Escribe: Lic. Hugo Gutiérrez
El azar quiso que aquella tarde previa al fin de semana largo de Carnaval terminara atendiendo, en el primer piso de Impasa, a Mario Benedetti. Por ese entonces, me desempeñaba como fisioterapeuta de policlínica, pero ese día, debido a la falta de pacientes en la misma, la supervisora del servicio me asignó el tratamiento fisioterápico de Mario, a quien le estaban por dar el alta. Es en esa habitación que conozco a Ariel Silva, su fiel y eficiente secretario.
Justamente, es por intermedio de Ariel que, años después, me hago cargo de la rehabilitación de Guillermo Chifflet quien estaba limitado en sus movimientos.
La debilidad muscular, consecuencia de una prótesis de cadera, su avanzada edad y sus 1,95 de altura, lo tenían aislado en un apartamento, lejos de su activa vida social. Recuerdo con emoción nuestro primer encuentro. Esa mañana, rumbo a su domicilio, era consciente que estaba a minutos de cumplir el sueño de mi difunto padre: conocer a la leyenda viva del Partido Socialista Uruguayo, uno de los miembros fundadores del Frente Amplio, sin dudas, su mayor referente ético (en los tiempos que corren, no todos los referentes son éticos ni todos los éticos son referentes). Al llegar, me estaba esperando en su incómodo sillón, rodeado de libros. De manera muy amable, me confesó que nunca le había gustado la gimnasia y obviamente a su edad, ese disgusto estaba acentuado. Le propuse empezar de a poco, con un objetivo bien claro: recuperar la independencia funcional. Fue así como inició un trabajo de fortalecimiento de su aparato locomotor sumado a ejercicios de coordinación y equilibrio para, más adelante, llegar a una minuciosa reeducación de la marcha. Lo cierto es que con el paso de las semanas, al ver progresos, su motivación fue en aumento. Prácticamente, la única expresión de militancia, que llevaba a cabo por esos días, era el encuentro semanal, por agenda, con Daniel Martínez quien religiosamente lo visitaba, fueron varias las oportunidades que nos cruzamos en el palier con el ex-candidato a Presidente de la República.
Si bien, al principio necesitó la ayuda de apoyos supernumerarios para deambular por las veredas de la zona (lo cual, ya era un gran logro), al cabo de 3 meses de celosa rutina, pudo lograr una marcha sin ayudas. De esta forma, cumplía, además de grandes trayectos, la meta trazada. Ese estadío le permitió retomar su actividad social, la cual incluía su clásica mesa sabatina en el Bar Facal. Una reunión de amigos variopintos (“de las 4 estaciones”) a la cual, para mi asombro, fui invitado a participar.
El regreso de Guillermo al Facal, luego de varios años de ausencia, fue con los mozos y clientes aplaudiendo su solemne entrada. Ahí estaba, de pie, un enorme caudillo desafiando el peor de los obstáculos, la vejez, que suele venir acompañada. Desde ese momento, todos los sábados, compartíamos la mesa de café con un líder del gremio estudiantil de la década del ‘60 y responsable del proyecto de extensión universitaria actual, con el ex-director del Museo Nacional de Artes Visuales y completaba el quinteto, el director del Cine Universitario. Durante años se sucedieron largas jornadas intercambiando jugosas anécdotas. Todas eran atractivas, pero las del querido Yuyo eran únicas y por ende, las más esperadas.
Por la mesa del histórico bar desfilaron el Mariscal Tito y su apogeo en Yugoslavia, Emilio Frugoni y su semanario partidario El Sol, su pasaje por la agencia publicitaria Ferrero y Ricagni (encargada del spot de Wilson en las elecciones del ‘71), la fundación de Marcha junto a Carlos Quijano, su programa de televisión junto a su gran amigo Eduardo Galeano, la historia de vida con su eterna compañera Julia Amoretti, su década ininterrumpida por la Cámara de Representantes de Uruguay hasta llegar a la renuncia de su banca por “negarse a votar con los pies”.
Las tres desparejas cuadras que separaban su edificio del céntrico local gastronómico las transitábamos caminando, lo cual traía aparejado, en ese recorrido, múltiples saludos de desconocidos transeúntes, en clara señal de afecto y agradecimiento. Luego, Guillermo me comentaba con su característica sonrisa: “otro más que no me vota”. Su reciente fallecimiento, me provocó sentimientos encontrados, el lógico dolor por su desaparición física, dejando un hueco (que va más allá de un asiento vacío) en la actividad socio-política, pero por otro lado, una inmensa satisfacción por la increíble muestra de sincero cariño de todos los uruguayos, demostrando que salió victorioso frente a la última de las batallas: el olvido. El inexorable paso del tiempo nos demostró que siempre estuvo varios casilleros adelante, incluso en la recordada jornada donde permaneció de brazos cruzados, sembrando la coherencia en una triste sesión parlamentaria.
¡Hasta siempre, Hermanísimo!