Por Hugo Tuyá
“El episodio nos importa particularmente, porque no estamos hablando de las figuras condenables de la dictadura, sino de un oficial de la democracia, como otros que sufren hoy parecidas amenazas. En efecto, al general Rebollo lo ascendimos nosotros, en 1985, y fue el primer general del gobierno democrático”, añadió.
“Se está condenando a militares profesionales serios por hechos de hace 50 años en que su deber les impuso actuar en dificilísimas circunstancias de tensión y enfrentamiento. Son militares que, lo afirmo en nombre de la experiencia personal, ayudaron a la reconstrucción democrática”, consideró el dos veces presidente. Julio Ma. Sanguinetti en Correo de los Viernes – 29/7/22 --
Si bien no relacionado directamente -pero enmarcado en el contexto histórico- con la nota central que sigue, es un hecho que desde el poder militar y los responsables históricos de ser parte de regímenes autoritarios bajo apariencia democrática se asuma la ofensiva de respaldar acciones reñidas con la ley y con los derechos humanos basada en la “sospecha” de un accionar sesgado del Poder Judicial y de ciertos fiscales. El ex presidente Sanguinetti, histrión de discursos vacíos y compromisos non santos durante la presidencia de Bordaberry, no por casualidad ha salido a la palestra pública defendiendo al general Rebollo en el episodio denominado “las muchachas de abril” simultáneamente respaldando la opinión de Cabildo Abierto(1) -que condena a la Justicia por “venganza” ideológica-, y reafirmándola, haciéndose responsable del ascenso de militares comprometidos no solamente con la dictadura, sino con los más alevosos asesinatos cometidos en la época, como lo fue el episodio de la calle Mariano Soler en abril de 1974: ¿buscará Sanguinetti recuperar votos por derecha…? Se ubica a la Justicia como sospechosa de sesgo ideológico y por elevación, se acepta que notorios personajes vinculados con la dictadura -como el caso de Rebollo- fueron parte de la democracia a partir de 1985, entre los cuales aparecen asimismo nombres que fungieron en los servicios de Inteligencia militar y que continuaron solapadamente con su labor a partir de la fecha mencionada, haciendo un ejercicio primario de seguimiento y vigilancia con motivo de la recolección de firmas por la anulación de la ley de Caducidad: es lo que hoy se sabe con certeza. La defensa de siniestros personeros por parte de Sanguinetti no constituye una novedad, basta recordar los discursos previos al recordado “voto verde” y las presiones sobre la Corte Electoral para evitar llegar al 25% del padrón, también su conocimiento de los miembros del Escuadrón de la Muerte en palabras dirigidas al fallecido Juan Pablo Terra en tiempos de Juan Ma. Bordaberry.
Referirse a temas de espionaje puede parecer algo excéntrico vinculado a las películas de James Bond, a seres reales universales como Mata Hari, África de las Heras, Marita Lorenz, o Manuel Hevia y Philip Agee, o a cualquier otro personaje real o inventado que emerja de la literatura o de la cinematografía. También aparecen en casos más dramáticos relacionados con la historia de dictaduras, y generalmente pasan al olvido rápidamente por ser naturalizados como participantes de segunda categoría por no entenderse a cabalidad la magnitud y la importancia de sus objetivos concretos: algunos, pocos, han dejado información de su paso por nuestro país. Vinculados a los servicios de Inteligencia de cualquier país continental o extra continental, podemos señalarlos como vectores claves en una cadena de episodios referidos a la represión de opositores internos, como agentes dobles, o también “stars” en la consumación de golpes de Estado, donde fungen de asesores permanentes enviados por el servicio secreto de su país de origen. Uruguay conoce ejemplos de tales servidores clandestinos---naturales y extranjeros--- que tanto en dictadura como en democracia utilizaron su impunidad y su poder subterráneo para la vigilancia y persecución de ciudadanos, corporaciones, u organizaciones políticas y sociales, consideradas enemigas del régimen de turno, es decir y para nuestra historia particular, de dictadores o gobiernos de derecha. Los últimos datos que se imponen en la grilla doméstica apuntan precisamente a la vigilancia clandestina en plena democracia, o lo que parecía serlo hacia 1985 cuando los golpistas abandonaban sus sillones ocupados por la fuerza de las armas.
Desde los tiempos más lejanos, la Inteligencia -civil o militar- como brazo auxiliar de los Estados y la política de defensa, fue implementada intentando anticiparse a los movimientos del adversario o enemigo, acuñando un rol fundamental en tiempos de guerra -casus belli- como en tiempos de paz.
