Por: Jorga Ramada artículo publicado en el Nº 14 de la revista HERVIDERO
Los años ’60 fueron de intensa lucha: el imperialismo y sus socios nativos iban instalando de a poco su proyecto de Uruguay, con sus consecuencias inevitables: miseria y desocupación para los trabajadores, deterioro de la salud y la enseñanza públicas, extranjerización de banca e industrias, pérdida de libertades, etc.
La lucha de los trabajadores por una vida digna se intensificó y se endureció. Junto a ellos el estudiantado salió a la calle para apoyar sus reclamos y para defender una enseñanza libre y popular. Muchos jóvenes se integraban a esas luchas y encauzaban además sus ideales e inquietudes en la militancia política organizada para liberar y transformar de raíz nuestra Patria.
En todos los planos de la militancia estuvo Manolo. Como estudiante: miembro durante años de la Comisión Directiva de la Asociación de Estudiantes de Química, Secretario General y delegado a la FEUU; también delegado estudiantil a los Consejos Directivos de la Facultad de Química y de la Universidad, ejerciendo el cogobierno. Como trabajador, activo militante del Sindicato de FUNSA. Como político: dirigente del Movimiento de Independientes “26 de Marzo”.
Desde su Paysandú natal había venido a Montevideo para ingresar a la Facultad de Química en 1964 y desde el primer día asumió su condición de estudiante universitario, no como la oportunidad para realizarse individualmente y lograr una posición de privilegio en la sociedad, sino como un compromiso con el pueblo trabajador que es quien sostiene con su sudor la enseñanza pública. Trabajó para mejorar la Universidad, para incentivar el compañerismo, para motivar al estudiantado a preocuparse por los problemas generales de la enseñanza y del país. Estuvo en la calle y en los salones: en largas jornadas de lucha callejera por la enseñanza, junto a los obreros contra la agresión imperialista de turno; y en largas discusiones con docentes y profesionales sobre planes de estudio, políticas de bienestar estudiantil. Estuvo en la fábrica y en la tribuna: en las ocupaciones obreras en FUNSA reclamando por la libertad de sindicalistas presos; y en los actos políticos del recién creado Frente Amplio.
Asumió en su persona la consigna de la unidad obrero-estudiantil, en su fábrica, procurando la afiliación al sindicato obrero de los estudiantes que entraban a trabajar, para evitar que los ascensos posteriores los transformaran de estudiantes “rebeldes” en profesionales objetiva y subjetivamente “de confianza” de una patronal explotadora.
Estudiaba, trabajaba, militaba: de alguna forma le robaba horas al día. Sus horas de sueño y expansión se redujeron cada vez más, pues él gustoso las fue entregando a la lucha por sus ideales. Todos los que en algún momento militamos junto a él nos sentíamos contagiados por su entrega, por su amor a la vida y a sus semejantes.
El 11 de agosto de 1972, los diarios informaron de un accidente de tránsito en el que un peatón (Juan Manuel Toja) había muerto al ser atropellado por un camión mientras cruzaba la calle. Nadie supo bien como fue, pero los que lo conocíamos sabíamos que llevaba noches sin dormir, que su entrega a la causa revolucionaria lo había tenido yendo de una actividad a otra, sin dejar de lado su trabajo. Seguramente el cansancio le hizo aflojar la atención.
En la lucha por una sociedad sin explotados ni explotadores, Manolo dio su vida. No la dio de golpe en un acto heroico el día que murió. La venía dando ya desde hacía años, minuto a minuto, entregándose entero al servicio de las luchas estudiantiles, obreras y de nuestro pueblo en general. Y no la dio al vacío: la repartió entre quienes lo rodearon, para seguir en la misma lucha.