelo, una vez terminada la fase golpista, en proclamarse más demócratas que nadie.
La verdadera grieta ya está instalada en la sociedad: es la que hay por ejemplo entre los magnates arroceros y los trabajadores cuyas vidas quedan estropeadas a causa de los agrotóxicos que les aumentan las ganancias a los patrones; o la que hay entre los empresarios de la salud o la industria farmacéutica –los más favorecidos por la pandemia– y los trabajadores de dichos sectores, con condiciones de trabajo enfermantes (o acusados penalmente como responsables de una explosión de la que una empresa no quiere hacerse cargo); en fin, la que hay entre los millonarios en cuentas bancarias en el exterior y los que se alimentan en las ollas populares.
En este marco aparece la iniciativa del FA –y especialmente de Fernando Pereira– de llamar a una reunión de líderes partidarios para “mejorar la convivencia democrática”. Los que se sentaron a dialogar del lado de la coalición no fueron a concertar medidas que apunten a disminuir la verdadera grieta. Ni Sanguinetti, ni Iturralde, ni Domenech, ni Mieres están dispuestos a favorecer a los trabajadores o a los sectores más sumergidos de la sociedad. Van a una mesa de diálogo a mostrarse contemplativos, para luego salir a la prensa con su mejor sonrisa a expresar su satisfacción porque los uruguayos podamos dialogar en paz (y aprovechar de paso para echarle la culpa de los males a la oposición).
Pero alcanza la convocatoria a un paro general para que les vuelva el enojo. Mieres sale a decir que el paro es “injustificado y desproporcionado” y de paso deslinda responsabilidad por la carestía y trata de minimizar la caída del salario real. Eso tras haber afirmado que “la convicción por parte del Partido Independiente (ese 1% electoral sobrevaluado en cargos) es que vivimos en un país democrático, con libertades plenas y con capacidad de encontrar los caminos políticos para resolver los problemas y las diferencias”; siempre y cuando esos caminos no toquen los privilegios de los de arriba, claro está.
Y el futuro candidato Delgado avisa que “aunque pongan el palo en la rueda, la rueda va a seguir girando” Está claro que la rueda que quiere que siga girando es la de la bicicleta de los “malla oro”, la rueda de la fortuna de los grandes banqueros, estancieros e industriales.
En definitiva, la reunión por la convivencia nada ha cambiado. La grieta de fondo va a seguir y la cancha la van a seguir embarrando los “hacheros” de la coalición cada vez que les convenga, en especial para quitar trascendencia a las barbaridades que van a seguir haciendo. El FA quiere transitar en paz hacia el 2024 –que es su obsesión– y algunos de sus dirigentes tiemblan ante un posible estallido social, olvidando que los tiempos del hambre suelen no coincidir con los electorales.
En toda guerra hay instancias en que los enemigos se sientan a negociar, aunque no por eso dejan de ser enemigos; y no hay peor confusión que creerse que el carácter de enemigo desaparece por avenirse a una negociación. Los buenos modales no van a achicar la grieta real, aunque puedan generar una situación más propicia para defender los intereses populares; o aunque también puedan favorecer políticas de conciliación de clases que siempre terminan ayudando a la clase dominante a perpetuar su dominación.