Las tareas de Inteligencia son intemporales: en tiempos previos a la llegada de Cortés a Méjico (1519), los aztecas, en el apogeo de su fuerza de conquista ante tribus menos poderosas, contaban con el auxilio de los llamados “pochtecas”, comerciantes avalados por el emperador Moctezuma para recolectar información clave luego de sus viajes por el territorio de los rivales vecinos, por lo que a su tarea natural de compra y venta de mercaderías varias, adicionaban un servicio de espionaje secreto por cuenta y obra del emperador, que sabía recompensar debidamente los informes que venían del extranjero. Más acá en el tiempo histórico, sobre un siglo XX turbulento con una agenda cargada de 2 guerras mundiales y otras que podrían denominarse como de “baja intensidad” de acuerdo a la jerga imperial, el comienzo de la Guerra Fría incrementa exponencialmente las actividades de espionaje entre ambos bandos sumando a América Latina en la contienda y sembrando espías y colaboradores a lo largo y ancho del continente sudamericano, con el marco aciago de los sucesivos golpes de Estado y la puesta en marcha de los protocolos franceses de contrainsurgencia---metamorfoseados luego bajo el nombre de DSA--- derivados de las guerras coloniales, funcionales para los nuevos estándares de guerras antisubversivas contra un enemigo, esta vez, interno.
Durante el período de la Guerra Fría ningún país del área americana pudo desacoplarse del plan maestro de vigilancia y control pergeñado por los EEUU asimilando sin cortapisas la estrategia yanqui planificada desde la llegada de la paz hacia 1945. Con esa finalidad se crearon en épocas de Harry Truman los institutos tutelares como la CIA, el Pentágono, y una miríada de agencias de seguridad que brindan su “experticia” y su asesoramiento en materia de Inteligencia tecnológica y en operaciones de campo. Fue así durante el sostén y monitoreo de las dictaduras y para sorpresa y perplejidad de muchos, en referencia a Uruguay, continuó bajo otra modalidad una vez arribada la democracia con la sospechada aquiescencia de figuras centrales de los gobiernos, específicamente las que atañen a Defensa e Interior, pero sobre todo con la “vista gorda” de sucesivos mandatarios post-dictadura que “doblaron el pescuezo” frente a la evidencia, si bien como es de estilo y a instancias de la indagatoria procesal, todos negaron conocer cualquier mecanismo de infiltración de datos a través de agentes clandestinos mandatados. Por si acaso, y para remover malas conciencias, recordar el protagonismo de Hugo Medina como ministro de Defensa en el primer gobierno de Sanguinetti, o el episodio paradigmático del secuestro y asesinato de Berríos en pleno gobierno de Lacalle padre.
Hace pocos días el juez Enrique Rodríguez, luego de una investigación de 4 años, decretó la prescripción de los delitos de espionaje en democracia (1985-2005) por haber transcurrido el plazo máximo de 10 años para una condena firme (2015). La denuncia correspondiente fue hecha en 2018 con el apoyo de todos los partidos políticos, ya que el espionaje interior supuestamente había sido realizado abarcando una amplia gama de ciudadanos y organismos con distintos oficios y objetivos: políticos, periodistas, organizaciones sociales, sindicatos, ONG, etc. en un operativo aparentemente secreto que extrañamente no llegó a los oídos de ninguna dirigencia política de entonces: hablamos de un período de 20 años, entre 1985 y 2005. El juez Rodríguez habló de la contundencia de las pruebas y dejó en claro que la intervención clandestina y masiva existió, aunque surge jurídicamente inimputable. A partir de la gravedad flagrante de este hecho inesperado, todos los políticos y ex ministros de la época mencionada blindaron su opinión ante el juez Rodríguez en una negativa cerrada frente al requerimiento de información que permitiera conocer en profundidad las causas de la trapisonda institucional y se desvincularon de haber promovido ninguna trama de espionaje interior en sus respectivos períodos de gobierno. Sin embargo, notorios figurines de la dictadura, como Eduardo Ferro, ocuparon puestos relevantes en áreas de Inteligencia en el transcurso de los períodos democráticos, e incluso el espionaje alcanzó visos de escándalo cuando se descubrieron micrófonos ocultos en el despacho de Fernán Amado, episodio donde estuvo sospechado el teniente de Artigas Mario Aguerrondo. Pequeños hechos que son una señal de la atmósfera en donde discurrían los ex esbirros dictatoriales en un territorio dejado al abandono por la nueva democracia de 1985, y donde la Ley de Caducidad permitía la libre circulación de personajes sórdidos como Silveira, Gavazzo, Cordero, Méndez, Sofía, y otros, que mostraban orgullosos la cucarda de torturadores profesionales o su pertenencia a escuadrones parapoliciales.
Sobran hipótesis para pensar que, una vez recuperada la democracia, muchos dirigentes políticos de relevancia, conocedores y emparentados por la misma divisa con militares golpistas hayan “mirado para el costado” o en todo caso, haber apoyado sin sentirse salpicados por la falsía, la vigilancia de determinados grupos que fueron parte de la guerrilla tupamara o que también pelearon contra la dictadura poniendo torturados y muertos de por medio. La manipulación de sentimientos oscuros y macartistas sobre un eventual riesgo al regreso a la democracia de guerrilleros o del aparato armado del PC en una recreación del ambiente de Guerra Fría fue, parafraseando a Michel Foucault, la gestión perversa de las emociones populares que se desembarazaban de la dictadura y aparte, un ejemplo del “biopoder” estatal en manos de la derecha. Deslegitimaba al barrer a los verdaderos defensores de la democracia en todos sus términos, y a la postre, sumaba a la idea inconmovible de mantener el statu quo dependiente de la rosca, el poder militar, y de la potencia imperial, continuando, bajo otros términos, los lineamientos geopolíticos de la Guerra Fría.
La idea de que somos vigilados en forma permanente, desde el adentro, o del afuera, además de generarnos una sensación ineludible de vergüenza ajena, parece conducirnos al inmovilismo, la resignación, y a la falta de un pensamiento crítico que nos brinde una esperanza de fuga y cambios en los ciclos históricos. Objetivamente, es posible razonar acerca de las diferencias sustantivas entre el concepto sociológico de “pueblos” y sus dirigencias políticas que, dentro del juego tradicional buscan encontrar la “grieta” o la “manija” que divida la opinión pública y preserve sus intereses. Los servicios de Inteligencia sirven a propósitos definidos de antemano---muchas veces positivos---- y chocan de frente con el imaginario colectivo donde los códigos de convivencia transitan elementos comunes de la vida diaria, y en general, no hacen diferencia entre etnias, lenguas, fronteras, o creencias religiosas: los pueblos viven su mundo bajo las mismas necesidades y el deseo gregario como especie, también se indignan con injusticias que no vienen precisamente caídas del cielo. Las divisiones políticas, religiosas, étnicas, son ejercitadas y fogoneadas por intereses espurios lejanos a la vida de la gente de a pie y acentúan una visión escolástica e inamovible de la sociedad en su conjunto. Desde hace muchos años, sobre todo desde 2001 y las Torres gemelas, el mundo entero está siendo pasto de vigilancia y espionaje a escala global, a través de mecanismos tecno altamente sofisticados al estilo Facebook y las redes sociales, que para los usuarios lucen inocentes y fuera de cualquier peligro personal. Muchos recordamos el “pinchazo” de su teléfono celular que recibió un personaje como Ángela Merkel, o últimamente el caso del presidente de España y su ministra de Defensa con sus teléfonos intervenidos por el programa Pegasus, de origen israelí.
Hoy por hoy existe la tecnología y el software específicos para “infectar” cualquier dispositivo informático en el orbe, lo que demuestra que aquel ojo orwelliano de 1949---el autor precisamente vigilado en la época por su sensibilidad de izquierda--- es hoy una realidad incontrastable y que estamos irremediablemente acorralados por un sistema “totalitario” que tiene por principios engañosos la “libertad”: de mercado irrestricta y de gestión publicitaria de la sensibilidad individual sin necesidad de instalar dictaduras o regímenes de carácter retrógrado. El gran ojo de George Orwell o el “panóptico” de Jeremy Bentham mencionado en la obra Vigilar y Castigar de Foucault (2) redivivos nos miran y siguen nuestros movimientos globales, como un GPS o una cámara pública, y no hay forma de escapar: significa una forma de encarar la guerra planetaria por la apropiación de recursos mediante otros medios. El capitalismo, ese monstruo depredador oculto bajo diversas caras y máscaras, de gran facilidad para el polimorfismo y la manipulación de datos, tiene que continuar sobreviviendo contra viento y marea y nosotros seguir siendo seducidos por los viejos espejitos de colores y la sonrisa de Disney en sinergia con Joseph McCarthy. Además, con ese objetivo, la mitad del pueblo uruguayo votó a un heredero herrerista de confianza.
(1): como dato ilustrativo de la ideología de vigilancia llevada a sus extremos, Cabildo Abierto ha presentado en estos días un proyecto de ley que sanciona con mayor amplitud lo que se denomina “prevaricato”, poniendo en tela de juicio -----y asumiendo una tácita intervención en el Poder Judicial, ---- comportamientos técnicos y determinados fallos de jueces y fiscales, incluyendo al Fiscal general de Corte- Sería una característica “in extremis” para el llamado Estado juez y gendarme, concepto liberal proveniente de la escuela clásica de Adam Smith.
(2): la teoría de Foucault, basada en el concepto utilitarista de Bentham y su arquetipo de dispositivo carcelario en base a un edificio circular con la torre de vigilancia en el centro, constituye una metáfora de la sociedad capitalista moderna donde el control social se encuentra introyectado en los individuos de forma de no apartarse de las normas y de la disciplina establecidas.